Comandande:
Finalmente, su corazón ha reventado, como revientan las frutas podridas y pestilentes. Y es que Ud. hace mucho que dejó de pertenecer a la comunidad humana, para convertirse, por voluntad propia, en una bestia sedienta de sangre y ávida por satisfacer sus más bajos instintos. Quienes hoy le lloran, no pueden esgrimir en su defensa ni el pretexto de la ignorancia. Sus babeantes aullidos sólo encuentran cabida en la sinrazón del odio y de la estupidez. Su chirriar de dientes pertenece de aquí en más al reino de las sombras. Sus partidarios quieren llenarse la boca, recordándolo como un estudiante heroico, pero lo cierto es que Ud. fue un traidor, un cobarde y un ratero. Traicionó al pueblo y al gobierno legítimo que juró defender. Cobardemente, ejerció la mayor brutalidad jamás imaginada, contra hombres y mujeres indefensos. Y, por si fuera poco, se apropió dolosamente de las riquezas públicas de su patria. En verdad, es Ud. el modelo más perfecto de la abyección humana. Me place decirle que, a pesar de Ud., cada día somos más los jóvenes que asumimos de frente nuestra dolorosa historia americana y nos comprometemos a cambiarla para siempre, para que nunca más surjan carniceros de su laya. A pesar de Ud., el buen amor crece y se multiplica en las poblaciones que intentó masacrar completamente. A pesar de Ud., nuevamente se van abriendo las grandes alamedas, por donde pasa el hombre digno para construir una sociedad mejor, como lo profetizara alguien, cuya sola memoria humilla todos y cada uno de los horripilantes actos que Ud. cometió en vida. Es Ud. tan despreciable que ni siquiera se hace acreedor a mi odio. Y de todo corazón, con sinceridad absoluta, espero que realmente exista el Dios con el que tantas veces justificó sus horrendos actos, para que Él le aplique la justicia que tan cobardemente rehuyó aquí en la tierra. Adonde Ud. va ahora, no podrá interponer subterfugios para evadir su responsabilidad. El multitudinario y luminoso tribunal que componen sus víctimas, finalmente saldará cuentas con Ud. para toda la eternidad. Siento decirle que ya es muy tarde para cualquier arrepentimiento. La inconmensurable dignidad de los pueblos le cobrará caro, muy caro, la criminal alevosía de sus actos. |