Que el dictador Augusto Pinochet no tenga tumba para que lo recuerden y le rindan homenaje es un hecho que todavía sus partidarios no terminan de digerir.
Por Mónica González - Clarín
Ahora suman un nuevo agravio: las sucesivas negativas del jefe del Ejército a que sus cenizas fueran depositadas en algún lugar de honor de la institución castrense, como insistió su familia hasta solo horas antes de sus exequias. Esos detalles fueron revelados ayer por el diario chileno La Nación.
Fue en 1986, cuando murió Avelina, la influyente madre de Pinochet, que el dictador entendió que no podría ser enterrado en el mausoleo familiar que construyó a poco de hacerse del poder total, en 1974. Fue entonces que decidió que sería enterrado en una cripta napoleónica en la Escuela Militar, en el sitial de honor de su ejército.
Su ex ministro del Interior, Carlos Cáceres, lo confirmó en estos días en una entrevista con el diario La Segunda, donde también mostró la enorme decepción de los hombres que lo apoyaron por un sepelio radicalmente distinto al que soñó -y preparó- Pinochet y su entorno.
Así como la cremación de su cuerpo se impuso como la única solución cuando quedó claro —desde el gobierno de Ricardo Lagos— que no habría tumba en la Escuela Militar, el problema de dónde serían depositadas sus cenizas le correspondió a Michelle Bachelet y al actual jefe del Ejército, Oscar Izurieta.
Fue este militar quien, a partir del 3 de diciembre cuando Pinochet tuvo un infarto, enfrentó la nueva embestida de la familia para que las cenizas fueran ubicadas en la Escuela Militar. Izurieta dijo no. No era posible enterrar en la principal escuela de oficiales de la institución al hombre que encabezó un régimen cuestionado por su brutalidad y delitos económicos.
Entonces la familia insistió proponiendo uno a uno otros regimientos donde Pinochet sirvió o lugares de recuerdo y memoria del Ejército. Izurieta mantuvo su negativa. Según el periodista Jorge Escalante, en una última tratativa el jefe militar propuso que las cenizas fueran diseminadas en la Carretera Austral, cuya construcción hecha por obreros pagados al salario mínimo y por conscriptos del servicio militar, Pinochet se preocupó de asociar a su nombre. La esposa y los hijos de Pinochet rechazaron la oferta. No quisieron desprenderse de las cenizas.
Fue así que surgió la solución de guardarlas en la capilla de Los Boldos, la hacienda que Pinochet se hizo construir en la costa de la Quinta Región con dineros que hoy se investigan. Una persona cercana a la familia informó a Clarín que esa decisión surgió de Lucía Hiriart, la viuda. Y ello porque fue la fórmula que encontró para que el Ejército le mantenga personal militar para sus menesteres domésticos, como mayordomo y jardinero, así como -y lo más importante- una custodia de comandos para resguardar las cenizas y su propia seguridad y la de sus hijos y nietos.
Lucía Hiriart habría decidido instalarse definitivamente en Los Boldos y para ello necesita contar con personal militar que le permita vivir sin temor a ataques en la enorme propiedad y que le ayude a mantenerla sin tener que recurrir a mayores gastos. La negociación de las cenizas tuvo sus ganancias.