Soy cubano
7 de diciembre de 1997
AGUSTIN TAMARGO
¿Qué es ser cubano? O mejor: ¿qué otra cosa puede ser un cubano? Sobre mi mesa de trabajo, encontré esta semana la siguiente nota dejada anónimamente:
Soy cubano. Para algunos esto acaso no es mucho pero a mi yo íntimo le basta y le sobra. Soy cubano. Podría ser venezolano, español o norteamericano. Pero ése sería un ser artificial, de voto y pasaporte, hijo del papel y la tinta, que no cuadra a mi naturaleza rebelde. Soy un cubano integral. Cubano de las buenas y de las malas, de las verdes y las maduras. Cubano, como decía Unamuno que él era vasco, y por los 16 costados.
Soy cubano. Tengo un himno y una bandera. Y tengo, sobre todo, una historia llena de nombres, hechos y lugares gloriosos. ¿Podría cambiar por algún hecho histórico extranjero Las Guásimas y Peralejo? ¿Podría poner otros nombres donde pongo Martí, Maceo, padre Varela, Baire, Baraguá y El Escambray? Soy cubano de café negro, de tabaco y de casabe, de son y ron, de baile en La Tropical y de guateque guajiro.
Soy cubano de hablar a gritos, de jugar a la pelota, de piropear a las mujeres y de bajar como un río de fuego por la escalinata de la universidad. No soy un ciudadano, soy una pasión que camina. Y cuando enfrento la última realidad de mi vida, que es la de la patria perdida, me transformo en una verdadera fiera. Por eso los extranjeros no me entienden. ¿Cómo van a entender que quien lo tiene todo pida más? Y es que esos extranjeros no saben que ese todo reluciente, adquirido en tierra prestada y bajo sol ajeno, no puede curar una enfermedad fatal que se llama nostalgia.
Dicen que lo bello, cuando se pierde, se vuelve más bello todavía. ¿Y qué era Cuba, desde que la bautizó Colón, sino la tierra más hermosa que ojos humanos vieron? ¿Qué era Cuba? Cuba era un hechizo en las madrugadas de rocío, un calor en las venas en las noches de erotismo caliente. Frente a la majestuosidad del Niágara, Heredia echaba de menos a sus palmas, que buscó y no encontró y que en realidad no necesitaba encontrar porque las llevaba dentro.
Así, dentro del alma, carga el cubano a Cuba por todas partes como un escapulario para defenderse del siniestro. Podría decir también como un escudo. Con la historia de Cuba al brazo va el cubano por el mundo defendiendo a su tierra bienamada frente al envidioso y el calumniador. Cuba es su niña. Cuba es su obsesión y su desvelo. Cuba es su madre y es también su hija. Cuba es su amante lejana e inolvidable.
Muchos dicen que el cubano está loco. ¡Pues claro que lo está! ¿No va a estar loco el que se gana la lotería y le roban el billete? Los libros que allá no leía el cubano desterrado los lee ahora aquí. Los cuadros que allá no miraba, los mira ahora aquí. La música que allá no escuchaba la escucha ahora aquí.
El cubano no vive en una casa ni en un apartamento, vive en un baúl de recuerdos. Cada vez que destapa el baúl y encuentra una fotografía gastada, sufre una herida. Cada palabra criolla que no conocía o había olvidado y redescubre se le transforma en un amuleto con el que defiende su autenticidad.
En el hipódromo de Hialeah hay una guardarraya de palmas. No de palmas canas, no de palmetos, de palmas reales, ésas que coronan en Cuba las lomas y las riberas de los ríos y que fueron traídas de allá. Se asegura que un hombre solitario camina por las noches bajo esas palmas hablando solo. No se invención de nadie. Ese hombre soy yo.
Ser cubano hoy es una prueba amarga, un desafío. En la isla, un hombre malo que una vez metió en ella a los rusos mete ahora a los traficantes y turistas extranjeros con la misma finalidad: pisotear al cubano. En el destierro, la prosperidad material y la indiferencia del extraño ante su drama, hacen del cubano un solitario. Nadie lo entiende. Nadie respeta su interminable vigilia en espera de que amanezca. Todos le piden que se olvide, que se adapte, que haga como todos los refugiados del mundo: iniciar una nueva vida.
¿Se puede seriamente iniciar una nueva vida? ¿Dónde hincará sus raíces esa nueva vida? ¿En el 4 de julio americano? ¿En el 2 de mayo español? ¿En el 14 de julio francés? No. La historia de un pueblo no puede ser una invención diaria, llena del artificio de lo prestado. La historia de un pueblo es una continuidad, el plebiscito diario de que hablaba Renan. De Diego Velázquez a Fidel Castro la historia de Cuba ha sido un largo peregrinaje hacia la única felicidad posible: la que proporciona la libertad. Cuba mató su indio, masticó su negro y se tragó su español y de esas mezclas de sangre, hizo al cubano. Hombre de islas, hijo del sol, ese cubano lo ha sido todo sobre su tierra ardiente: matemático y jugador de gallos, ajedrecista y cantor de puntos guajiros, político y hacendado, rumbero y profesor. Fernando Ortiz es el cubano. Y Miguel Matamoros. Y Guiteras. Gastón Baquero. El chino-mulato Wifredo Lam es el cubano. ¿Se puede olvidar todo eso porque el anfitrión sea generoso y la mesa esté bien servida? Yo creo que no. Como decía Martí de los que iban a su tierra cuando aún el español la ofendía: "Otros pueden, yo no puedo''.
Hasta aquí la nota que encontré en mi escritorio y que he transcrito con fidelidad. La dejaron allí como quien dicta su testamento a un notario o como el que echa una botella al mar. Vino Colón, vino Hernán Cortés, vino el americano, vino el ruso, vino la plaga castrista, vino la desolación de la huida en masa. Pero la isla está allí, Cuba está allí. Esperando con su calor de madre por sus hijos dispersos simbolizados en ese cubano que me dejó esta nota y que habla solo de noche bajo las palmas de Hialeah.