PROMESAS Y RIESGOS
DEL VIAJE DE MORATINOS
A CUBA
Por Felipe Sahagun
Análisis
Infolatam
Madrid
España
Infosearch:
José F. Sánchez
Analista
Jefe de Buró
Cuba
Dept de Investigaciones
La Nueva Cuba
Abril 9, 2007
"... Si aplicamos como criterios para juzgar el éxito o fracaso del viaje su impacto en la democratización y estabilización de Cuba, en la protección de las inversiones españolas y en una mejor coordinación entre España, la UE y los EE.UU. hacia la isla, es difícil calificarlo de éxito, salvo que en las próximas semanas La Habana nos sorprenda con decisiones imprevistas".
Con su viaje a Cuba del 1 al 3 de abril, el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, culmina la política de acercamiento al régimen iniciada desde las últimas elecciones en España, en marzo de 2004, se aleja de Washington y de las posiciones más duras en la UE, y aumenta la brecha que separa en política exterior, especialmente hacia Cuba, al Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero y al Partido Popular (PP), el principal partido de la oposición.
Los resultados del viaje –el establecimiento de un mecanismo permanente de diálogo entre los dos gobiernos y la negociación de un plan marco de cooperación- son promesas que pueden significar mucho o nada. Dependerá de su aplicación.
El diálogo, sobre el papel abierto a todos los temas, incluído el de los derechos humanos, debe concretarse en reuniones semestrales de altos funcionarios. El acuerdo de cooperación se empezará a negociar con otra visita de la secretaria de Estado para la Cooperación, Leire Pajín, a La Habana en junio y, si todo va bien, con la formación de una comisión mixta en septiembre de este año.
Para que el viaje pudiera considerarse un éxito, Moratinos necesitaba un acuerdo de protección de inversiones, la reapertura del Centro Cultural (cerrado desde 2003 tras ocho años de funcionamiento y una restauración que costó a España casi 4 millones de dólares), la renegociación de la deuda que Cuba mantiene con España (unos 1.200 millones de dólares) o la liberación de un número significativo de presos políticos.
Como el Gobierno cubano, dirigido colegiadamente bajo la supervisión de Fidel y la responsabilidad directa de su hermano Raúl desde el 31 de julio, no ha dado un solo paso en ninguno de esos frentes, el PP ha calificado el viaje de "una auténtica vergüenza" y la prensa internacional, con algunas excepciones, ha visto la visita como otro regalo diplomático al régimen cubano a cambio de unas migajas que nadie sabe adónde conducirán.
Si aplicamos como criterios para juzgar el éxito o fracaso del viaje su impacto en la democratización y estabilización de Cuba, en la protección de las inversiones españolas y en una mejor coordinación entre España, la UE y los EE.UU. hacia la isla, es difícil calificarlo de éxito, salvo que en las próximas semanas La Habana nos sorprenda con decisiones imprevistas.
La Cuba que han encontrado los corresponsales diplomáticos que han acompañado al ministro desde España es una sociedad paralizada bajo un régimen sin ninguna intención de ceder a corto o medio plazo a las exigencias internacionales de democratización.
No incluir en la agenda de la visita un encuentro de Moratinos con los principales representantes de la oposición interior y callar, cuando en la rueda de prensa final, a su lado, el ministro cubano, Felipe Pérez Roque, llamó "mercenarios y terroristas financiados por potencias extranjeras" a los presos políticos, son dos decisiones que, como señalaba en el diario El Mundo el poeta Raúl Rivero, aumentan la distancia del Gobierno español con la disidencia y, si el poscastrismo acaba en manos de los más radicales, no presagia nada bueno para los intereses españoles.
NOTA DE JOSE: Por eso mantengo que es necesario hacer una overtura con el tema de "La deuda Odiosa" para poner aun mas presion al ejecutivo iberico y para distanciar a este de los intereses de los inversionistas y empresas españolas con intereses en Cuba.
"La oposición pacífica, las fuerzas que deberán estar en el primer plano del escenario de los cambios democráticos que se avecinan, se siente olvidada y ajena", escribe Rivero, a pesar de que el director general para Iberoamérica, Javier Sandomingo, buen conocedor de Cuba, habló o intentó hablar con los principales disidentes.
Nunca ha sido posible un equilibrio perfecto, como el deseado por España y por las principales democracias, entre el régimen cubano y sus disidentes más importantes. Todos los Gobiernos españoles, desde Franco a Rodríguez Zapatero, lo han buscado y todos han chocado con un dictador dispuesto siempre a utilizar la mano tendida o la distensión para la consolidación de su régimen, cediendo lo mínimo posible.
Aunque cambiantes en su influencia con los años, las claves de la supervivencia del régimen castrista desde 1960 han sido el origen revolucionario del sistema, el carisma inicial de Fidel, el nacionalismo antiamericano alimentado y mantenido gracias al embargo estadounidense, el apoyo recibido de la URSS durante la Guerra Fría, la represión de toda disidencia interna, la división internacional y, en los últimos años, el respaldo masivo de regímenes populistas como el venezolano de Hugo Chávez.
Como la mayoría de los observadores iberoamericanos, el actual Gobierno español, inspirado sin duda por la experiencia de la transición democrática posfranquista en la segunda mitad de los años 70, está convencido de que el castrismo sin Castro es inviable y apuesta por una transición cubana pacífica y gradual, basada en la reconciliación y liderada desde dentro.
Comparte con la Administración Bush, sobre todo tras el nombramiento de un nuevo equipo al frente de la política latinoamericana, el deseo de evitar el caos y nuevas avalanchas masivas de emigrantes cubanos hacia los EE.UU.. Difiere, sin embargo, en los mecanismos más eficaces para conseguir ese objetivo: el Gobierno de Rodríguez Zapatero prefiere la cooperación, mientras que la Administración Bush considera más eficaz la presión.
España, que, por presión de José María Aznar, llevó la iniciativa de la primera posición común hacia Cuba de la Unión Europea a mediados de los 90 y su endurecimiento en junio de 2003 en respuesta a la detención de 75 disidentes, ha presionado, desde la victoria de Rodríguez Zapatero, a favor de un nuevo acercamiento.
Como en política interior, la forma brusca de ese giro diplomático ha provocado fuertes divisiones entre los ya 27 miembros de la UE: los nórdicos y Holanda defienden una política hacia Cuba basada, sobre todo, en la defensa firme de los derechos humanos; los llamados atlantistas (Reino Unido, RFA y Austria) se resisten a todo lo que no venga avalado desde Washington; un grupo dirigido por la República Checa, más concienciado contra el comunismo, quiere una política mucho más firme; Francia, Bélgica, Portugal, Italia y, sobre todo, España apoyan el diálogo y rechazan las sanciones impuestas en 2003.
Estas divisiones hacen muy difícil la gestión de Cuba por el alto representante, Javier Solana, forzado a mantener un perfil bajo y a destacar lo que todavía les une: el desacuerdo con el sistema político y económico cubano, la oposición al embargo estadounidense, el rechazo de la ley Helms-Burton y el condicionamiento de una mejora de las relaciones a reformas políticas y legales, y al respeto de los derechos humanos.