La suavidad era la “zanahoria”, es decir los créditos y la ayuda económica. El “garrote” eran los marines, siempre listos a desembarcar en Colombia, Cuba, Haití, Nicaragua, República Dominicana y Panamá. Ahí está el origen de un concepto político que hoy, inexplicablemente, se considera pasado de moda: “imperialismo”.
Ya antes, en un discurso pronunciado en 1899 cuando era vicepresidente, Theodore Roosevelt fue brutalmente claro: “El desarrollo de la paz entre las naciones está confinado estrictamente a aquellas que son civilizadas. Con una nación bárbara la paz es condición excepcional. En los confines entre la civilización y la barbarie, la guerra es generalmente normal. Que los bárbaros sean el indio rojo en la frontera de Estados Unidos, el afgano en los confines de la India Británica o el turcomano que limita con el cosaco de Siberia, el resultado es el mismo. A la larga, el hombre civilizado encuentra que no puede conservar la paz más que subyugando a su vecino bárbaro, pues el bárbaro no cederá más que ante la fuerza”.
A partir de entonces, Estados Unidos aplicó en Hispanoamérica diversas modalidades de presión que fueron magistralmente descriptas en varios libros del periodista e historiador argentino Gregorio Selser (1922-1991), tres de ellos de títulos elocuentes: Diplomacia, garrote y dólares en América Latina (1962), Los cuatro viajes de Cristóbal Rockefeller (1971) y De la CECLA a la MECLA o la diplomacia panamericana de la zanahoria (1972).
A varias décadas de publicados, esos textos recuperan vigencia en momentos en que el presidente Bush se dispone a iniciar del 8 al 14 de marzo una gira por Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México. ¿Y qué ofrecerá en esos seis días? Reducir la pobreza mediante la promoción de biocombustibles como el etanol, impulsar el crecimiento de la pequeña empresa y ayudar a las familias con bajos ingresos para comprar casas. Es decir, nada o casi nada. Migajas.
Selser relata que cuando Richard Nixon asumió como presidente en enero de 1969, envió una misión de expertos a Iberoamérica para informarse de las necesidades de la región. La encabezaba el entonces gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, un poderoso empresario nieto del fundador de la Standar Oil. El hombre de negocios efectuó cuatro viajes en mayo, junio y julio de aquel año. La gira provocó violentos disturbios en casi todos los países que visitó. En Argentina se incendiaron 13 supermercados de su propiedad.
Cuando entregó su informe a fines de agosto, Rockefeller recomendaba a Nixon reforzar los ejércitos latinoamericanos, liberalizar la ayuda económica, fortalecer el comercio, abolir legislaciones restrictivas y mejorar la amortización de deudas. También expresó su inquietud ante el proceso de radicalización de la Iglesia luego de la Conferencia de Medellín en 1968 y recomendó la promoción y fortalecimiento de las sectas religiosas conservadoras.
A 36 años de aquellos cuatro viajes, hoy la mayor parte de América Latina busca su propio camino sin agachar la cabeza ni pedir limosna, pero Bush no está en condiciones de ofrecer mucho más que sus antecesores. En este caso el tamaño es importante y la “zanahoria” resulta muy pequeña.