Por todas partes que he visitado, de Copenhague a Estambul, de la Patagonia a Ciudad de México, periodistas y académicos, sindicalistas y gente de negocios, así como ciudadanos de a pie, inevitablemente me preguntan por qué el público estadounidense ha tolerado la masacre de alrededor de un millón de iraquíes durante las últimas dos décadas y de miles de afganos desde 2001.
¿Por qué, preguntan, un público que las encuestas de opinión revelan que está a favor de retirar las tropas estadounidenses de Iraq en más del 60%, es tan impotente políticamente? Un periodista de un importante periódico de negocios de la India me preguntó qué está impidiendo al gobierno estadounidense detener su agresión contra Irán, si casi todas las grandes compañías petroleras del mundo, incluso las multinacionales estadounidenses, están ávidas de negociar los yacimientos de crudo con Teherán. Los antiguerra en Europa, Asia y América Latina me preguntan en los grandes foros públicos: ¿Qué es lo que le ha pasado al movimiento por la paz estadounidense ante el acuerdo general entre la Casa Blanca republicana y el Partido Demócrata que domina el Congreso para continuar financiando la carnicería iraquí, apoyando a los israelíes en la ocupación, los asesinatos y condena de Palestina y la destrucción de Líbano?
¿Ausencia de un Movimiento por la Paz?
Justo antes de la invasión estadounidense de Iraq, en marzo de 2003, más de un millón de ciudadanos de Estados Unidos se manifestaron contra la guerra. Han surgido desde entonces algunas protestas menores al hilo de la escalada de matanzas en Iraq, el aumento de bajas estadounidenses y la nueva guerra contra Irán que se divisa en el horizonte. El fallecimiento del movimiento de la paz en gran medida es el resultado de la decisión de las principales organizaciones pacifistas de cambiar las movilizaciones sociales independientes por la política electoral, particularmente al canalizar a los activistas al trabajo para la elección de candidatos demócratas, la mayoría de los cuales han apoyado la guerra. La razón ofrecida por éstos "lideres de la paz" fue que, una vez elegidos, los demócratas responderían a los votantes antiguerra que les pusieron en el cargo. Por supuesto la experiencia práctica y la historia deberían haber enseñado al movimiento por la paz lo contrario: Los demócratas en el Congreso votaron todos los presupuestos militares desde que EEUU invadió Afganistán e Iraq. La capitulación total de la mayoría demócrata, recientemente elegida, ha tenido un importante efecto desmoralizador sobre los desorientados activistas por la paz y ha desacreditado a muchos de sus líderes.
Ausencia de un movimiento nacional
Como David Brooks (La Jornada, 2 de julio de 2007) informó correctamente al foro social estadounidense, no hay un movimiento social nacional coherente en EEUU. En cambio tenemos un compendio de fragmentados "grupos de identidad" cada uno de ellos incrustado en un conjunto de estrechos intereses (identidad) y totalmente incapaces de construir un movimiento nacional contra la guerra. La proliferación de estos grupos sectarios de identidad "no gubernamental" radica en su estructura, financiación y liderazgo. Muchos dependen de fundaciones privadas y de agencias públicas para su financiación, lo que les impide tomar posiciones políticas. En el mejor de los casos operan como "lobbies" que simplemente presionan a las élites políticas de ambos partidos. Sus líderes dependen de mantenerse en un plano equidistante para justificar sus sueldos y asegurarse futuros ascensos en agencias gubernamentales.
Los sindicatos estadounidenses son casi inexistentes en más de la mitad del país: Representan menos del 9% del sector privado y el 12% del total de la fuerza laboral. Los funcionarios sindicales nacionales, regionales y de grandes ciudades reciben sueldos comparables a los de los ejecutivos de empresas: entre 300.000 y 500.000 dólares al año. Casi el 90% de los burócratas sindicales de alto nivel financian y apoyan a los demócratas pro guerra y han apoyado a Bush y los presupuestos de guerra del Congreso, aceptan los bonos a Israel (25.000 millones de dólares), la matanza de palestinos y el bombardeo israelí a Líbano.
El lobby de guerra sin oposición
EEUU es el único país del mundo donde el movimiento por la paz no tiene la voluntad de reconocer públicamente y condenar u oponerse a las principales e influyentes instituciones políticas y sociales que de forma consistente apoyan y promueven las guerras estadounidenses en Oriente Próximo. El poder político de la poderosa configuración pro israelí, liderada por el Comité Israelo-Americano de Asuntos Políticos (AIPAC), apoyado desde el gobierno por líderes del Congreso favorablemente situados y cargos de la Casa Blanca y el Pentágono, está bien documentado en artículos y libros de destacados periodistas, estudiosos y por el ex presidente Jimmy Carter. La Configuración del Poder Sionista (ZPC) tiene más de dos mil funcionarios a jornada completa, más de 250.000 activistas y más de mil multimillonarios donantes que contribuyen a financiar ambos partidos políticos. El ZPC asegura el 20% del presupuesto de la ayuda militar exterior estadounidense para Israel, más del de 95% del apoyo del congreso al boicot israelí sobre Gaza y las incursiones armadas en la Franja, la invasión de Líbano y la opción militar preventiva contra Irán.
La invasión estadounidense y la política de ocupación en Iraq, incluyendo las pruebas falsificadas que justificaron la invasión, fueron profundamente inducidas por funcionarios de alto rango con lazos y lealtades duraderas en Israel. Wolfowitz y Feith, números 2 y 3 del Pentágono, son sionistas de toda la vida, que perdieron despachos de seguridad al principio de sus carreras por entregar documentos a Israel. El principal consejero de política exterior en la planificación de la invasión de Iraq del vicepresidente Cheney es Irving Lewis Liebowitz (Scooter Libby), un protegido y durante mucho tiempo colaborador de Wolfowitz y un felón declarado culpable. Libby Liebowitz cometió perjurio al proteger la complicidad de la Casa Blanca castigando a funcionarios críticos con su propaganda de la guerra de Iraq. Libby Liebowitz recibió un fuerte apoyo político y financiero del lobby pro Israel durante su juicio. Nada más perder la apelación de su condena por cinco delitos de perjurio, obstrucción a la justicia y mentiras, el ZPC convenció al presidente Bush para que "conmutara" su condena a prisión, librándole de los 30 meses de cárcel a los que fue condenado antes de que cumpliera ni un solo día. Aunque los políticos demócratas y algunos líderes del movimiento por la paz criticaron al presidente Bush, ninguno se atrevió a responsabilizar al lobby pro Israel que presionó a la Casa Blanca.
Los presidentes de las Principales Organizaciones Judías Americanas (PMAJO) -que suman 52- y sus afiliados regionales y locales son la fuerza principal que difunde la agenda de guerra de Israel contra Irán. El PMAJO trabaja estrechamente con el congresista israelo-estadounidense Rahm Emmanuel y con los destacados senadores sionistas Charles Schumer y Joseph Lieberman, que han logrado eliminar una cláusula en la aprobación del presupuesto que ponía una fecha para la retirada de las tropas de EEUU de Iraq.
En contraste con el éxito de la extensa propaganda de las campañas del congreso y de los medios de comunicación organizadas y financiadas por el lobby pro Israel para políticas de guerra, no hay ningún registro público de las grandes compañías petroleras que apoyen la guerra de Iraq, la invasión israelí de Líbano o las amenazas militares de ataques preventivos a Irán. Las entrevistas con banqueros inversionistas, ejecutivos de compañías petroleras y una revisión completa de las principales publicaciones del Instituto del Petróleo durante los últimos siete años proporcionan pruebas concluyentes de que el "gran petróleo" estaba profundamente interesado en negociar acuerdos petroleros con Sadam Husein y con el gobierno islámico iraní. El "gran petróleo" percibe las guerras estadounidenses en Oriente Próximo como una amenaza a sus provechosas y duraderas relaciones con todos los estados petroleros árabes conservadores del Golfo. A pesar de su posición estratégica en la economía americana y su gran riqueza el “gran petróleo" fue totalmente incapaz de oponerse al poder político y a la influencia organizada del lobby pro Israel. De hecho el “gran petróleo" fue totalmente marginado por el Consejero de Seguridad Nacional para Oriente Próximo de la Casa Blanca, Elliot Abrams, un sionista fanático y militarista.
A pesar de la actividad masiva y sostenida en pro de la guerra de las principales organizaciones sionistas dentro y fuera del gobierno y a pesar de la ausencia de cualquier campaña en pro de la guerra, abierta u oculta, por parte del "gran petróleo", los líderes del movimiento por la paz estadounidenses se han negado a atacar al lobby de guerra pro Israel y siguen profiriendo con voz hueca infundados clichés sobre el papel del “gran petróleo" en los conflictos de Oriente Próximo.
Los lemas, aparentemente radicales contra la industria petrolera, lanzados por algunos importantes intelectuales críticos con la guerra han servido de "cobertura" para evitar la tarea mucho más desafiante de responsabilizar al poderoso lobby sionista. Hay varias razones para el fracaso de los líderes del movimiento por la paz de enfrentarse al militante lobby sionista. Uno es el miedo a la potente propaganda y a las campañas de difamación que el lobby pro Israel es especialista en montar con sus agresivas acusaciones de "antisemitismo" y su capacidad de poner en la lista negra a los críticos que lleva a la pérdida del trabajo, destrucción de la carrera, ultraje público y amenazas de muerte.
La segunda razón por la que los líderes del movimiento por la paz fracasan en criticar al mayor lobby pro guerra es la influencia de progresistas pro Israel en dicho movimiento. Estos progresistas condicionan su apoyo a la "paz en Iraq" únicamente si el movimiento no critica al lobby de guerra pro Israel dentro y fuera del gobierno estadounidense, el papel de Israel como socio beligerante de EEUU en Líbano, Palestina y en el Kurdistán iraquí. Un movimiento que afirma estar a favor de la paz y se niega a atacar a los principales defensores de la guerra cae en la irrelevancia: desvía la atención de los altos funcionarios pro Israel del gobierno y los lobbies en el Congreso que apoyan la guerra y establecen el programa de la Casa Blanca para Oriente Próximo. Al centrar la atención exclusivamente en el presidente Bush, los líderes del movimiento por la paz fracasan en enfrentarse a la mayoría la de gente pro Israel entre los demócratas que apoyan la guerra de Bush, respaldan su escalada de tropas y son incondicionales de la opción militar de Israel para Irán.
El derrumbamiento del movimiento estadounidense por la paz se puede encontrar en la falta de credibilidad de la mayoría de sus líderes, la desmoralización de muchos activistas y los fracasos políticos estratégicos: la renuencia para identificar y enfrentarse a los movimientos reales pro guerra y la incapacidad para crear una alternativa política al bélico Partido Demócrata. El fracaso político de los líderes del movimiento por la paz es absolutamente el más dramático para la gran mayoría de estadounidenses pasivos que se oponen a la guerra -la mayoría de los cuales no desplegaron sus banderas este Cuatro de Julio- y no se deja llevar a remolque por el lobby pro Israel o sus apologistas intelectuales dentro de los círculos progresistas.
La palabra para los críticos antiguerra del mundo es que más de un sesenta por ciento del público estadounidense se opone a la guerra pero nuestras calles están vacías porque nuestros líderes del movimiento por la paz están invertebrados y son políticamente impotentes.