DE REDENTORES E IRREDENTOS.
(Palabras del EZLN en la Mesa Redonda “América Latina vista desde la Otra Campaña”. 16 de julio del 2007. ENAH, México, D.F.)
Yo les iba a contar algunas anécdotas de la Toñita-Tercera-Generación y la Estefanía, y hasta narrarles un cuento de ésos que, según dicen las susodichas, no se entienden nada, pero me acordé que aquí en la ENAH fue donde protestaron porque la última vez que me vine… no, de ésa sí ya ni me acuerdo, quise decir que la vez pasada que vine, protestaron porque hice una exposición multimedia que incluyó a Juan Gabriel, así que no les voy a contar nada de eso. En cambio, y en atención a la seriedad que caracteriza el quehacer académico de esta casa de estudios, voy a hacer una exposición muuuy sensata y formal de lo que es nuestra mirada, como zapatistas que somos, hacia América Latina.
Así que q uiero iniciar con el saludo que, a nombre de mis compañeras y compañeros, damos a Marcos Roitman Rosenmann, en quien el movimiento zapatista siempre ha tenido un oído atento y respetuoso, incluso en momentos en que los deslindes y cambios de ropajes se han puesto de modo y moda en la intelectualidad progresista de México y el mundo.
Es bueno reconocer en su pluma que, contra lo que se empeñan en demostrar algunas mentes, la inteligencia no está reñida con la consecuencia.
Sus agudos y brillantes análisis de las realidades que pululan en las llamadas “clases políticas” de nuestro continente y los vaivenes cada vez más a la derecha de las “izquierdas institucionales”, son miradas que adquieren colores especiales en el profundo y extendido gris de la crítica intelectual en habla española.
Y es nuestra patria grande, América Latina, y las miradas que convoca, lo que hoy nos hace coincidir con él, con Carlos Aguirre Rojas, con Sergio Rodríguez Lazcano, con los compañeros y compañeras de la Conferencia de Organizaciones Políticas Anticapitalistas de Izquierda (COPAI): el Frente Popular Francisco Villa- Independiente-UNOPII, la Unidad Obrero Socialista, y el Partido de los Comunistas, y con quienes prestan oído y corazón a lo que acá se dice.
Bueno, eso si no es que se equivocaron de salón de clases y, cuando sepan que no es materia de etnología ni vale en créditos para la currícula, entonces abandonen la sala (claro, deslindándose antes, lo que sí da créditos).
Bueno, éste no tan breve prólogo fue para que queden ya sólo quienes tienen interés en echar otra mirada la Latinoamérica.
Porque, aún y con la frenética globalización de los estándares norteamericanos en todo el mundo, e n este planeta sigue teniendo identidad propia esa larga herida llamada “América Latina”.
Y hay que nombrarla como dolor, precisamente en estos tiempos en que se ofertan como gobiernos, medicamentos de marca y genéricos que cambian en su presentación pero tienen el mismo efecto, es decir, ni alivian ni sanan.
Y en la gran campaña mediática que es la política de arriba, la historia se ha retorcido y se ha alterado para ocultar una Latinoamérica que construye su mañana a contrapelo y cuyos brillos más intensos están en el Caribe, en esa dignidad llamada Cuba, y que empieza ya a ser acompañada por los movimientos populares que se alzan, desde la Patagonia hasta más al norte del Río Bravo.
En la raquítica historia de los de arriba, esta zona del planeta empezó a existir cuando las potencias imperiales europeas del siglo XVI “civilizaron” y, con la conquista, incorporaron a estas tierras, y a quienes las habitaban, al resto del mundo moderno.
Hay que poner atención a l hecho de que, tal vez, nuestra existencia debió ubicarse entonces en el inframundo, y que la conquista sería así una especie de reversa de la expulsión del ángel rebelde que desafió al Dios bíblico. Un demonio al que se le reincorpora al mundo de arriba, de los de arriba, de la única forma en que es posible readmitirlo, es decir, rendido y sumiso, o sea, redimido.
Si esto fuera así, la historia de nuestro dolor puede ser vista, al menos, desde dos maneras distintas y contrapuestas: la una, como la de la redención y el ingreso al mundo “civilizado”; la otra, como la de la rebeldía y el nuevo y reiterado desafío, ahora al dios terrenal.
Sé que estoy siendo simplista, y que con esta argumentación estoy dejando de lado la riqueza y especificidad de la historia de cada uno de los pueblos hoy latinoamericanos, pero os ruego que paséis por alto esta reducción, al menos con la misma generosidad con la que perdonáis que se llame “mesa redonda” a una mesa que, según todas las evidencias antropológicas, es rectangular.
Bien, volvamos entonces a esta nuestra torpe alegoría de la historia latinoamericana:
Tendríamos, entonces, la historia de arriba como la historia de nuestra redención como pueblos, Naciones y Continente (“redención todavía inconclusa”, dirán el empresarios de las paradójicas “Letras Libres” y sus desorientados “A-Nexos”). Y tal vez aquí podríamos encontrar uno de los hilos aparentemente invisibles que nos unen a los Pueblos de África y Asia (con cuyas miradas y palabras nos encontraremos mañana), porque aquí “redención” es sinónimo de “exoneración”.
La historia oficial, así, no es otra que la del perdón del dios de arriba, la “modernidad” (o sea, el mercado), a la culpa de los latinoamericanos.
Una culpa compleja y con un andamiaje argumentativo más o menos elaborado. Una especie de culpa “all included” (noten cómo me pongo a tono con la temporada vacacional).
Una culpa que incluye la de no haber nacido en la Europa de arriba , con sus monarquías tan exquisitas como ridículas, sus escándalos de pompa y circunstancia, sus museos, su gastronomía, sus políticas anti- inmigrantes, sus opresiones, sus historias vergonzantes y vergonzosazas, sus sumisiones al imperio de las barras y las estrellas, sus izquierdas modernas (tan educadas y bien portadas, que parecen de derecha).
O la culpa de no haber nacido en la Norteamérica de arriba, la cínica, brutal y asesina, la policía mundial, la que le ha aportado al mundo los horrores más infernales en la historia de la humanidad, es decir, el “fast food”, los Malls o Centros Comerciales, las bombas financieras, la Cuarta Guerra Mundial.
Y en esta historia oficial, es decir, la de los grandes medios masivos de comunicación, los destellos que se remarcan son los que simulan perdón y aceptación, la redención: frente a un Bill Gates, un Carlos Slim; frente al cuento de hadas del príncipe de Borbón y la neocenicienta Letizia, el comic del ranchero Fox y la burócrata Martha; frente a la leyenda británica de Jack el Destripador, la realidad de las muertas de Juárez; frente a la prisión ilegal en el territorio ocupado ilegalmente de Guantánamo, la desaparición forzada de militantes de la izquierda radical mexicana (ambas con el argumento de la lucha contra el “terrorismo”).
Que debajo de esas fábulas de éxito, bonanza y terror estén historias reales de despojo, explotación, represión y discriminación, es algo que puede ser pasado por alto. Después de todo, alcanzar el perdón exige sacrificios.
Pero hay algo más en esta historia de perdón y ex oneración. Está también el cobro de una deuda cuya recaudación empezó desde el saqueo de las riquezas naturales (que se inició bajo las banderas de las monarquías europeas), incluyendo el aniquilamiento y esclavitud de millones de indígenas, y que sigue hasta nuestros días bajo las banderas de las “democracias representativas” de todo el mundo.
En resu men: nos jodieron y nos joden, pero fue y es por nuestro bien.
Pero toda redención necesita, además del pecador exiliado del paraíso en tiempo compartido, un redentor. El que haya simulado antes ropajes laicos y ahora descaradas prendas religiosas, no quiere decir que el redent or al que nos referimos sea necesariamente cristiano, católico, apostólico y romano. Después de todo, el manoseo que del dios hizo George Bush en sus guerras contra Afganistán e Irak, así como el develo y desvelo de las historias cachondas y pedófilas del alto clero, no dan mucha tela de donde cortar para confeccionar el traje del redentor (o redentora, porque allá arriba, dicen, sí hay equidad de género).
Y el puesto de redentor tampoco tiene mucho qué ver con los principios, la ética, la honestidad, y todas esas cosas extrañas, absurdas y, sobre todo, fuera de moda.
Entonces, ¿en dónde se gesta y forma , en la actualidad moderna, el redentor?, ¿cuál es el vientre que lo pare, lo cría, lo forma, lo educa y, al repudiarlo luego, le da motivos para gastarse un dineral en el diván psicoanalítico (porque para todo Edipo hay una su Electra)?
Quienes hayan respondido que en la ENAH, en la academia, o en una escuela de cuadros políticos, tienen tache, pero pueden presentarse a extraordinario si se quedan hasta el final de esta plática.
La respuesta correcta es: en los medios masivos de comunicación. O más mejor: en el mundo que crean los medios masivos de comunicación.
Hace un rato dijimos que nos convocan dos temas: el de América Latina y el de las miradas.
Pues bien, con todo ese proceso de imposición de la Historia de Arriba, la que nos asigna el papel de redimidos, se nos ha convertido en extraña y extranjera una tierra que es también la nuestra, la latinoamericana. Sobre ella no tenemos datos de primera mano, propios. Es decir que nos asomamos al resto del mundo a través de la mirada de otros. Vemos lo que esas miradas nos permiten ver.
¿Y a través de qué o de quién nos asomamos a esa América Latina que nos es ajena? No preocupar, para eso están los corresponsales, los enviados especiales, los comentaristas, los analistas, los locutores, los jefes de redacción, los periódicos, las revistas, los programas de radio y de televisión, el National Geographic.
Y e n todos estos casos nos encontramos con miradas suplantadoras. Si vemos a la Ciudad de México, veremos a un Marcelo Ebrard tan dinámico y emprendedor que parece anuncio de desodorante, pero no veremos a las familias que en Tepito, Iztapalapa, Santa María La Ribera, y el objetivo en turno en la neoconquista del DF, se han quedado sin hogar ni fuente de empleo por las “expropiaciones”; si volteamos a Venezuela, no veremos a un pueblo organizándose y construyéndose una Nación soberana e independiente, sino las supuestas arbitrariedades de la supuesta tiranía de Hugo Chávez; si miramos a Brasil, no distinguiremos las luchas agrarias del MST, sino a un bonachón, afable y carismático Luis Ignacio Da Silva, (más conocido como “Lula” por sus cuates del Fondo Monetario Internacional); si nos asomamos a Bolivia notaremos la afición futbolera de Evo Morales, y no el movimiento indígena y campesino que estremeció y estremece al continente; si vemos a Chile, distinguiremos el buen o mal gusto en el vestir de la Bachelet, y no la discriminación en contra de los indígenas Mapuches; si vemos a Cuba, conoceremos cómo van las apuestas sobre la vida o muerte de Fidel Castro, y no el heroísmo y generosidad de un pueblo entero; y si vemos a México, bueno, ahí no veremos a Felipe Calderón y sus neofilias asiáticas… porque lo tapan los uniformes de los militares.
Y a sí podríamos recorrer la geografía entera de Latinoamérica y preguntarnos, sobre todo, qué no vemos a través de la mirada usurera de los grandes medios de comunicación.
Y como la geografía, el calendario. Las fechas para recordar y para olvidar, son establecidas por el mundo mediático. Así , por ejemplo, el 12 de octubre se celebra el día de la hispanidad, no se recuerda el inicio de un crimen que todavía no termina: el aniquilamiento cultural y físico de los pueblos originarios de estas tierras; el 16 de julio no es el día de la mesa rectan…, perdón, redonda, sobre “América Latina vista desde la Otra Campaña”, sino el día del estreno de Harry Potter y La Gallinita Ciega.
Ergo: el mundo que vale, que existe, que es real, es el de los medios de comunicación . Y es ahí donde se forma el redentor “moderno”, es decir, el político profesional. Porque ése es su trabajo, ésa es su misión, ése es su empleo, ése es su puesto, ése es su parlamento en la tragicomedia del Poder en América Latina: redimir a las sucias, feas y malas (noten cómo contradije mi legendario machismo omitiendo el masculino y poniendo sólo en femenino la referencia al abajo insumiso y culpable).
Si el terreno de gestación es el mediático, ¿para qué los principios, la memoria, la honestidad? Ahí no son necesarias plataformas políticas o programas de acción, sino un programa de imagen publicitaria y una plataforma con todos los cosméticos habidos y por haber. En lugar de un seminario en la escuela de cuadros, es preferible una portada en “¡Hola!”, “Gente” (o de perdido en “TV y Novelas” o “TV y Notas”).
Porque ahí lo importante es que te conozcan los importantes, los que valen, los que eligen realmente.
Y a la hora estelar de la programación, es decir, a la hora de las elecciones, es eso lo que va a contar de veras, es decir, la imagen mediática.