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General: “”” ERECCIONES EN CUBA.”””
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: esteban_casa챰as  (Mensaje original) Enviado: 23/07/2007 23:13
                    “”” ERECCIONES EN CUBA.”””


La pionerita llega por segunda vez, toca a la puerta y me dice; “compañero”. Inclino la mirada y le pregunto con los ojos, insiste en comunicarme que demoro en ir a votar, hoy es el día de las erecciones del Poder Popular. El viejo tuerto abre su puerta sin que nadie lo llamara, me mira con algo de rabia, lo hace con el único ojo que dispone. La revolución no dispuso de fondos para donarle un ojo de cristal, pienso, él vivía conforme, convencido, quizás resignado a su vieja situación. Nunca le pregunté cuándo ni cómo lo había perdido, pero resultaba un pecado haberlo dejado el otro sano, es la desventaja que representa tener órganos repetidos, vuelvo a pensar. ¿Y si en lugar del ojo le hubieran cortado la lengua?, me pregunto y me respondo, escribiría el muy hijo de buena madre.
-La mesa de votación cierra a las seis de la tarde. Dijo la pionerita un poco asustada por la fealdad del viejo. Faltaban treinta minutos, ella no se despidió, no me repitió la palabra compañero, actuaba predispuesta, como cumpliendo una misión importantísima.
-¡Qué no se diga, camarada! Un oficial de nuestra gloriosa marina mercante no puede faltar a ese deber revolucionario de cada cubano, ¿verdad? El ojo sano del viejo se dirigió a mi rostro, más que una invitación, leí en sus palabras una velada amenaza. En cuestión de segundos me convertí en el compañero de viaje de una niña y en el camarada de lucha de un chivato.
La primaria donde estudiaron mis hijos era el escenario de aquel importante evento, una de las aulas había sido transformada totalmente. En un extremo de ella fueron colocados aquellos cubículos de construcción artesanal cuya entrada era cubierta por un pedazo de tela blanca que, muy bien pudo servir para confeccionar sábanas o kótex. En el otro extremo, la mesa electoral y la urna escoltada por un pionerito con cara de aburrimiento y quizás desesperado por la terminación de aquella comedia. Le habían robado parte de las horas dedicadas a sus juegos infantiles y dentro de poco comenzarían “Las Aventuras”, ellos se identificaban con aquel popular personaje llamado Durdú el loco, quien no era tan loco tampoco.
Me detuve en el mural expuesto en la pared exterior de aquella aula, allí exponían las fotos y síntesis biográficas de los candidatos. Todos vestían de trajes, como si en Cuba los hubiera. Parecían toros a punto de ser ahorcados por el nudo de las corbatas, unas veces con inclinaciones hacia la derecha y otras a la izquierda. Algunos de ellos no pudieron cerrar el botón del cuello de la camisa. Aquella imagen me trasladó a finales de la década de los sesenta donde se exigían las fotos de pasaporte con trajes, y los fotógrafos poseían corbatas y sacos que a veces les faltaba parte de las mangas. Nunca comprendí ese afán en exportar imágenes de un pueblo elegante, cuando la realidad era diametralmente opuesta. Los cuatro trapos con un poquito de vergüenza que se guardaban en el escaparate, había que reservarlos para las ocasiones especiales y un blumer sano para las consultas médicas, ¿y por qué no?, para el primer encuentro amoroso. Luego, poco a poco, se irían perdiendo esas penas.
Leo con la misma velocidad que hacía al comprar el Granma, todo era agua corrida, mango caído. El compañero Manuel García Rodríguez tenía cumplida cinco misiones internacionalistas, diez zafras azucareras, ostentaba tres diplomas de vanguardia provincial, etc. Raúl Camacho Díaz, combatiente de Girón, alfabetizador, quince zafras azucareras, vanguardia del sector de la construcción. Evelio Pérez Menéndez, combatiente del Escambray, tres misiones internacionalistas, vanguardia en el sector de la salud, tao, tao y tao. No conocía a ninguno de aquellos toros a punto de ser ahorcados por sus corbatas.
-¡Compañero! Quedan diez minutos para cerrar la mesa electoral, ¿va a votar? Era la voz de una vieja vestida de miliciana con cara de chivata, me recordó mucho a Gloria, aquella bruja que era la responsable de vigilancia en Santos Suárez. No le respondí y pasé al aula transformada en teatro de aquella comedia. Me pidieron el carné de identidad y buscaron mi nombre en una lista. El tipo iba pasando hojas por hojas y las recorría con una reglita plástica de color beige, donde las graduaciones de las pulgadas correspondientes al borde superior y los centímetros de la inferior, eran resaltados por una especie de sombra que produce el churre acumulado por los años.
Durante esos minutos de búsqueda, pensé en mis verdaderos representantes, pero ninguno de ellos se encontraba comprendido dentro del marco de aquel mural expuesto al exterior del aula. Manuel no va a resolver el problema de la libreta, Raúl tenía rostro de carnero, Evelio era muy parecido al tuerto, pero lo peor, no sé de dónde carajo me sacaron a esta gente. El tipo me entregó la boleta y me indicó la dirección de los cubículos como si yo fuera comemierda. El pionerito recargaba el peso de su cuerpo sobre una pierna y luego sobre la otra, me suplicaba con la mirada de que acabara de votar para marcharse a disfrutar de sus aventuras. Siete u ocho pasos me separaban de la mesa a los cubículos, no puedo recordarlos después de tantos años. Entré y miré hacia todos lados, busqué alguna rendija en aquella tela que cubría la entrada. Mi vista recorrió paredes y techo en busca de algo que siempre nos persiguió como un fantasma, pero no tenía mucho tiempo disponible para esos lujos. Vencí el miedo que se apodera de todos nosotros y coloqué la boleta sobre la mesita dispuesta, entonces, marqué una cruz en todos los espacios dedicados a las votaciones, y en una parte blanca de aquella boleta, dibujé un pene erecto con sus dos bolas. Todo fue rápido, muy rápido, respiré profundamente en tres oportunidades y luego de doblar cuidadosamente la boleta, me dirigí tranquilamente hasta la urna donde se encontraba el impaciente pionerito.
Tocaron a la puerta de mi casa, pero esta vez, tocaban repetidamente el timbre que ofrecía doce fragmentos de números musicales, era una novedad que cada niño deseaba explorar. ¡Compañero! La mesa de votación cierra a las seis de la tarde, me decía el pionerito tratando de aliviar el enojo por el abuso del timbre. El tuerto abría su puerta, pero no me llamaba “camarada”, habíamos tenido una discusión por una pelea suya con otro niños, yo era su enemigo. Cada año, tocaba una pionera diferente, las primeras se convirtieron en mujercitas, porque en la isla eres mujer cuando las tetas son capaces de soportar un bajaychupa, y cuando tu madre tiene que compartir el kótex que agarró en la última cola. No me pasó nada, todo se redujo a simples toques de puertas. Mi caso era muy particular y diferente a la media cubana, podía perderlo todo y lo jugué todo contra nada, pero no perdí por muchas razones complejas. Otros, pierden cosas con menos importancia para muchos, digamos que el derecho a la compra de un televisor, un refrigerador, una semana en un campismo, un apartamento, ¿quién pudiera saberlo? Pero ese poco tan insignificante para mí, era mucho para ellos y su familia. Tanto, que la libertad de Cuba tiene la misma importancia de un tareco al que nadie se atreve a renunciar.
Llegan fotos de los carnavales en Santiago de Cuba, una jauría de uniformados escolta a la mansedumbre que arroya al toque de tambores, gangarreas y cornetas chinas. Mal vestidos, sudorosos, empercudidos, rostros que no muestran si disfrutan de la alegría o amargura. Son Mono Lisos, monolíticos, monótonos encerrados en un solo vicio, mover el culo una vez por año, porque la vida allí es un carnaval cada semana de un año.
Nadie toca mi puerta salvo raras excepciones de entregas personalizadas, los niños pasan en Halloween y tenemos preparadas nuestras bolsitas con caramelos. No hay pioneritos que toquen constantemente para recordarme o amenazarme que debo votar. El tuerto se ahorcó, según me contaron amistades, debe ser Cevepé en el infierno, nunca me importaron los carnavales. Somos los mejores en la cama, nadie puede hacernos un cuento de erecciones. Yo boté toda esa porquería a la mierda.




                            Esteban Casañas Lostal.
                            Montreal..Canadá.
                            2007-07-23


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