Castro y Hitler, analogías maravillosas
INDICADOR POLITICO
Castro y Hitler, analogías maravillosas
¿La historia los absolverá o absorberá?
Por Carlos Ramírez
Acostumbrado a ser el centro de atracción con su presencia física, el comandante Fidel Castro ahora se ha convertido en un experto para explotar sus ausencias. Filtró la información de que estaría en la ceremonia del primero de mayo para obligar al acarreo masivo y convirtió su ausencia en nostalgia revolucionaria.
Desde su búnker hospitalario, Castro asiste al derrumbe de su poder. Y así como en su lecho de muerte Mao regresó humildemente a Confucio, así Castro ha tenido que regresar a una de sus lecturas más simbólicas y preferidas: Adolf Hitler. La referencia no es nueva sino, más bien, de definiciones: la estrategia política de Castro, la conformación de su dictadura personal, sigue las enseñanzas de Hitler, a excepción del holocausto.
El descubrimiento fue realizado por el escritor Guillermo Cabrera Infante, partícipe en la lucha guerrillera y luego expulsado del paraíso dictatorial y echado de la isla por negarse a aceptar el comunismo y el endiosamiento del líder. Cabrera escribió alguna vez que el discurso que simboliza la lucha de Castro --que no de la revolución cubana--, el de su autodefensa jurídica luego de su arresto por el fracasado asalto al cuartel Moncada, estuvo inspirado en Hitler.
Y así fue. Castro dijo al final de su discurso en el juicio del 16 de octubre de 1953:
“En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá.”
Hitler, a su vez, dijo en un juicio similar, el 17 Proceso por el levantamiento nacional socialista del 8 de noviembre de 1923, en Munich, y fue incluido al final de su libro Mi lucha:
“Los jueces de este Estado pueden condenarnos tranquilamente por nuestras acciones; más la Historia, que es encarnación de una verdad superior y de un mejor derecho, romperá un día sonriente esta sentencia, para absolvernos a todos nosotros de culpa y pecado. Pero esa misma Historia emplazará también ante su tribunal a aquéllos que, imperando hoy en el mundo, hoyan leyes y derechos, precipitan nuestro pueblo en la ruina y que, además, en medio de la desgracia de la patria, colocan sus intereses personales por encima de los de la comunidad.”
Como Hitler en su búnker durante su derrumbe personal, político y militar, Castro --en el papel de Mr. Blank de Paul Auster en Viajes por el scriptorium-- no pierde oportunidad para conducir al mundo. Ayer mismo, mientras se lamentaba su ausencia en el desfile del primero de mayo, lanzaba una carta agresiva contra el brasileño Lula por negarse a aceptar --como Hugo Chávez y Evo Morales-- el liderazgo de la historia personal de Castro. Esa carta --franca intervención del presidente de un país en asuntos de otro país-- constituye un regaño del Patriarca garcimarquiano atrapado en el balcón de su Palacio y agobiado por los gallinazos.
El derrumbe de Fidel Castro ha comenzado. Y no por la validez o ineficacia de sus ideas o su ejemplo, sino por la certeza de las inviabilidades: Castro es un ejemplo personal, irrepetible. Su hermano Raúl, a quien, como monarca europeo del siglo XV, Fidel le ha heredado el poder --así como en el pasado Batista gobernaba Cuba como una monarquía--, es una figura decadente, poco respetada. Así, Castro ha llegado a la conclusión de que la revolución cubana es personal, no histórica, menos científica.
Tarde se ha percatado Fidel que la revolución cubana ya no existe. Que hay un modelo comunista inviable, que el socialismo rescatable ha sido anulado por la ambición personal, que todo se reduce a la figura dominante del Patriarca. Y que él, guerrero al fin, necesita de una guerra permanente para convencer a su pueblo que hay una condición de necesariato, así como Porfirio Díaz gobernó México a sangre y fuego durante más de treinta años. Y que los cubanos no saben vivir sin el líder paternalista como si ellos fueran los hijos desobedientes.
Mañosamente --qué líder no termina reducido a un costal de mañas--, Fidel dejó entrever que estaría presente en el desfile del primero de mayo para evitar deserciones o ausencias. Los cubanos asistieron en masa para ver a su líder. Pero el pastor no puede abandonar el hospital. Por eso trata de estar presente ante una masa cuya miseria ha sido cincelada a golpes de patriotismo guerrero y bajo la amenaza del imperio agonizante. Como guerrero, Fidel necesita de guerras para sobrevivir: la invasión de Bahía de Cochinos lo endiosó y por eso impuso el sistema comunista, la amenaza de invasión es alimentada con un lenguaje de Pedro y el lobo. Sin guerra, la fuerza de Fidel quedaría reducida a la mínima expresión.
Cuba, pues, se prepara para el fin no sólo físico sino histórico de Fidel. Su hermano Raúl, rey coronado por el monarca anciano como si Cuba fuera una monarquía revolucionaria y dictatorial, asume el poder y lo mantendrá por la represión. Fidel, como Hitler en su búnker, prepara las batallas inexistentes y da órdenes a militares para confrontaciones invisibles.
Pero como Hitler, Fidel espera la absolución de la historia.
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