Han pasado casi veinte siglos desde que el publicano Mateo escribiera en su evangelio el reproche de Jesús de Nazaret a sus discípulos: âpobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréisâ, cuando aquéllos protestaron porque una mujer derramó un caro perfume sobre la cabeza del maestro, pero estos profetas del paraíso neoliberal descubren el mensaje religioso y lo travisten en dogma económico inamovible en la sociedad global. ¡Pobre Jesús de Galilea, cuánto y tanto han trastocado tus mensajes!
Tal pésima nueva se conoce en plena conmoción por el huracán Katrina sobre Nueva Orleáns (Louisiana, EEUU) y cuando la Conferencia de Naciones Unidas para Comercio y Desarrollo (UNCTAD) concluye que la economía ha crecido un 4% en 2004. Un crecimiento no traducido en reducción de pobreza.
Que la pobreza es la base del mundo globalizado neoliberal es innegable. El último informe de la Oficina Federal del Censo de EEUU reveló que en el país más rico de la Tierra ya hay 37 millones de pobres (casi un 13%), que los pobres no cesan de aumentar en ese país desde hace cuatro años y que también aumentan los pobres blancos, no solo negros e hispanos. En la próspera Alemania, el número de ciudadanos bajo el umbral de la pobreza ha pasado en cinco años del 12,1% al 13,5%.
En el mundo, denuncia UNICEF, mueren cada día 4.000 niños y niñas porque 400 millones de niños y niñas -casi la quinta parte de la población infantil del mundo-carecen incluso del mínimo de agua potable necesario para sobrevivir. Y eso es pobreza. Según el PNUD (oficina para el desarrollo de onU) ¡cada tres segundos!, en algún lugar de planeta, muere un niño por causas relacionadas con el hambre. También aumenta el número de niños pobres en países ricos. Según el informe “Pobreza infantil en países ricos en 2005” en los países de la OCDE (los más desarrollados) hay entre ¡40 y 50 millones de niños pobres! Y la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) calcula que uno de cada siete habitantes del planeta pasa hambre. Son 852 millones de seres humanos que no pueden alimentarse todos los días o en muchos días. Pobreza significa cientos de millones de dolor, de angustia, de sufrimiento, de indignidad.
Pretender que la pobreza es necesaria para que el mundo funcione es una canallada. Es regresar a la sociedad atrozmente estratificada y profundamente injusta de la Edad Media, es volver a la insoportable organización social esclavista de los tiempos de Roma republicana o imperial… y de siglos posteriores. Es pretender que hay dos clases de seres humanos: una mayoría que sufre y paga las consecuencias y una minoría muy minoritaria que se monta sobre las espaldas del resto la Humanidad y derrocha obscenamente.
Esos pretendidos “expertos” son voceros, mercenarios y estómagos agradecidos del vigente dogma económico neoliberal, el de la libertad ilimitada para el capital (sobre todo financiero), la desaparición de normas y controles, la privatización a ultranza de lo público y la reducción del Estado hasta el enanismo (salvo para guardar el orden ante reacciones y reivindicaciones de los de abajo, base de la pirámide).
Conviene recordar un escrito del periodista Miguel Ãngel Bastenier a propósito del desastre de Nueva Orleáns: âEn el golfo de México, un huracán ha rendido, indirecta pero cruentamente, homenaje a Keynes, al Estado-Providencia, al Estado-Nación, tan vituperado en general como necesario. La debacle del Katrina remacha lo que la realidad prueba cotidianamente, que el neoliberalismo no sirve para defender al ciudadano; que el Estado es todavía insustituible. Neoliberalismo, licuefacción del Estado, confianza ciega en el mercado, y que el resto corra a cargo de las onG, es igual a la ley de la selva. El Estado es todavía lo que nos separa de una barbarieâ.
O superamos el dogma neoliberal –política, económica y culturalmente hablando- o el neoliberalismo acabará con la Humanidad