Es el 10 de octubre de 1868, una de las efemérides más significativas del pueblo cubano y fecha de referencia para abordar el inicio de nuestras luchas por una Patria libre e independiente, por lo que me dispongo a resaltar algunas de las razones que glorifican a ese día. Así, ante todo, deseo destacar uno de los pasajes trascendentales protagonizados en aquella ocasión por quien devino Padre de la Patria Cubana, Carlos Manuel de Céspedes, cuando alentaba al histórico levantamiento conocido como La Demajagua: “Ciudadanos –dijo Céspedes–, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar su independencia. Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás”. Una interpretación de lo expresado por Carlos Manuel nos puede conllevar, por lo menos, a inferir que por una parte, Céspedes le concede la libertad a sus esclavos sin que estuviera condicionado a una específica determinación personal de ninguno de ellos. De este modo, aquí se encuentra un fundamento de la histórica concepción que ha acompañado a los revolucionarios cubanos desde entonces, en el sentido de abogar por la dignidad concebida como el respeto y el estímulo a la plenitud de cada persona, al margen de sus características externas e ideas filosóficas y religiosas. Por otra parte –en línea directa con lo anterior–, se puede apreciar cómo Céspedes, al tiempo que exhibe claridad acerca de lo indispensable que resulta que Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar su independencia –como él precisó, pero dejando sentado que el todos es en función de la independencia (ello es diametralmente opuesto a cualquier variante anexionista)–, también evidencia convencimiento sobre el carácter voluntario que tiene que poseer el empeño revolucionario –de ahí lo de que “Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás”–, otra de las máximas que asimismo nos ha venido acompañando. En correspondencia con lo anterior, constituye toda una coherencia el hecho de que seis meses después, al calor de la Asamblea de Guáimaro –magna cita de los patriotas levantados en armas contra el colonialismo español, en Camagüey–, Carlos Manuel de Céspedes fuera capaz de supeditar su condición de iniciador de la contienda libertaria y someterse a la voluntad de la mayoría de los allí reunidos. Si no, fíjese usted en lo que sigue: Como resultado de la mencionada Asamblea, quedó establecido un Gobierno en el cual la máxima autoridad recaía en la Cámara de Representantes, con facultades para nombrar y sustituir al Presidente de la República en Armas, responsabilidad que precisamente recayó en Céspedes. De esa manera, él asumió la decisión de la mayoría. Y además, cuando dicha Cámara lo destituyó y lo dejó abandonado a su suerte, tampoco Carlos Manuel atentó contra los más profundos ideales que él contribuyó a forjar. Por lo tanto, la efemérides que celebramos este 10 de octubre constituye todo un referente para continuar la marcha triunfal del pueblo cubano en su larga lucha por la edificación de su libertad e independencia plenas, tanto más al hacernos acompañar por el legado de Carlos Manuel de Céspedes. ¡Que así sea siempre!. |