Vaca estúpida. Sólo a ella le podía haber pasado algo como eso. Sí, ingenua y estúpida. ¿Cómo se le ocurre hacernos caso? Sí, compañeras vacas, nuestro plan dio resultado. Matilda acaba de morir descuartizada. Atropellada de la forma más espantosa. Jajaja, vaca estúpida.
Así comencé mi relato ante la gran audiencia de vacas que me miraba embelesada. Solamente yo me había ofrecido para cumplir esa tarea. Pero al final, todo resultó según el plan. Matilda era la vaca más mimada de toda la granja. Y no tenía nada de especial como para que lo fuera, era una vaca más, como nosotros. Si al menos hubiera dado mejor leche, o hubiera sido ligeramente más bonita, yo no me hubiera ofrecido. Lo hubiera entendido. Pero no, ella era la favorita. Y ni yo ni las otras vacas de la granja estábamos dispuestas a permitirlo. Una vez que yo hice el trabajo sucio, venía la parte más reconfortante: la historia. Todas esas otras vacas cobardes anhelantes me miraban expectantes, ansiosas por saber más. Y yo esperaba anhelante el clamor que me alzaría como la vaca más valiosa del rebaño. Así que, respondiendo a las preguntas de ¿cómo fue?, continué mi relato.
Ella pastaba tranquilamente, como todos los días, sin hacer ningún problema, aunque siempre la escuchaba decir que esperaba comer un mejor pasto algún día. La muy estúpida. Todavía la más mimada de la granja y se queja de lo que le dan. Y me puse a pastar con ella. Hablamos unas cuantas cosas sin importancia. Ya saben, siempre es bueno ganarse un aliado. Sí, que este pasto es horrible, que el granjero no sabe tratarnos. Sí, así es. Impón tus pensamientos a alguien y te ganarás un enemigo, convéncelo o adopta su propia idea y ganarás un aliado. Así es. Juego mental. Matilda nunca se dio cuenta de mi juego. Cuando por fin la convencí de que debíamos intentar salir del corral y probar nuevos pastos, comenzamos a caminar. Ustedes hicieron su trabajo espectacularmente. La puerta estaba abierta, y sin rastros de su presencia. ¿Cómo podría Matilda sospechar algo? Qué ingenua.
Comenzamos a caminar, y salimos de los dominios del granjero. Por un momento creí que el granjero estaba sobre nosotros, y casi me eché para atrás. Pero todo resultó un simple espejismo. Nadie venía. Compañeras, ese camino fue tan arduo. Conforme avanzábamos, Matilda iba a cayendo en la cuenta de mi plan. No sé cómo, pero se estaba dando cuenta. Casi al final del camino, pude percibir su expresión. No cabía duda, Matilda sabía que planeaba asesinarla. Al fin me plantó cara. Luchamos, como si nos estuviéramos peleando por la preferencia de un toro. Ella era fuerte, pero yo más. Aguanté el dolor de mis heridas, me revolqué unas cuantas veces, pero al final este cuerno que ustedes ven con manchas de sangre se clavó en uno de sus costados. Ya estaba mortalmente herida, pero yo no iba a permitir que se muriera lentamente. No le iba a dejar chances de recuperarse. Aproveché que el tren estaba allí. Le di un par de embestidas y se revolcó. Le di con precisión y fuerza exactas, y allí quedó, tendida, esperando su final. Matilda ya no se podía levantar. Yo no quería verlo, y empecé a volver a la granja, pero el tren vino muy rápido. No pude evitar ver morir a Matilda, y su cabeza cayó a mis pies. Vomité todo lo que llevaba en mi estómago. Fue horrible, pero al final se sobrepuse y regresé. Y aquí estoy, a la espera. Sé que me he vuelto una heroína.
Las otras vacas sólo pudieron mugir en asentimiento. Me sentía realizada, una heroína de verdad. Ahora ya no habría diferencias. Todas seríamos iguales. Otra vez. Qué felicidad sentí en ese momento. En medio de todos los vítores, yo salí a los bebederos a beber un poco, pues la plática me había dejado sedienta. Y he aquí lo vi. El granjero sentado en la puerta del granero. Y vi en su sonrisa malévola mi final. Todo había sido una conspiración. Se rió malévolamente. Y en esa risa percibí que yo era la próxima. Iba a hacer todo para que yo, la vaca Jacinta, fuera la más odiada entre todas las vacas y que planearan mi asesinato. Pero sé que no será así. Un par de cornadas y el granjero morirá. O tal no. Las otras vacas son tan cobardes que ninguna se atreverá a matarme como hice yo con Matilda. Mi final no está cerca. ¡Lo prometo!