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General: Difusión hipócrita de la información
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 05/11/2007 02:53
La política cultural de la Revolución Cubana y el acceso a la información noticiosa de hoy en Cuba y en el mundo
Difusión hipócrita de la información

Darel Avalus

Con un curso de post grado que abarcará los temas “El Pensamiento Crítico en el Campo Cultural Cubano en las Diferentes Etapas de la Revolución”, “Política y Cultura Cubana durante el Proceso Revolucionario”, “Las Interpretaciones del Marxismo. Su Impacto en la Cultura Cubana y en la Historiografía en Particular”, “La Religión en la Cultura Cubana”, “La Cultura Popular Cubana”, “Las Ciencias Sociales en la Cultura Cubana”, y “El Arte y la Literatura en Cuba”, el Instituto de Historia de Cuba (www.ihc.cu) ha comenzado la investigación que lleva por título Política Cultural de la Revolución Cubana, en la que aparecen como coordinadoras la doctora Mildred de la Torre Molina y la licenciada Jorgelina Guzmán Moré. Los encuentros se efectuarán el primer jueves de cada mes desde el 1º de noviembre hasta el mes de julio de 2008.

La mañana inaugural del jueves 25 de octubre de 2007 fue muy lluviosa en La Habana. Con todo, más de 70 personas entre pasantes, asistentes oficiales, invitados, curiosos y oyentes de ocasión se congregaron en el Palacio de Aldama para escuchar las palabras introductorias de Eliades Acosta, jefe del Departamento de Cultura del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y de Fernando Rojas, viceministro de Cultura, y las diversas opiniones que sus intervenciones incitaran en el público asistente.

El interés que despierta el tema de esa investigación entre la población cubana actual explica el elevado número de asistentes al coloquio, con entrada absolutamente libre, toda vez que —al tiempo que se reconocen consensualmente los aciertos de la política de la Revolución Cubana en la generación e implementación de múltiples medidas para lograr la masificación incluyente de la cultura, la elevación constante del nivel educacional de la ciudadanía, la diseminación permanente del conocimiento sin discriminaciones, la defensa consecuente del patrimonio cultural del país y el consistente enriquecimiento del acervo cultural del pueblo— el pasado ha conocido períodos de tensión, desconfianza y desencuentros en las relaciones entre connotados intelectuales y representantes del poder político, que se tradujeron frecuentemente en medidas punitivas de diversa naturaleza y dudosa legitimidad, hechos todos que recientemente han sido objeto de análisis espontáneo a un nivel que podría acertadamente reputarse de “gremial ampliado”… Sin la catarsis social que supone la superación dialéctica de entuertos, el dolor provocado por eventos penosos, lejos de mitigarse, se ve magnificado con el paso del tiempo, amparado en el temor de una nueva ocurrencia.

Bien ha sido afirmado que “la verdad” —dada la íntima relación que el acceso a ella guarda con el sujeto cognoscente—, el contenido último de un acontecimiento, sus causas y consecuencias “verdaderas”, salvo que se trate de hechos muy puntuales, resultan siempre conceptos enrevesados o fácilmente distorsionables. En cualquier campo del saber deja su huella el vínculo dialéctico entre la interpretación que hacemos de los eventos desde la realidad psíquica de cada cual, los modelos interpretativos con que los abordamos y las esencias mismas de los fenómenos, pero se hace particularmente evidente cuando nos aproximamos a temas antropológicos y sociales, porque en ellos interviene con mucha fuerza la visión de individuos aislados, que depende —a su vez— de sus circunstancias particulares.

La causa de esta imposibilidad inmediata de acceso a las esencias estriba, según prueban las evidencias científicas, en la peculiar manera —signada por la aprehensión secuencial de eventos acaso simultáneos— en que la realidad encuentra reflejo en el cerebro humano, pues comenzando por su reconocimiento sensorial y el impacto que provocan estos estímulos de los sentidos en el psiquismo del sujeto receptor, el procesamiento ulterior que reciban, la vigencia o memorización discriminada que sufran, los enlaces sinápticos que exijan, hasta los complejísimos procesos que conforman la revelación social que se haga posteriormente de ellos, son fenómenos muy singulares, asociados a la historia anterior del individuo de una manera —a su vez— muy enmarañada, coyunturalmente limitada y dinámica. Para reducir el peso de la subjetividad humana contamos con el recurso social de las ciencias, en cuyo arsenal (paulatinamente creciente) existen elementos (siempre cronológicamente suficientes) que nos permiten acercarnos gradual y asintóticamente al descubrimiento de la verdad. Es bueno no olvidar este hecho.

En los temas sociales, la valoración ética de la verdad es un asunto no menos espinoso que el de la dilucidación de la verdad misma, máxime si se tiene en cuenta que no han sido científicamente definidos universales éticos deducidos de las especificidades objetivas de la subjetividad humana, algo que —a todas luces— exige explanaciones más profundas de ese psiquismo.

La valoración moral es siempre más laxa que la ética, porque sus referentes se reducen a las normas puntualmente consentidas en la sociedad de que se trate. Por ejemplo, la existencia de ricos y pobres es moralmente aceptable en casi todo el mundo civilizado y global de hoy (no en Cuba, por cierto), y en Alemania, pongamos por caso, país paradigmático en muchos sentidos civilizatorios, por complicadas razones de moral, la prostitución es hoy día legal mientras se penaliza el adulterio. Más aún, según las revelaciones recientes del escritor británico David R. L. Litchfield que han aparecido tanto en su libro La historia secreta de los Thyssen como en sendos artículos del diario británico The Independent y del alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung, la condesa Margit Batthyany, hermana mayor del barón Thyssen, en la noche del 24 al 25 de marzo de 1945, participó en la matanza de cerca de 200 trabajadores judíos en que devino la orgía colectiva que celebró en su castillo austríaco de Rechnitz, localidad colindante con Hungría, junto a jefes locales del partido nazi, miembros de la policía política, de la Gestapo, de las SS y de las Juventudes Hitlerianas invitados a la francachela (http://www.elpais.com/articulo/reportajes/noche/oscura/condesa/nazi/elpepusocdmg/20071028elpdmgrep_5/Tes).

Por todo lo expresado, la decisión de realizar una investigación profunda, incluyente, sopesada, equilibrada, científicamente desarrollada y documentalmente sustentada sobre el tema de la política cultural de la Revolución Cubana no es sino muestra de madurez intelectiva y de solidez discursiva. Es el reconocimiento adulto de que en todas las ideas hay algo valioso, porque ellas siempre son el reflejo de una realidad, lo cual significa que la aparición de un pensamiento es indicativa de una visión específica —aun parcial o deforme— de esa realidad, la que la convierte entonces en una llamada de alerta, en una marcación interpretativa, en una bifurcación epistemológica. (Las ciencias mismas son un magnífico ejemplo de compendio —o vertedero— de ideas desechadas.) La práctica social, mejor que ningún sistema especulativo ni marco discursivo, ha probado una y otra vez que no es posible vencer una idea: sólo es factible superarla. Tampoco pueden suprimirse si ellas mismas no se agotan, desvanecen y refunden en su negación dialéctica.

Cabría pues apuntar las razones que llevaron a esa primera sesión a los dos prestigiosos funcionarios ya mencionados: ambos fueron a abrir puertas, a desempolvar archivos, a otorgar licencias de revisión, a conminar a la inspección detallada, a la búsqueda acuciosa, al hurgar minucioso, a la iluminación irrestricta de todas las aristas que conciernan. Y como no es posible resolver apriorísticamente la pertinencia de una información respecto a ciertos fines, ambos fueron a derribar muros mentales, a desatar imposiciones interiores, a instar por la difusión esclarecedora, porque el incremento de la variedad de ideas que circulen en un grupo humano y el número de personas que accedan a ellas enriquecerá el universo intelectual del grupo, ya que en la esfera del saber y la cultura, como ocurre en cualquier otro campo de actividad humana productiva, la cantidad se transforma en calidad.

En Cuba hoy, en concordancia con su aspiración socialista de borrar todas las diferencias sociales humanas —único obstáculo para la edificación de una sociedad genuinamente participativa e incluyente—, a fin de dotar a cada quien de las debidas posibilidades para hacer brillar sus peculiaridades individuales, se comprende como nunca antes que la verdadera educación es un proceso activo para el educando, contrapuesto totalmente a la manipulación (adiestramiento, dominio mental, sometimiento, adoctrinamiento, inducción conductual forzada, programación etológica, instrucción mecánica, domesticación, indoctrinaje, amaestramiento) perseguida por la globalización idiotizante que convoca a la inacción del sujeto cognoscente e intenta reducir su resistencia intelectiva, valiéndose de diversos procedimientos, en busca finalmente de la aceptación de patrones impuestos, en los que el Gran Arte ha sido sustituido por el Entretenimiento, la Ciencia por la Tecnología, la Enriquecedora Educación por la Castrante Manipulación y los Pensadores por los Inventores: Hollywood ha suplantado a L’ Académie des beaux-arts, General Motors ha desplazado a la Royal Society, Cervantes ha sido defenestrado por Zoé Valdés, Shakespeare ha quedado a la sombra de Dan Brown, y Hegel ha visto su puesto ocupado por… Bill Gates.

La propuesta de Cuba busca precisamente suprimir las disparidades existentes entre los intelectuales y el resto de la sociedad, que con tanto preciosismo son cultivadas en el capitalismo, y se presentan en él —a una— como prueba y consecuencia de la inequidad esencial humana, siendo en verdad el resultado de una construcción social piramidal muy excluyente. Como bien se comprende, los desniveles culturales —en oposición a la forma en que pueden arreglarse los desajustes en el campo de los bienes materiales— no pueden ser eliminados por decreto, sino que exigen un período relativamente prolongado de tiempo.

En la sociedad que aquí se construye, la realidad se va abriendo —poco a poco, pero sin tutelaje de funcionarios, dioses y capital— al intelecto, al libre esplendor del espíritu humano, al soñar sin límites, a la persecución desenfrenada de cotas culturales cada vez más altas. Ese camino ha de conducir inexcusablemente al reconocimiento de la identidad esencial de los humanos, a la aceptación sin barreras de sus diferencias culturales, a la sustitución de la tolerancia benigna y mojigata por la comprensión no restringida de la alteridad, a la superación del internacionalismo —erector inevitable de valladares entre la riqueza material y altruismo del dador y la mendicidad y externa pasividad del receptor— por la participación mancomunada sin apellidos ni miramientos, al reconocimiento de la realidad humana sin imposiciones y a la subsiguiente deducción de las normas éticas que le correspondieren para hacer con ellas las aproximaciones morales que la época exigiere.

Muy contrariamente, en las sociedades clasistas, en las que todos los resultados del pensamiento y del espíritu son convertidos en “productos” —vía previa reificación—, para ser luego convenientemente monetarizados, se invisibilizan las obras incómodas aduciendo “falta de mercado para ellas”, se encarecen las destinadas a “símbolos codiciados”, se ponen “al alcance de todos” (¿?) los Chevrolets —para los mayores— y las ciudades virtuales —para jóvenes y niños de buena cuna, a quienes Harry Potter enseña adicional y subrepticiamente que nuestro mundo está tan carente de problemas que debemos de buscar aventuras en mágicos universos paralelos—, y a las masas se les entregan los culebrones televisivos, los circos deportivos y los programas de participación que ellas merecen. Así, tras la persecución de estúpidas metas parciales cuya finalidad es aumentar las arcas de los poderosos, todos se mantienen ideológicamente drogados y políticamente incontaminados… La difusión de las ideas no es en este mundo, ni remotamente, garantía de su significación, ni siquiera de su “peso cultural”: como todos buenamente comprenden, en sociedades fuertemente jerarquizadas, de equidad ciudadana virtual, el tratamiento otorgado a las ideas es también sesgado.

“Si los postulados geométricos se oponen a los intereses humanos, cambian los postulados geométricos”, escribió K. Marx, adivinando desde su época que los archivos de Richard M. Nixon no se harían públicos hasta el 2050, que aposta la desclasificación de toda la información relacionada con el magnicidio de John F. Kennedy sería postergada por casi un siglo y que solo en septiembre del 2007 el papa Benedicto XVI desclasificó la documentación perteneciente al pontificado de Pío XI (del 6 de febrero de 1922 al 10 de febrero de 1939), puesto que cada nuevo “Papa permite el acceso a la documentación de un predecesor o dos, siempre que entre uno y los otros quede un buen colchón de años” (http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Dios/apiade/Espana/elpepusoc/20071028elpepisoc_7/Tes).

Al secretismo informativo postmoderno Cuba opone la apertura documental.



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: miranrami Enviado: 06/11/2007 15:51
El capitalismo mantiene su máscara  “democrática” gracias precisamente a los todo poderosos medios de comunicación, de los cuales el 99% son del capitalismo. 


 
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