“Si tiene plumas, pico y hace cuac, es un pato”, se suele decir en Argentina cuando las cosas no tienen misterios. Cuando no hay mucho para pensar sobre las actitudes de una persona o el origen de los hechos que la rodean. Bien vale la comparación en el caso del ciudadano estadounidense de origen venezolano Guido Antonini Wilson, el hombre de la valija llena de dólares que llegó en un avión fletado por la empresa estatal argentina ENARSA una madrugada de agosto al aeropuerto de la ciudad de Buenos Aires. El avión venia de Caracas, con funcionarios de tercera línea de ambos paises. Una agente de seguridad detectó el dinero y le avisó a un superior. Los dólares quedaron en el aeropuerto y Antonini se fue. Este podría ser un relato descontaminado, los hechos puros. De ahí en más aparecen demasiadas manos sazonando un menú por demás atractivo para los intereses permanentes de atacar al presidente de Venezuela y la relación de éste con otros mandatarios de la región, en este caso, con los argentinos Néstor Kirchner y Cristina Fernández, cuyo acercamiento con Caracas es un dolor de cabeza para la Casa Blanca al menos desde noviembre de 2005, cuando en la Cumbre de las Américas se frenó el intento estadounidense de reinstalar la discusión sobre el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Pero volvamos a Buenos Aires y al último frío agosto. Aunque la incautación de una valija repleta de dólares es noticia según los manuales de los ávidos canales de cable -siempre con buenas fuentes en los organismos de seguridad- el hecho se conoce cuatro días después y la primicia la tiene el multimedio Clarín, cuya línea antichavista ya nadie intenta al menos ocultar. La radio del grupo difunde la noticia con el cronista que en el mismo aeropuerto espera la llegada, justamente, del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien llegaba en visita oficial. En ese momento, Antonini era para los medios argentinos un miembro de la delegación venezolana. Un dato falso que también repitió hasta el hartazgo la prensa opositora en Venezuela. Después supimos que no, pero ya sabemos que el gran público no está atento a las rectificaciones, mucho menos cuando los medios las difuden con muy poco ímpetu.
La cronología dice que días después la justicia de Buenos Aires inicia una causa por contrabando contra el estadounidense-venezolano residente en Miami y pide a Estados Unidos -adonde Antonini voló presuroso- su extradición. Asi el tema parece estancarse, los medios antichavistas en Venezuela se enfrascan entonces en la campaña contra la reforma constitucional y los de Argentina vuelven a sus asuntos domésticos: las elecciones presidenciales, la victoria previsible de Cristina Fernández de Kirchner y el cambio de mando de esposo a esposa, el 10 de diciembre.
Un día antes del traspaso y también en Buenos Aires, los presidentes de Bolivia, Ecuador, Paraguay, Brasil, Argentina y Venezuela le pusieron la firma a una asociación estratégica: el Banco del Sur, en el que también participa Uruguay. Lo hicieron en un clima de camaradería que apenas fue reflejado por los medios locales y que revela un entendimiento que va más allá de las coyunturas.
Era entonces el momento justo para salir al ruedo golpeando con el mismo menú de agosto, más finamente sazonado y arruinar así los destellos de una buena semana para los presidentes sudamericanos. Ahora la noticia llegaba de Estados Unidos, y es -por que no- Antonini. Nos venimos a enterar entonces que el hombre tenia protección del FBI, cuyos funcionarios anunciaban la detención de tres venezolanos y un uruguayo, quienes -aseguraron- habían presionado a Antonini para que no revelara “el verdadero destino” de los dólares de la valija. Enseguida, el mismo FBI se ocupó de adelantar cual era ese “verdadero” fin: la campaña electoral de la ya presidenta Cristina Fernández.
La nueva mandataria argentina contestó con dureza denunciando una presión que sus ministros -menos diplomáticos- adjudicaron a directamente a Estados Unidos. Desde la Casa Blanca llegó la respuesta de manual: una cosa es la justicia y otra las relaciones entre Estados. Sin embargo, el sistema judicial de los Estados Unidos admite entre sus mecanismos acuerdos que permiten una absoluta discrecionalidad política allí donde deberían reinar los códigos penales.
Asi se tejen indignantes historias de impunidad. Vale recordar por ejemplo los pedidos de extradición de la justicia argentina sobre integrantes de la temible policía secreta del dictador chileno Augusto Pinochet. Es el caso de Michael Townley, asesino confeso del último ministro de Interior de Salvador Allende, el general Carlos Prats en 1974 en Buenos Aires. Townley es también uno de los responsables del asesinato el mismo año del canciller de la Unidad Popular, Orlando Letelier, en Washington.
El lector desprevenido podrá pensar que Townley -ciudadano estadounidense, como Antonini- no fue extraditado a la Argentina porque purga una dura condena por una asesinato en la capital misma del país del Norte. No es así, ya hace casi tres décadas que el asesino disfruta de otra identidad provista por los Estados Unidos. ¿La razón de tal beneficio? Haber “colaborado” con la investigación del asesinato de Letelier, del que él mismo fue pieza clave.
Es decir, quien debería estar purgando un largo castigo sale premiado y protegido por los Estados Unidos, lejos de la acción judicial en Argentina o en Chile. Si recordamos la relación de la embajada de los Estados Unidos en Santiago y las corporaciones de ese pais con el golpe de 1973 en Chile, no será dificil concluir que un atentado en la calle de las embajadas en el centro de Washington tuvo colaboración local, de la que Townley debe saber. Así, se hace imprescindible cuidarlo de una condena de por vida en una cárcel argentina, donde ya cumple cadena perpetua otro agente chileno, Arancibia Clavel, por el asesinato de Prats.
De nuevo, si tiene plumas, pico y hace “cuac”...
Así, aunque ahora hablemos apenas de contrabando de divisas, Antonini parece un pato más de una lista de “protegidos” que, sólo en el caso argentino, incluye también a banqueros y delicuentes de todo pelaje cuyas extradiciones se demoran para siempre.
¿Cómo seguirá el sainete de Antonini, el nuevo “protegido”? El conservador y furibundo antichavista diario La Nación de Buenos Aires nos da una pista. Su corresponsal en Estados Unidos cuenta que dialogó telefónicamente con Antonini y le propuso conversar largo y tendido sobre el caso. “Estoy muy seguro que si, algún día hablaremos”, fue la respuesta. Todos estamos seguros que sí, ya se sabe...
Si tiene plumas, pico...