De: esteban_casa챰as (Mensaje original) |
Enviado: 28/12/2007 23:23 |
“”” EL TRISTE.”””
El Chartrand era la pala del Ceru, creo que los peruanos le dicen “pata”, pero allá era así en aquellos tiempos, hoy deben llamarlo de una manera diferente. Navegaron conmigo durante varios viajes, traducido a nuestra lengua puede interpretarse por muchos meses y quizás años. Cerulia era un desastre, se tomaba hasta el vino seco de la cocina, resultaba difícil encontrarlo sobrio, creo que así murió. Fue la mejor pareja de cocineros que tuve como subordinados, y lo más jodido, mientras más borrachos estuvieran mejor les quedaba la comida.
Chartrand era un clon malogrado de un ser humano, ¡coño, que feo era! No era blanco ni negro, no era mulato. Era un jabao puro, bueno, supongo esa pureza porque como él no se encontraba todos los días. Su pasa era dura, bien dura, de esas que se resisten al criminal. ¡Claro! El nunca se lo pasó y necesitaba estar comprando peines con mucha frecuencia. Peines de los grandes, de los que tienen divididos los dientes en finos y gruesos, pero solo usaba la parte gruesa, siempre le faltaban dientes. La otra parte no le entraba, ni se molestaba en usarla. Luego, aquella pasa era bien tupida, hermética, casi sólida, parecía un casco protector. Tú le dabas en la cabeza con la palma de la mano abierta y rebotaba como si saltaras en una cama elástica. No se le observaban cicatrices en el güiro, no porque fuera un santo cuando chamaco. Por su hiperactividad de medio tiempo, imagino le hayan sonado sus buenas pedradas de fiñe, pero olviden eso, no existía piedra alguna que pudiera franquear ese casco de pasas. Después, esa pasa no se conformó con el área de la cabeza, cuando nos pelábamos en la cubierta de botes, y donde generalmente el Chartrand era dejado de último, ya deben imaginar sus protestas y las del barbero improvisado, pero no era sencillo meterle tijeras a aquella pasa tan rebelde, agotaba a cualquiera. El caso es que, cuando el Chartrand se quitaba la camisa, las pasas no se conformaban con la cabeza y se extendían hasta la espalda. ¡Vamos! Era el enlace perfecto con el mono, entonces el barbero, que podía ser cualquiera, le sacaba filo a la navaja y se la pasaba por esa parte cubierta de su espalda. Sonaba y el sonido se parece al que producen los carros cuando viajas por encima de la nieve. Tal vez por ese detalle me acordé hoy de él.
Por la parte frontal, las pasas por poco se unen a las cejas, no recuerdo exactamente si era cejijunto, creo que sí. Había que prestarle mucha atención para adivinar la frente, creo que no había un centímetro de ancho entre el casquete del güiro y las cejas. Tampoco podemos hablar libremente de cejas como cejas, eran tan tupidas y enroscaditas que muy bien pudieron ser sustituidas por pasas, creo que sí. Hasta las pestañas, sí, las pestañas eran también pasitas enroscaditas. El Chartrand era feo con cojones, no es exageración. ¡Aaahhhh! Y qué les cuento de los ojos, ¿ustedes se acuerdan de la ranita René de los Muppets? Así de saltones los tenía, yo creo que el Chartrand podía abarcar un ángulo de visibilidad de ciento ochenta grados sin necesidad de girar la cabeza. Eran como los faroles de aquellos camiones rusos GAZ 63, ¿se acuerdan?, los rusos los pusieron encima de los guardafangos. Bueno, ya conocen el mal gusto de los rusos para estas cosas, eran par de bolones. ¡Pero si fueran los ojos solamente! No, nada de eso, los pómulos eran exagerados también, sobresalían del rostro al mismo nivel de los ojos, eran desproporcionados totalmente. Porque si tú dijeras, bueno, el tipo es de cara ancha, va y cuadra. Pero es que la cabeza era diminuta, como la de un monito. Para que vean, no era bembón ni tenía la nariz achatada. Eso sí, con él no cuadraba aquello de “dos dedos de frente” para hacer referencia a la inteligencia, ni tenía frente y menos aún inteligencia. El Chartrand estaba programado para cocinar frijoles, arroz con pollo y todo lo que quisieras, pero si lo sacabas del paso le complicabas la vida.
El tórax era bien pequeño también, bueno, le hacía juego con la cabeza. No lo necesitaba más grande tampoco, la cabeza le pesaba poco y lo único que guardaba en ella eran recetas de cocina que se las sabía de memoria. ¿Cómo explicarles? Bueno, hay que estudiarla en todas sus dimensiones, largo por ancho por alto, eso es. Mirándola desde el cuello a la cintura, podemos hablar de un pedacito de cuerpo, o sea, tenía el ombligo casi pegado a la garganta o entre las dos tetillas, supongamos que ese sea el alto. El ancho era muy reducido también, muy poca distancia entre los hombros y la cabeza. Para que me comprendan, algo así como una ficha de dominó con una aceituna encima, eso es. Y aquí es donde surge una parte de los grandes problemas del Chartrand, se buscaba tremendos líos con los uniformes que le daban en la tienda de los marinos. No es fácil, si para la gente normal había tantos problemas y dificultades, tantos defectos de confección. ¡Imagínense ustedes! No se puede desviar toda una línea de producción para confeccionarle una camisa al Chartrand. Además, el comprendía perfectamente la situación tan difícil por la que atravesaba el país con todo ese cuentecito del bloqueo americano. Bueno, sinceramente, él no comprendía ni timbales, tenía que agarrar la ropa y pagarla sin protestar. En resumen, el hombro de las camisas les daba por los codos y los bolsillos casi por la cintura. Por suerte solo era cocinero, porque no lo imagino de oficial usando charreteras, un perfecto helicóptero. No quiero hablarles de los gorros que usan los cocineros, como tenía el güiro tan chiquito se le encajaban en las orejas. ¡Miren, pa’que vean! No era orejón el muy hijoputa, las tenía normales. El lío venía cuando se ponía los espejuelos para leer, yo mismo, que tengo el moropo normal, bueno, dentro de lo que cabe. Me mandé a hacer un par de espejuelos en Alamar y un cristal era más grande que otro, ¡y no protestes!, te pueden acusar de contrarrevolucionario. En fin, como el Chartrand era de güiro chiquito, es lógico que las patas de los espejuelos sobresalieran media cuadra por detrás de la cabeza y los ojos saltones le quedaran pegados a los cristales. No crean que el tipo era tan bruto, las patas de los espejuelos las tenía unidas por una liga de las que usan las mujeres para sostener las medias. Se veía feo, pero le resolvían el problema y cuando no estaba preparando ningún sofrito, los mantenía colgados del pecho y le daban un aire de intelectual.
Las extremidades inferiores eran otras de sus grandes dificultades a la hora de vestirse, no solo para eso, imagino para otras cosas más. Tenemos que regresar nuevamente el programa de los Muppets y observar detenidamente a la ranita René, ¿ya? Bueno, el Chartrand tenía las patas tan largas como René, el culo pegado a la nuca, el pito donde debe ir el ombligo, ¡ah!, y sin nalgas. Trágico, muy patético su caso. Ya deben imaginar los problemas con la confección de los pantalones y todos esos líos para cumplir las metas de la emulación. Cuando había alguna visita abordo y la tripulación debía uniformarse, casi todas las visitas se detenían ante el Chartrand y se olvidaban del Capitán del buque. ¡No es para menos! Trataban de averiguar que carajo tenían delante de ellos, si un marino o un espantapájaros. La gente pensaba que él se vestía como los guapos, ya saben ustedes ese problema de esta gente que se subían los pantalones más arriba del ombligo. Pero lo del socio no era adrede, no tenía cintura, ni culo, ni caderas. Luego, todos los pantalones le quedaban cortos, no digo yo.
¡Y TENÍA JEVA! Ustedes pensarán que es bonche, pero les hablo en serio, y lo peor, dicen que era tremenda blanca. Bueno, después de eso no entiendo cómo carajo hay solterones en este mundo, solo hay que buscar, siempre aparece algo. ¡Qué les cuento! No sé en que maraña envolvieron al pobre Chartrand que, cuando lo enrolaron por segunda vez conmigo, sin más acá ni más allá, durante una de aquellas reuniones de mierda que se realizaban a bordo, creo que durante la de salida, presentaron a los integrantes del núcleo del PCC, ¿y qué creen ustedes? El Chartrand se me baja con la carta de que era militante, ¡miren eso!, el jabao era bola roja y se la tenía guardada, ¡pero, ná!, el tipo no se destiñó, siguió siendo igual.
¡Miren, muchachos! Andábamos en el Pepito Tey y nos quedamos al garete a unas trescientas millas de las islas Azores. Aquello si fue de truco, nos sorprendió una galerna que era para cagarse, hasta los más valientes temblaron y se acordaron del señor. ¡Qué les cuento! Había una tropita de jodedores en uno de los salones, nos alumbrábamos con lámparas de luz brillante, el buque estaba totalmente apagado. En una de esa se aparece un hijoputa y nos dice.
-¡Caballeros!, el Chartrand está ingresado en la clínica, creo que se parte de ésta, dice el enfermero que tiene taquicardia, hace falta que vayan a despedirse de él. Me asusté al escuchar aquella noticia, era feo con cojones, pero sentía un gran aprecio por él. Nada, fui el primero en bajar hasta la enfermería.
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Orula! ¡Ay, Changó! ¡Ay, Babalú Ayé! ¡Ay…! Oraba a viva voz el jabao cuando entré y lo detuve con un grito, creo que se cagó.
-¡Oye, tú! Déjate de comer tanta mierda con los santos, no te estás muriendo ni la cabeza de un guanajo. ¡Acuérdate que eres militante! Te van a fumar hasta el cabo si sigues con esas pendejadas. Estuve una media hora con él y se calmó un poco.
Nos remolcaron para Lisboa y pasamos doce días sin comer caliente. Fatalmente llegué de guardia y tuve que permanecer a bordo con mi brigada hasta que alguien nos relevara para poder salir a tierra. Como a las cinco de la tarde se detiene un auto frente a la escala real, la marea había bajado tanto que la brazola se encontraba a la altura del muelle. El chofer abrió la puerta trasera de su auto y cargó a una persona en sus brazos como se hace con cualquier niño. En la medida que se aproximaba a nosotros pude identificar que era el Chartrand.
-¿Este hombre es tripulante de vuestro barco? Me preguntó el hombre en portugués, yo lo hablaba perfectamente en aquellos tiempos, lo había aprendido durante mi estancia en la marina angolana.
-Sí, es el cocinero nuestro. El hombre me lo lanzó como si fuera un paquetico, no me avisó. Por suerte, el Chartran pesaba menos de noventa libras. Lo recibí como el portero que evita un gol y el muy cabrón no se despertó durante el trasiego de su cuerpo. Lo observé cuando estuvo en mis brazos, parecía un niño, la gente de la brigada se echó a reír.
-Es un triste. Solo eso me dijo el portugués mientras giraba hacia su auto.
-Muito obrigado. No contestó.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2007-12-28
Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido. Jalil Gibrán. Otros trabajos pueden encontrarse en las sig. direcciones:
http://www.conexioncubana.net/index.php?st=content&sk=blogcategory&id=176&sitd=416&showcatname=ok http://www.amigospais-guaracabuya.org/#casanas http://www.conexioncubana.net/blogs/esteban/
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