En una de las intervenciones en este coloquio, en la de Don Jorge Alonso, se nos dijo que no hay un solo enfoque para analizar la realidad, sino que hay distintas formas de aproximarse a ella. Nosotros queremos aprovechar la doble cercanía de Jean Robert y de John Berger, que algo saben de eso, para tomar esa acertada aseveración y hablar de la mirada.
Más bien de dos grandes miradas y de los privilegios de la una sobre la otra.
Me refiero a la mirada a los zapatistas y a la mirada de los zapatistas.
Se puede achacar a su formación, a su historia, a su lucidez o a esa extraña sensibilidad que luego aparece de tanto en tanto en algunas personas, pero hay una enorme diferencia en la manera en que nos ven a nosotros, a nosotras las zapatistas, aquellas personas que trabajan directamente con comunidades indígenas y aquellas otras que nos ven desde lejos, es decir, desde otra realidad.
No me refiero a su forma indulgente o no, cuestionadora o no, definidora o no, de mirarnos. Sino a la parte nuestra que eligen para hacerlo y a la actitud con la que lo hacen.
Andrés Aubry, cuya historia acá nos convoca, tenía su forma de mirarnos, es decir, elegía una parte de lo que somos para vernos. Las dos últimas veces que lo vi lo describen:
En la una, en una reunión privada junto con Jérome Baschet, hablamos de libros y otros absurdos.
Aubry estaba desenvuelto, elocuente, como con amigos.
En la otra, en aquella mesa redonda donde lanzó una de las críticas más severas y certeras que yo haya escuchado en contra de la academia, André volteaba una y otra vez hacia atrás, hacia sus espaldas, donde varios cientos de compañeras y compañeros, autoridades autónomas, responsables de comisiones y mandos organizativos de los 5 caracoles, escuchaban en silencio.
Andrés estaba nervioso, inquieto, como ante severos jueces o sinodales.
Desde el otro extremo de la mesa, lo miré y lo entendí.
Hay quien se preocupa por la valoración que en la academia se haga de sus planteamientos. A Aubry eso le tenía sin cuidado. Era la valoración de las zapatistas, de los zapatistas, lo que le preocupaba.
Era el mismo Andrés Aubry que, en aquella Marcha del Color de la Tierra del calendario de 2001, no miraba hacia los templetes que se fueron sucediendo en la geografía que recorrimos. Tampoco a las multitudes que acudían a los actos. Miraba, en cambio, a los pequeños grupos que, dispersos a lo largo de caminos y carreteras, se asomaban nomás a vernos pasar o a mandar un saludo.
Todavía cuando se estaba en el estira y afloja de concederle o no la palabra en el Congreso de la Unión a una mujer indígena sin rostro, Aubry dio con la clave de un calendario posterior cuando dijo, palabras más, palabras menos, “la marcha, no esto, la marcha allá, en las serranías, en los pequeños poblados, en quienes no hablan, van a pasar cosas”.
Andrés Aubry no nos miraba como sí lo hacen otras personas que trabajan en comunidades o con indígenas, es decir, como los perpetuos evangelizados, los eternos niños y niñas sin importar los calendarios que pasen, las hijas e hijos que avergüenzan o enorgullecen a los padres, o los espejos que de una misma, uno mismo, se cuelgan para tapar la vida propia de los otros, las otras, con quienes nos contactamos, espejos que se muestran o no dependiendo del auditorio o la coyuntura, con una especie de oportunismo de nuevo tipo. Aquellos, aquellas que escuchan alguna intervención certera o un análisis lúcido de una compañera y compañero, y, con codazos cómplices al vecino o abiertamente, dicen: “A ésa, a ése, lo formamos nosotros (así, en masculino), no los zapatistas”.
No, Aubry nos miraba como si los pueblos indios fueran un severo maestro o tutor. Como si fuera consciente de que la historia pudiera voltearse de cabeza en cualquier momento, o como si en las comunidades zapatistas ya hubiera ocurrido esto, y fueran los indígenas los evangelizadores, los maestros, y frente a ellos no valieran los doctorados en el extranjero, el alto de la pila de libros escritos, el aire descuidadamente europeo o propositivamente misionero de la vestimenta y la actitud.
Ayer aquí se dijo algo que debe haber provocado que Andrés Aubry se revolviera en la tierra que lo alberga. Se dijo que nuestros pueblos son ignorantes. No sé cómo quedamos quienes nos reconocemos como alumnos de estos pueblos “ignorantes”. Ya volveré después sobre esto.
Creo, cuando lo vea se lo preguntaré, que Andrés Aubry veía la parte de los pueblos zapatistas que está vuelta hacia adentro. Como si este pueblo hubiera decidido no sólo voltear el mundo sino también su percepción, y hubiera hecho que su esencia, lo que lo define, mirara hacia dentro, no hacia afuera. Como si el pasamontañas fuera una armadura de múltiple uso: fortaleza, trinchera, espejo externo y, al mismo tiempo, cubierta de algo en gestación.
En otros, otras, he reconocido esta forma de mirarnos: Ronco, Don Pablo, Jorge, Estela, Felipe, Raymundo, Carlos, Eduardo, otro, otra, nadie, por mencionar sólo a algunos. Discúlpenme si sólo aparece un nombre femenino, pero parece que en este tipo de mirada no hay cuota de género.
No todas las miradas que nos miran son tan de reconocer y agradecer como la de Aubry.
También están las miradas para las que somos, ¡quién lo dijera en pleno noliberalismo!, una posibilidad de ganancia a corto, mediado o largo plazo. Las miradas del usurero político, ideológico, científico, moral, periodístico. De ellas ya hablaré después.
Todos estos tipos de mirada, tan distintas unas de otras, tan diferentes a la hora de elegir la parte nuestra que miran, tienen, sin embargo, algo en común: son miradas desde fuera.
Además, hay que decirlo, tienen el privilegio de ser las miradas que se difunden y se conocen en otras geografías y calendarios.
Nuestra mirada, nuestro mirarlos y mirarlas, tienen en cambio el inconveniente (y al mismo tiempo la ventaja, pero de eso hablaré después) de sólo ser conocida por lo otro de afuera si ustedes lo deciden o permiten.
Si nuestra mirada es de agradecimiento, de reconocimiento, de admiración, de respeto, o coincide con lo que miran, entonces sí, que se difunda, se conozca, se remarquen la sabiduría, lucidez, pertinencia.
Si en cambio es de crítica y cuestionamiento, no importan las argumentaciones y razones que se den, hay que callar esa mirada, taparla, ocultarla.
Entonces se señala nuestra desubicación, nuestra intolerancia, nuestro radicalismo, nuestros errores.
Bueno, no “nuestros”, sino “los errores de Marcos”, “el mal de montaña de Marcos”, “la intolerancia de Marcos”, “el radicalismo de Marcos”.
En una de las presentaciones del libro “Noches de Fuego y Desvelo” una periodista me explicaba la feroz cerrazón y la reiterada calumnia contra nuestra palabra en lugares antes abiertos y tolerantes, diciendo “es que no entienden eso de ser consecuentes”.
En fin, lo que quiero señalar es que en los últimos 3 años, es la mirada de ustedes hacia nosotros la que más se ha conocido.
Se han hecho fotos, películas, grabaciones, reportajes, entrevistas, crónicas, artículos, ensayos, tesis, libros, conferencias, mesas redondas con su mirada mirándonos.
No me voy a detener en señalar detalles como que algunas personas han escrito libros enteros sobre el zapatismo sin haber ido más allá de San Cristóbal de Las Casas, que algunas se presentan como que estuvieron viviendo en comunidades cuando en realidad vivían en esta fría y soberbia Jovel, o el caso extremo de Carlos Tello Díaz, que escribió una supuesta historia del EZLN con material proporcionado por los servicios de inteligencia del gobierno que, permítanme decirlo, no son nada inteligentes.
Quiero, en cambio, señalar que su mirada no sólo es desde afuera, y no sólo elige una forma de mirarnos (un enfoque, dijo Don Jorge), también elige mirar sólo una parte de lo que somos.
Ayer señalé que nosotros reconocemos que no somos capaces (ni lo queremos) de abarcar todo el espectro del movimiento antisistémico en México.
Me parece que su mirada mirándonos debiera reconocer que no es capaz de abarcar todo lo que fue, es, significa y representa nuestro movimiento.
No les pedimos humildad (aunque creo que a más de uno no le vendría mal recibir un taller sobre el tema), sino honestidad.
La mirada de ustedes, científicos sociales, intelectuales, teóricos, analistas, artistas, es una ventana para que otras, otros, nos miren.
Por lo regular no se es consciente de que esa ventana está mostrando sólo una pequeña parte de la gran casa del zapatismo, así que no vendería mal advertírselos a quienes nos miran a través suyo.
Hace unos años, una compañera ciudadana se hacía su propio recuento de la historia del zapatismo desde el 1 de enero de 1994 y decía “¡He estado en todo!”.
No era cierto. En su cuenta olvidó precisar que sólo aparecían los hechos y actividades externas públicas del zapatismo.
No estaban cosas y hechos que no tienen palabras para ser descritos: la resistencia cotidiana y heroica en las comunidades, la terca paciencia de las tropas insurgentes, el callado ir y venir por nuestros territorios de los mandos organizativos. El zapatismo pues, el que sostiene y da sentido a lo que se mira, escucha, toca, gusta, habla, piensa y siente.
Sé que mi posición como Sup me da un sitio privilegiado para mirar mirándonos. Pero les soy sincero: no alcanzo a abarcar todos los detalles y, como nos confiesa el Ronco esta mañana, no dejo de asombrarme y maravillarme una y otra vez con lo poco que alcanza abarcar un corazón maltrecho, lleno remiendos y de cicatrices que, afortunadamente, no cierran.
Se los digo con ese corazón en la mano: en el zapatismo, el de la mirada no es un privilegio individual sino colectivo.
Y les agrego que en nuestra mirada mirándolos a ustedes, ha habido siempre el esfuerzo por tratar de entenderlos, no de juzgarlos.
“¿Por qué?” es la pregunta que anda en nuestra mirada cuando a ustedes mira.
“¿Por qué dicen eso, por qué piensan así, por qué hacen así?”
La verdad es que casi siempre nuestras preguntas quedan sin respuesta, pero vaya y pase, una de cal por las que van de arena. Después de todo hay la seguridad de que con nosotras, con nosotros, siempre quedan más preguntas y dudas que certezas y respuestas.
Se los digo, pero no para pedir reciprocidad. Créanme que, en la mayoría, de sus casos, además de respeto, les guardamos gratitud.
Es sólo para que miren todo lo que luego incluye, y excluye, una mirada.
***
Si estoy en un error ahí lo corrigen, pero creo que fue Paul Eluard quien dijo que “Le monde est blue commme une orange”, que mi francés de sans papier traduce como “el mundo es azul como una naranja”.
He visto también algunas de esas fotos que del mundo se toman desde el espacio. La tierra se mira, en efecto, azul y sí, bien podría ser una naranja.
A veces, en las madrugadas que me encuentran deambulando sin reposo posible, alcanzo a treparme en una voluta de humo y, desde muy arriba, nos miro.
Créanme que lo que se alcanza ver es tan hermoso, que duele mirarlo.
No digo que sea perfecto, ni acabado, ni que carezca de huecos, irregularidades, heridas por cerrar, injusticias por remediar, espacios por liberar.
Pero sin embargo se mueve.
Como si todo lo malo que somos y cargamos, se mezclara con lo bueno que podemos ser y el mundo entero redibujara su geografía y su tiempo se rehiciera con otro calendario.
Vaya, como si otro mundo fuera posible.
Vengo después acá y escucho entonces que alguien dice que nuestros pueblos son ignorantes.
Yo relleno de tabaco la pipa, la enciendo y entonces digo:
¡Carajo! ¡Qué honor el poder ser alumno de tanta y tan rica ignorancia!
Gracias de nuez.
Subcomandante Insurgente Marcos.
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.
Diciembre del 2007.