Dijo alguna vez Ringo Bonavena: “Yo vivo solo. Y sin embargo no estoy solo. Estoy con Dios. Lo siento presente, junto a mí, todo el tiempo. El no me habla; pero yo le hablo a Él. Es una compañía. La sensación de estar limpio”. Y manifestó el narciso de Muhammad Ali en otra oportunidad: “No sólo soy el peso pesado más completo del mundo, sino también el más bello. Soy negro, hermoso, inteligente y genial”.
¿Qué punto de comparación pudo llegar a haber entre estos dos grandes del boxeo, si uno adoraba a Dios y el otro se auto adoraba? El punto fue el talento, el punto fue la persistencia, el punto fue la pelea del 7 de diciembre de 1970.
“Cuando me llamaba Cassius Clay me sentía un esclavo. Desde que me bauticé Muhammad Ali me siento libre”, dijo el estadounidense tras convertirse al islamismo. Esa noche neoyorquina de diciembre, Ali salió del hotel en una limusina junto a su entrenador Angelo Dundee y su segundo Drew Brown, pero al transitar una cuadra los tres se bajaron y tomaron el metro hasta el Madison Square Garden mientras el boxeador exclamaba: “Quiero ir con mi gente, y como todos no entramos en la limusina, tomaremos el subte”.
En los días previos a la pelea hubo declaraciones muy duras de ambos púgiles. Mientras Bonavena trataba de “gallina”, “homosexual” y “negro apestoso” al americano, Ali baticinó: “En el noveno (round) lo destrozo”.
Finalmente llegaría la hora de la verdad. Ante casi 20 mil espectadores, los dos boxeadores asomaron al ring: Ringo con una bata de terciopelo con los colores de la bandera argentina y con el emblema del sol estampando. Por otra parte, Ali subió con una bata roja, mientras un segundo suyo bromeaba: “Acaso no era un toro” en referencia a Bonavena, al que se lo conocía de esa manera por su braveza y potencia.
El combate fue muy cerrado y especulado por ambos boxeadores, aunque cabe destacar que no había ningún título en juego. Las emociones fuertes llegarían recién en el noveno asalto, cuando una arremetida del argentino puso en jaque al favorito de todos. Justo en el round en que el americano había pronosticado una victoria, la derrota rozó al flamante islámico cuando éste tocó la lona. El público argentino, unos doscientos, explotaron al grito de “¡Dale Ringo! ¡Dale Ringo!” y “¡Argentina! ¡Argentina!”
La pelea, pactada a 15 asaltos, se acercaba a su fin y todo hacía prever que Ali ganaría por puntos, sin duda alguna una caida más que digna para Ringo, al que todos auguraban una derrota segura. Pero Bonavena era un hombre con todas las letras, y la derrota no asomaba como una posibilidad. Por eso, y por el amor propio que tenía el argentino, éste salió con todo a demoler a Ali, pero lo hizo de manera desordenada y dejando margen para los golpes efectivos de Clay, quien lo derribó tres veces, decretando de esta forma el nocaut de manera instantánea. Ganó Ali, pero Bonavena se fue del Madison Square Garden como un campeón: ovacionado por todo el estadio y con la impresión de que dejó todo por la victoria. Esa fue la primera y única derrota por nocaut que sufrió Bonavena, al que luego Ali calificaría como “el mejor de los boxeadores con quien peleé”.