Parecía la caída del Muro de Berlín. Y no sólo lo parecía. Por un momento, el paso fronterizo de Rafah fue la puerta de Brandemburgo.
Es imposible no sentir alegría cuando masas de oprimidos y personas hambrientas rompen el muro en el que están encerradas y salen con los ojos radiantes abrazando a todos los que encuentran; se siente incluso cuando es tu propio gobierno el primero que erigió el muro.
La Franja de Gaza es la prisión más grande de la tierra. La ruptura del muro de Rafah ha sido un acto de liberación. Demuestra que una política inhumana siempre es una política estúpida: ningún poder puede mantenerse firme frente una masa de personas que han cruzado la frontera de la desesperación.
Esa es la lección de Gaza de enero, 2008.
Uno podría repetir el famoso dicho del estadista francés Boulay del la Meurthe, ligeramente modificado: ¡Es peor que un crimen de guerra, es un disparate!
Hace meses, los dos Ehuds -Barak y Olmert- impusieron un asedio a la Franja de Gaza y se jactaron de ello. Últimamente han apretado todavía más el dogal, así que apenas podía entrar nada en la Franja. La semana pasada impusieron el cerco total -ni comida, ni medicinas-. La situación llegó al paroxismo cuando detuvieron, además, la entrada de combustible. Grandes zonas de Gaza se quedaron sin electricidad -las incubadoras para los recién nacidos prematuros, las máquinas de diálisis, las bombas para el agua y el alcantarillado-. Cientos de miles de personas se quedaron sin calefacción ante un frío riguroso, sin poder cocinar y sin alimentos.
Una y otra vez, Alyazira introdujo esas imágenes en millones de casas del mundo árabe. Las cadenas de televisión de todo el planeta también las mostraron. De Casablanca a Amán estallaron protestas de masas encolerizadas que amilanaron a los regímenes árabes autoritarios. Hosny Mubarak llamó a Ehud Barak, presa del pánico. Esa tarde Barak fue obligado a cancelar, al menos temporalmente, el bloqueo de combustible que había impuesto por la mañana. Aparte de eso, el asedio total permanecía.
Es difícil imaginar un acto más estúpido.
La razón esgrimida para matar de hambre y frío a millón y medio de seres humanos, apiñados en un territorio de 365 kilómetros cuadrados, es el lanzamiento continuado de cohetes a Sderot y los pueblos vecinos.
Es una razón bien escogida. Une las partes primitivas y pobres del público israelí. Suscita la crítica de la ONU y de los gobiernos de todo el mundo que, por otra parte, podrían haberse expresado contra el castigo colectivo, que es un crimen de guerra según la ley internacional.
Se presenta ante el mundo un retrato perfecto: el régimen terrorista de Hamás en Gaza lanza proyectiles a inocentes civiles israelíes. Ningún gobierno del mundo puede tolerar el bombardeo de sus ciudadanos de un lado a otro de las fronteras. El ejército israelí no ha encontrado una respuesta militar a los cohetes Qassam. Por consiguiente, la única manera es ejercer la máxima presión sobre población de Gaza hasta conseguir que se rebelen contra Hamás y le obliguen a detener el lanzamiento de cohetes.
El día que dejó de funcionar la electricidad en Gaza, nuestros portavoces militares estaban alborozados: sólo se han lanzado dos Qassam desde la Franja. ¡Esto funciona! ¡Ehud Barak es un genio!
Pero al día siguiente impactaron 17 Qassam y la alegría se evaporó. Los políticos y los generales estaban (literalmente) fuera de sí: un político propuso «actuar más locamente que ellos», otro propuso «bombardear indiscriminadamente áreas urbanas de Gaza por cada Qassam que lanzasen», un famoso profesor (que padece una cierta demencia) propuso la ejecución de la «solución final».
El guión gubernamental era una repetición de la II Guerra de Líbano (cuyo informe debe ser publicado en unos días). Entonces: Hezbolá capturó a dos soldados en el lado israelí de la frontera; ahora: Hamás disparó sobre ciudades y pueblos en el lado israelí de la frontera. Entonces: el gobierno decidió apresuradamente empezar una guerra; ahora: el gobierno decidió apresuradamente imponer un asedio total. Entonces: el gobierno pidió el bombardeo masivo de la población civil para conseguir que presionara a Hezbolá; ahora: el gobierno decidió perpetrar el sufrimiento masivo de la población civil para conseguir que ésta presione a Hamás.
Los resultados han sido los mismos en ambos casos: la población libanesa no se levantó contra Hezbolá, sino que, al contrario, gente de todas las comunidades religiosas se unió a la organización chií. Hassan Nasralá se convirtió en el héroe de todo el mundo árabe. Y ahora: la población hace piña con Hamás y acusa a Mahmud Abbas de cooperación con el enemigo. Una madre que no tiene comida para sus hijos no maldice a Ismail Haniyeh, maldice a Olmert, Abbas y Mubarak.
Así, ¿qué hacer? Después de todo, es imposible tolerar el sufrimiento de los habitantes de Sderot que están bajo fuego constante.
Lo que se está ocultando al amargado público israelí es que el lanzamiento de los Qassam podría detenerse mañana por la mañana.
Hace varios meses Hamás propuso un alto el fuego. Repitió la oferta esta semana.
Un alto el fuego significa, según la oferta de Hamás, que los palestinos dejarán de disparar Qassam y fuego de mortero y los israelíes detendrán las incursiones en Gaza, los asesinatos «selectivos» y el asedio.
¿Por qué no acepta nuestro gobierno esta propuesta?
Simple: para hacer semejante trato, debemos hablar con Hamás, directa o indirectamente. Y esto es, exactamente, lo que el gobierno se niega a hacer.
¿Por qué? Simple de nuevo: Sderot sólo es un pretexto; así como los dos soldados capturados fueron nada más que un pretexto para algo más. El propósito real de todo el ejercicio es derrocar al régimen de Hamás en Gaza e impedir que Hamás se apodere de Cisjordania.
En palabras simples y directas: el gobierno sacrifica el destino de la población de Sderot en el altar de un principio desesperanzado. Es más importante para el gobierno boicotear a Hamás -porque ahora es la punta de lanza de la resistencia palestina- que acabar con el sufrimiento de Sderot. Todos los medios de comunicación cooperan con esta pretensión.
Se ha dicho antes que es peligroso escribir sátira en nuestro país; demasiado a menudo la sátira se convierte en realidad. Algunos lectores pueden recordar un artículo satírico que escribí hace meses. En él describí la situación de Gaza como un experimento científico diseñado para averiguar hasta dónde se puede llegar, haciendo pasar hambre a una población civil y convirtiendo sus vidas en un infierno, antes de que levante las manos y se rinda.
Esta semana, la sátira se ha vuelto política oficial. Respetados comentaristas declararon explícitamente que Ehud Barak y los jefes del ejército están trabajando en el principio de «ensayo y error» y cambian sus métodos diariamente según los resultados. Cortan el combustible a Gaza, observan cómo funciona esto y desandan lo andado cuando la reacción internacional es demasiado negativa. Cortan la entrega de medicinas, ven cómo funciona, etc. El fin científico justifica los medios.
El hombre a cargo del experimento es el ministro de Defensa Ehud Barak, un individuo con muchas ideas y pocos escrúpulos, un hombre cuya forma de pensar al completo es básicamente inhumana. Él es ahora, quizás, la persona más peligrosa de Israel, más peligroso que Ehud Olmert y Benjamín Netanyahu; peligroso, a la larga, para la propia existencia de Israel.
El hombre al cargo de la ejecución es el Jefe del Estado Mayor. Esta semana tuvimos la oportunidad de oír los discursos de dos de sus predecesores, los generales Moshe Yaalon y Shaul Mofaz, en un foro con infladas pretensiones intelectuales. A los dos se les descubrieron puntos de vista que los sitúan entre la extrema derecha y la ultraderecha. Los dos tienen una inquietante mente primitiva. No hay ninguna necesidad de gastar una sola palabra sobre las calidades morales e intelectuales de su sucesor inmediato, Dan Halutz. Si éstas son las voces de los tres últimos Jefes del Estado Mayor, ¿qué hay sobre el actual titular que no puede hablar tan abiertamente como ellos? ¿Ha caído esta manzana más allá del árbol?
Hasta hace tres días, los generales podían distraernos con la opinión de que el experimento estaba teniendo éxito. La miseria en la Franja de Gaza había alcanzado su clímax. Cientos de miles de personas fueron amenazadas por medio del hambre real. El jefe de la UNRWA advirtió de una catástrofe humana inminente. Sólo los ricos todavía podían conducir un automóvil, calentar sus casas y comer lo necesario. El mundo «ayudó» y movió su lengua colectiva. Los líderes de los estados árabes expresaron huecas frases de simpatía sin mover un dedo.
Barak, que tiene habilidades matemáticas, podía calcular cuando se derrumbaría, por fin, la población.
Y entonces pasó algo que ninguno de ellos había previsto a pesar de que era la acción más previsible de la tierra.
Cuando uno pone a un millón y un medio personas en una olla a presión y sigue atizando el fuego, la olla explota. Eso es lo que pasó en la frontera de Gaza con Egipto.
Al principio fue una pequeña explosión. Una muchedumbre asaltó la verja, los policías egipcios abrieron fuego real y hubo docenas de heridos. Era una advertencia.
Al día siguiente llegó el gran asalto. Los combatientes palestinos explotaron el muro por muchos lugares. Ciento de miles de personas irrumpieron en territorio egipcio y respiraron profundamente. El asedio estaba roto.
Incluso antes de esto, Mubarak estaba en una situación imposible. Cientos de millones de árabes, mil millones de musulmanes, vieron cómo el ejército israelí había cerrado la Franja de Gaza por tres lados: por el norte, por el este y por el mar. El cuarto lado del asedio lo proporcionó el ejército egipcio.
El presidente egipcio, que pretende el liderazgo de todo el mundo árabe, se presentó como colaborador de una operación inhumana dirigida por un enemigo cruel para ganarse el favor (y el dinero) de los estadounidenses. Sus enemigos internos, los Hermanos Musulmanes, aprovecharon la situación para rebajarlo ante los ojos de su propio pueblo.
Se duda Mubarak podía persistir en esta posición. Pero las masas palestinas lo relevaron de la necesidad de tomar una decisión. Decidieron por él. Salieron como una ola de un Tsunami. Ahora tiene que decidir si sucumbe a la exigencia israelí de volver a imponer el asedio a sus hermanos árabes.
Y ¿qué hay del experimento de Barak? ¿Cuál es el próximo paso? Las opciones son pocas:
a) Volver a ocupar Gaza. Al ejército no le gusta la idea. Entiende que esto expondría miles de soldados a una cruel guerra de guerrillas que sería lo contrario a cualquier Intifada.
b) Constreñir el asedio de nuevo y ejercer una presión extrema sobre Mubarak, empleando incluso la influencia israelí en el congreso estadounidense para privarle de los miles de millones que obtiene todos los años por sus servicios.
c) Convertir la maldición en una bendición, entregando la Franja a Mubarak, pretendiendo que éste era desde el principio el objetivo oculto de Barak. Egipto tendría que salvaguardar la seguridad de Israel, impediría el lanzamiento de Qassam y expondría a sus propios soldados a una guerra de guerrillas palestina, puesto que pensó librase de la carga de esa pobre y yerma área después de que la infraestructura de allí ha sido destruida por la ocupación israelí. Probablemente Mubarak dirá: Muy amable por su parte, pero no, gracias.
El brutal asedio era un crimen de guerra. Y todavía peor: era un error estúpido.
Original en inglés:
http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1201278309/