El raulismo, ¿un modelo con rumbo propio?
JUAN F. BENEMELIS, ANTONIO ARENCIBIA y EUGENIO YAÑEZ
MIAMI
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El castrismo no es una ideología sino una forma extremista de aventurerismo internacional que adoptó al comunismo como régimen, porque su esencia totalitaria convenía a los designios autocráticos del Comandante. El sistema nunca tuvo que funcionar porque estaba diseñado para ser un modelo tercermundista. Ni siquiera la caída del comunismo hizo que Castro reaccionara y por eso quiso mantener viva una utopía en bancarrota, sustituyendo recursos por discursos y persiguiendo con saña la iniciativa y el interés de las personas. Así, llegamos a esta vigilia en la que mientras Fidel Castro espera el desenlace nada le conviene, pero ya no tiene ni voz ni voto.
Por eso después del 24 de febrero hay un nuevo escenario; aunque no se declare de forma abierta por la élite, se ejecuta conscientemente, y que tiene que llevar a todo el que quiera entender lo que sucede a preguntarse: ¿cuál es el proyecto de la sucesión y de los sucesores? ¿Hasta dónde quiere y puede Raúl Castro llegar con esa descastrificación silenciosa?
El régimen, entre otras cosas, ha perdido su centralizada capacidad para afrontar ideológicamente cualquier reto de ideas. Asimismo, los resultados de las negociaciones económicas con China, Rusia y Venezuela no son suficientes para que el consumo y el nivel de vida mejoren visiblemente.
Tras 19 meses de provisionalidad, Raúl Castro comienza a actuar lejos de la sombra de su hermano, aunque el ritual proclame lo contrario; y ha establecido un estilo de dirección propio, dando participación a sus colaboradores, reiterando que se le puede discutir y discrepar y buscando apoyo popular para consolidar su legitimidad. El terreno para desmontar el estilo de Fidel Castro y corregir errores es muy peligroso, pues necesariamente alguien tiene que cargar con las culpas de medio siglo, aunque Raúl Castro no ha dado muestras de pretender que se vaya a responsabilizar a su hermano.
Pero nada de lo que está en su cartera tiene que ver con reformas de tipo político, aunque esté en el tintero permanente de lo que Estados Unidos reclama como ''prueba de cambio'': Cuba no es una democracia, y el régimen raulista no maneja esa coyuntura, y está dispuesto a mantener el poder sin dar pasos de esa magnitud. Ellos saben que las reformas económicas no desmantelan el Estado totalitario y que la primera prioridad del pueblo cubano es económica y no política.
La élite cubana en el poder se ha propuesto mantenerlo y transferirlo; incluso, los elementos reformistas y aquellos que a largo plazo buscan el hecho democrático, entre ellos, se lo plantean sin recurrir a Estados Unidos ni ofrecer espacios políticos al exilio. En fin de cuentas, la democratización que han visto en la Europa Oriental se ha llevado a cabo sin la mano política o financiera de Estados Unidos; y por lo tanto, consideran realizable tal opción.
Es harto especulativo el criterio de que Raúl Castro le teme al ensayo chino, vietnamita o ruso porque podría disolver su poder político. La cúpula cubana conoce que la apertura trae cambios y riesgos, que se reflejan inevitablemente en el tablero del poder, pero que necesariamente no implica la ''inevitable'' debacle de la nomenklatura, como se puede apreciar en muchas transiciones del ex bloque soviético.
Todos se esfuerzan en buscar cuál de los modelos de transición va a implementar el nuevo equipo, si es que existe el empeño de hacerlo; y se escudriñan los atisbos de perestroika, de glasnost, del modelo chino o del vietnamita, del socialismo del siglo XXI. Pero lo que se desarrolla ante nuestros ojos es un engendro criollo, un ''raulismo'' de mano dura en política y de realismo en la economía.
Las generaciones más jóvenes de la nomenklatura no disponen del poder y el prestigio ante la élite de los líderes ''históricos'' de la revolución. Esa es la razón por la cual Raúl Castro ha creado una especie de equipo ''colegiado'', para quedar como una figura de transición de corta duración.
Sin embargo, normalmente todos los ''equipos colegiados'' en el poder, en cualquier sistema político, terminan en la lucha intestina de facciones que se van conformando a medida que tienen lugar las discrepancias inevitables, la emergencia de personalidades fuertes, las crisis del país, y otros factores. De no lograrse con rapidez la institucionalización, la cúpula militar sería el árbitro y quizás el monopolizador del poder.
Con independencia de la dinámica en tal estructura de poder, inmediata y mediata, el país enrumba inexorablemente hacia una peculiar versión de economía de mercado controlada e instituciones civiles autónomas, que gradualmente irán suplantando a la economía estatal burocrática y centralizada y al monopolio totalitario: esquema que está siendo ya gestado y encabezado por una fracción reciclada de la élite, sin ninguna participación política del exilio, y que busca implementar su noción propia de la política, girando en otros circuitos tecnoeconómicos fuera de Estados Unidos.
La campaña de las expectativas
Aceptar que todo sigue igual o seguirá igual, podría ser la conclusión equivocada. En la política del general no existe la impulsiva audacia de su hermano, estilo que hundió el proyecto inicial. Quizás de eso se trate la confusión tan extendida en el análisis: de esperar medidas precipitadas sin entender que hasta ahora los pasos van enfilados a reformas puntuales en la economía y la sociedad, más bien graduales, pretendiendo evitar los ''males'' colaterales.
Quien espere anuncios oficiales sobre reformas morirá esperando, porque lo que se haga, lo que ya se está haciendo, es y será a nombre del Comandante, como si se estuviera dando cumplimiento a su legado, aunque sea todo lo contrario al fracasado proyecto de Fidel Castro. El ritmo de los cambios va a ser extremadamente lento, en consonancia con la consolidación de su poder como Jefe de Estado y su balance con Fidel Castro.
Así, los talibanes no han podido, a nombre de Fidel Castro, oponerse a una reforma que no existe públicamente, pues sólo se alega que se estarán asumiendo ''movimientos tácticos'' de ajustes y eliminación de ''absurdos''. No tienen más alternativas que aceptarlas, al carecer de fuerzas para imponer una contramarcha.
Que los militares apuesten a la sorpresa estratégica no debe ser noticia: lo sería si actuaran como líderes electos en un Estado de derecho. Ahora que puede, Raúl Castro ha comenzado a tomar decisiones que tienen trascendencias sicológicas y estratégicas, porque están desmontando, poco a poco, vigas del castrismo, y eso es menos cosmético que el levantamiento de prohibiciones.
La población ha desarrollado expectativas de que con el general-presidente al mando de la nave se verán mejorías. Esa percepción es un respiro para Raúl Castro, aunque no se hace ilusiones, por lo que ha refinado discretamente los mecanismos de control preventivo para evitar desagradables sorpresas, mientras sigue, dosificadamente, levantando prohibiciones.
Las directivas de Fidel Castro en su proclama del 31 de julio de 2006 hoy son historia, porque el régimen sucesorio de Raúl Castro:
Permite que se cuestione la política educacional, por boca de Alfredo Guevara en el Congreso de la UNEAC. Cambia la política de salud pública basada en ''el médico de la familia'', porque sabe que es imposible una ''potencia médica'' con más del 60% de sus profesionales de la medicina en el exterior.
Autoriza que se discrepe de la política respecto a los cubanos que han abandonado el país, que reiteró el canciller Felipe Pérez Roque hace pocos días, y que cuestionó Eusebio Leal en el mismo congreso de la UNEAC, porque pretende que se incrementen las remesas familiares y busca un entendimiento que excluya a los ''duros'' de Miami.
Cuestiona el ''internacionalismo proletario'' al distanciarse de Hugo Chávez, al no invitar al iraní Ahmadinejad. Abandona el igualitarismo castro-guevarista al reconocer desigualdades de ingresos en la población, otorgando el acceso a bienes o servicios en moneda dura, incentivando los precios a los productores del agro, eliminando los límites de ingresos salariales y facilitando la adquisición de la propiedad de las viviendas y la compra-venta de automóviles.
Al recibir al cardenal Tarcisio Bertone, Raúl Castro le reconoció en privado que la sociedad cubana no brindaba atractivos ni esperanzas a la juventud, y que su programa de gobierno estaría encaminado a darle solución a ese problema. Dentro de la Isla hay voces disímiles, desde posiciones católicas hasta comunistas de extremo, pasando por socialdemócratas, que piden al nuevo Jefe de Estado divulgue su plan de reformas para contribuir a su desarrollo.
Sin embargo, fiel a su perfil militar, el general se manifiesta a favor del secretismo y de la acción sorpresa. Se trata de darle un rostro ''racional'' al régimen borrando del lenguaje oficial toda la concepción del ''hombre nuevo'' y la ''conciencia comunista''. Raúl Castro no puede regresar al ineficaz modelo soviético, ni avanzar al de mercado chino o vietnamita. Tiene que resolver el gravísimo problema de la producción de alimentos, que ha llegado a importar hasta azúcar.
El raulismo ante escépticos y fundamentalistas
El recién nominado Consejo de Estado, mayormente con veteranos ''raulistas'' en las posiciones clave, es un equipo que debido a su edad tiene como tarea seleccionar al ejecutivo ministerial que va a desempeñarse en lo adelante cumpliendo las instrucciones del poder. La estructuración administrativa y la composición personal del próximo Consejo de Ministros será el termómetro de hasta dónde llevará Raúl Castro sus reformas.
Sin dudas, la percepción del cubano de a pie sobre el Raúl Castro demasiado frío y cruel está cambiando, con razón o sin ella: su política de comparecencias públicas limitadas y breves, su relación de trabajo con funcionarios económicos y estatales, y el dejarse ver en público rodeado de su familia, trasmite una imagen asequible.
Una de las decisiones respecto a la reorganización ha sido la militarización de la cúpula y la marginalización del llamado ''equipo de apoyo'' del Comandante en Jefe, ahora transformado en ''Equipo de Apoyo del Consejo de Estado'', y del programa Mesa Redonda de la televisión cubana, que en los años finales de Fidel Castro resultaban los instrumentos a través de los cuales el caudillo intervenía en la vida económica y política del país. Ambos grupos, conocidos anteriormente en los medios de poder como ''los talibanes'', y en la actualidad como ''las huerfanitas'', se destacaban por su ortodoxia ideológica, pero ante las nuevas realidades están demostrando una orfandad conceptual muy significativa.
En la esfera nacional, Raúl Castro afronta un cúmulo de problemas graves que requieren atención inmediata: la disidencia y oposición interna; la discriminación racial; los bajos salarios; la doble circulación monetaria; los altos precios a los productos de primera necesidad; la insuficiente dieta alimenticia; la escasez de vivienda; el exceso de prohibiciones; la marginalidad y el estado de desatención de las provincias orientales; las expectativas de cambio de parte de la nomenclatura.
En el orden internacional está concentrado en resolver la dependencia del petróleo de la Venezuela de Chávez; lograr a todo trance la mejoría de imagen con Europa; propiciar un desinfle entre las relaciones con Estados Unidos; y concretar inversiones para puntos deficientes de la economía y los servicios.
El general-presidente devolvió la delegación del poder a los ministerios y otras dependencias gubernamentales, y ahora está tratando de introducir orden en el aparato del Estado y la economía y constantemente enfatiza la necesidad de atender el desarrollo social (consumo y nivel de vida). Es perseverante en su mensaje a la nomenklatura, exigiéndoles planes realistas que resuelvan problemas, y dejando claro que no va a admitir el método de la autocomplacencia. En sus directivas pide que se vaya al grano en todos los asuntos, como él personalmente lo ha hecho en la agricultura, en el transporte, en la recuperación hidráulica en Oriente.
Todo indica que a corto plazo se persigue mejorar el funcionamiento institucional del país, el reordenamiento de la vida laboral, productiva y empresarial, buscando que los controles económicos funcionen y que los salarios se vinculen más a los rendimientos, y manejando otras formas de propiedad en determinados sectores, como en la vivienda y en la agricultura.
La situación crítica de las provincias orientales (vivienda, alimentación, desempleo), es un punto primordial de su agenda, por sus constantes visitas a la región, al punto de mostrarse públicamente con el Jefe del Ejército Oriental. Raúl Castro viene presionando a las empresas constructoras del ejército en Oriente para que vigoricen y aceleren las enormes obras hidráulicas tendientes a aprovechar las aguas dulces para un plan agrícola urgente, y enfrentar las sequías.
Los secretarios provinciales del PCC en las provincias orientales se hallan bajo fuerte presión desde La Habana y es notoria la constante presencia del vicepresidente Machado Ventura sosteniendo reuniones con todos los partidos municipales. ''Machadito'', a su vez, ha iniciado una agenda muy activa en todas las provincias, pasando balance a las inversiones y a las producciones sensitivas, y opacando la presencia de Carlos Lage, que ha pasado a la oscuridad.
Desde la proclama, todos los elementos reformistas dentro del aparato estatal han abogado por la reevaluación del peso cubano, la eliminación de gratuidades y subsidios, incluidos los de la libreta de racionamiento, y mitigar la distorsión que produce el fenómeno de la doble moneda. Ya se han eliminado los topes máximos a los salarios: cada persona puede percibir el salario que sea capaz de ganarse legalmente, sin límites. Hace poco el propio Raúl Castro declaró que no importaba que los campesinos ganaran mucho dinero si tal dinero estaba respaldado por producción.
El transporte, la electricidad, el tabaco son renglones que presentan una leve mejoría, así como el transporte en la capital. A pesar de que el turismo sufrió un descenso, la venta de tabacos fue muy fructífera en 2007: 400 millones de dólares, y la producción de níquel se ha beneficiado de los altos precios en el mercado mundial, mientras se amplia la prospección y producción de petróleo, con inyecciones de tecnología extranjera. En los servicios directos a la población se ha restaurado la red de panaderías y el mantenimiento al servicio de agua potable de acueductos y cisternas. Ha logrado una estabilidad energética con menos apagones, aunque a niveles de supervivencia, manteniendo el vínculo petróleo-servicios con Venezuela.
La segunda parte de este artículo se publicará el próximo domingo.