Iraq: Luz verde para la tortura Alexander Cockburn
CounterPunch.
Traducido para Rebelión por German Leyens.
Así que, después de todo, existían las Armas de Destrucción Masiva en Irak. Eran las cámaras digitales. En parte gracias a ellas, EE.UU. confronta una de las más humillantes derrotas de la historia imperial. Pero también existe un claro sendero de papel. No sólo el prolongado y copiosamente documentado historial de tortura de EE.UU., con muchos refinamientos adquiridos por la CIA de los nazis después de la II Guerra Mundial, sino el más reciente linaje de estímulo de dicha tendencia.
Unos pocos días después de la caída de las torres gemelas en septiembre de 2001, un agente del FBI de vacaciones relató a una relación mía en Puerto Vallarta que estaban torturando detenidos en EE.UU. El 3 de mayo de 2004, dos de esos detenidos, un paquistaní llamado Javaid Iqbal y un egipcio, Ehab Elmaghraby, presentaron una queja civil en un tribunal de EE.UU. en la que describen las palizas sufridas en el Centro de Detención de Brooklyn, donde se les obligó a caminar desnudos frente a guardias mujeres, los recluyeron en una minúscula celda alumbrada las 24 horas del día, sin frazadas, colchones o papel higiénico. Los dos fueron expulsados de EE.UU., después de que se declararon culpables por acusaciones no relacionadas con el terrorismo. El Centro de Detención fue duramente criticado en un informe de 2003 del Departamento de Justicia, por serios maltratos de reclusos.
A principios de noviembre de 2001, la opinión pública, aquí en EE.UU., estaba siendo ablandada para que aceptara el uso de la tortura. A comienzos de noviembre el Washington Post publicó un material de Walter Pincus que cita a investigadores del FBI y del Departamento de Justicia diciendo que "podría ser que las libertades cívicas tradicionales tendrán que ser dejadas de lado si hay que obtener información sobre los ataques del 11-S y los planes terroristas". Pincus informó que "estrategias alternativas en discusión utilizan drogas o tácticas de presión, como las utilizadas ocasionalmente por interrogadores israelíes".
Jonathan Alter, el erudito liberal interno de Newsweek, confió a sus lectores en la edición semanal del 5 de noviembre de 2001, que se necesitaba algo para "hacer que se relance rápidamente la investigación, que se encuentra en un punto muerto". Su tono era burlonamente optimista, alineado con el enfoque "casi chistoso" popularizado ahora por el enemigo del dolor, Rush Limbaugh. Alter: "¿No podríamos por lo menos someterlos [a los detenidos] a la tortura psicológica, como ser: grabaciones de conejos moribundos o de rap tocado a alto volumen?" Alter también se refirió respetuosamente al orgullo de Harvard, Alan Dershowitz, que entonces andaba por el país promoviendo la idea de "órdenes de tortura" dictadas por jueces y recomendando que se coloquen agujas bajo las uñas de los detenidos, y por Israel, donde (como dijo Alter) "hasta 1999 fue legal una técnica de interrogación llamada 'sacudir'. Consistía en mantener un saco hediondo sobre la cabeza de un sospechoso en una habitación oscura", una manera decorosa de referirse a cómo palestinos eran casi sofocados al forzar sus cabezas dentro de sacos llenos de excrementos por los torturadores israelíes.
No hacía mucho que había comenzado la guerra en Afganistán y el Secretario de Defensa Don Rumsfeld definió sus puntos de vista sobre el trato de prisioneros, después de que comenzaron a aparecer horripilantes relatos sobre el trato dado a prisioneros de guerra talibán.
Hay que recordar que después de la rendición de la fortaleza de Kunduz, en noviembre de 2001, cientos de talibán fueron apresados junto con un estadounidense llamado John Walker Lindh. Rumsfeld había declarado originalmente que EE.UU. no se sentía "inclinado a negociar rendiciones". Entonces lo corrigió para decir que se debería dejar libres a talibanes pero que los combatientes extranjeros no podían esperar misericordia: "Tengo la esperanza de que sean matados o capturados".
Resultó que sufrieron las dos opciones de Rumsfeld. Un año después, Jamie Doran, un productor de televisión británico, presentó su documental que estableció más allá de toda duda, que cientos de estos prisioneros - sin distinción entre talibanes o "combatientes extranjeros - murieron sea por sofocación en los camiones contenedores utilizados para transportarlos hacia la prisión Shebarghan, o ejecutados directamente cerca de Shebarghan.
Sobre la base de entrevistas con testigos presenciales, Doran dijo que estuvieron presentes soldados de EE.UU. al ser abiertos los contenedores. "Cuando terminaron por abrir los contenedores, todo lo que se veía era un revoltijo de orina, sangre, heces, vómito y carne putrefacta... Mientras ponían en fila los contenedores afuera de la prisión, un soldado [de EE.UU.] que acompañó el convoy estuvo presente cuando los comandantes de la prisión recibieron órdenes de eliminar rápidamente la evidencia. La investigación de Newsweek de las atrocidades afganas ("El convoy de la muerte de Afganistán", 26 de agosto de 2002) señaló que "las fuerzas estadounidenses trabajaban estrechamente con 'aliados' que cometieron lo que podría significar perfectamente crímenes de guerra".
Los testigos también declararon que "600 prisioneros de guerra talibán que sobrevivieron el envío en contenedores a la prisión Shebarghan... fueron llevados a un lugar en el desierto y ejecutados en presencia de unos 30 a 40 soldados de las fuerzas especiales de EE.UU." ( The Globe and Mail, 19 de diciembre de 2002). Se dice que otros soldados de EE.UU. estuvieron implicados personalmente en forma directa y entusiasta en el "trabajo sucio" de las torturas de prisioneros y en la eliminación de los cadáveres. "Los estadounidenses hicieron lo que querían", declaró un testigo afgano. "No teníamos autoridad para detenerlos. Todo se encontraba bajo el control del comandante de EE.UU."
John Walker Lindh fue mantenido en una caja del tamaño de un ataúd. Como declaró más adelante su abogado, las fotografías no dejaron dudas sobre el tipo de tratamiento que sufrió. Parte del acuerdo final de su abogado con la fiscalía fue la renuncia a toda posible acusación de tortura.
Desde mayo de 2003, la Cruz Roja estuvo quejándose ante los comandantes del ejército de EE.UU. y el pro-cónsul Bremer en Irak, ante Rumsfeld, el secretario adjunto de defensa Paul Wolfowitz y la Consejera Nacional de Seguridad Condoleezza Rice por el aterrador tratamiento de prisioneros iraquíes en Abu Ghraib y en otros sitios. "Los elementos que encontramos equivalían a tortura", declaró a periodistas en Ginebra Pierre Kraehenbuehl, director de operaciones del Comité Internacional de la Cruz Roja en Suiza, a fines de la primera semana en mayo de 2004, después de que el Wall Street Journal reveló el contenido de un importante informe de la Cruz Roja. "Se trataba claramente de incidentes de tratos degradantes e inhumanos".
Kraehenbuehl dijo que las investigaciones del CICR mostraban "un patrón de conducta, un vasto sistema" en lugar de "actos aislados de miembros individuales de las fuerzas de la coalición". Durante una visita inesperada a Abu Ghraib en octubre, por ejemplo, los inspectores del CICR presenciaron "la práctica de dejar a personas totalmente desnudas en celdas de hormigón absolutamente vacías en oscuridad total durante varios días consecutivos", señaló el informe.
Los equipos de la Cruz Roja también vieron a guardias que obligaban a prisioneros a exhibirse en ropa interior femenina, según el resumen del informe. Cuando un funcionario del CICR se quejó ante el oficial militar a cargo, dice el informe, el estadounidense explicó que la práctica formaba "parte del proceso". El informe del CICR dijo que los sospechosos eran "golpeados severamente por personal [de las fuerzas de la coalición]" y un hombre, identificado como Baha Daoud Salim, falleció. En las palabras del informe: "Los que fueron arrestados junto con él lo escucharon gritando y pidiendo ayuda".
La Cruz Roja comenzó a quejarse aproximadamente cuando, en mayo y junio de 2003, EE.UU. se encontraba en plena campaña diplomática para obligar a otros países a firmar acuerdos bilaterales que eximían a ciudadanos de EE.UU., tanto militares como civiles, de la posible jurisdicción del nuevo Tribunal Penal Internacional (TPI) en Roma.
Lo que ha quedado suficientemente claro es que la calidad del liderazgo de EE.UU. de arriba abajo, tanto civil como militar, es rancia. La responsabilidad se fue por la borda. La venalidad y corrupción de los funcionarios de la coalición de Bremer y de muchos de los oficiales de Sanchez han permitido naturalmente que muchos en las fuerzas armadas degeneren hacia la matonería criminal. Las familias iraquíes se quejan de que después de que los soldados estadounidenses allanan y destrozan sus hogares, los ocupantes vuelven para descubrir que sus cajas de fondo han sido desvalijadas y que han robado sus ahorros y artículos de valor.
El informe de la Cruz Roja cita a algunos oficiales de inteligencia militar de la coalición que reconocen que "entre un 70 y un 90 por ciento de las personas privadas de su libertad en Irak han sido arrestadas por error".
Es irónico cómo la gran cruzada moral por la libertad y la democracia en Irak se ha ido a pique por una foto de la soldado Lynndie England tirando al Otro atado a una correa de perro. Hasta las imágenes de tortura degradan los propios instintos morales a una velocidad estremecedora. Me encantaría ver una foto de Anne Coulter colocándole la correa a Rush Limbaugh, aunque, por no ser musulmán, probablemente no le importaría. Hay que recordar que ser obligado a desnudarse y el que perros salvajes amenacen tus genitales es algo que aparentemente los musulmanes consideran detestable. Esos Otros son un montón de bobos, ¿no es cierto? No como nosotros, los cristianos.