El Ballet Español de Cuba (BEC), que dirige el primer bailarín, maître y coreógrafo Eduardo Veitía, presentó los días 25, 26 y 27 de abril y 2, 3 y 4 de mayo de 2008, en la sala ”García Lorca” del Gran Teatro de La Habana (GTH), el espectáculo “La danza española en concierto”, en homenaje a los grandes compositores hispanos: maestros Enrique Granado, Mateo Albeniz, Pablo Sarazate, Salvador Bacarisse, Joaquín Tunina, Mauricio Ravel y Manuel de Falla. Dicho espectáculo, estructurado en dos partes, con coreografías de Eduardo Veitía e Irene Rodríguez, y el acompañamiento musical de la orquesta del GTH, dirigida por el maestro Sánchez Ferrer, llevó a escena la magia de la danza y la música españolas, para acariciar la mente y el alma del público que ama esas manifestaciones culturales de las que se nutre -¡y de qué forma!- la personalidad básica del cubano.
El programa artístico incluyó las obras Goyescas, Sonata en Re Menor, Jota de San Fermín, Concertino para Guitarra y Orquesta, Danza Fantástica (Orgía No. 3), Bolero de Ravel, Danza ritual del Fuego, así como la Suite del Sombrero de Tres Picos (Los vecinos, Danza del molinero y La danza final).
No cabe duda alguna de que la primera bailarina Irene Rodríguez es la artista insignia del BEC, no sólo por el dominio -casi perfecto- de la técnica dancística y de la interpretación teatral (el “secreto” de una buena actuación), sino también porque “hechiza” al auditorio con ese “ángel guardián” que la caracteriza e identifica en su medio natural por excelencia: las tablas.
Si el amor al baile español tuviera una dimensión material-inmaterial u objetivo-subjetiva, estoy seguro de que esa destacada bailarina-actriz lo materializa a través de su cuerpo y lo subjetiviza (o mejor, lo espiritualiza) a través de su alma.
Los bailarines principales Leslie Ung y Víctor Alarcón continúan creciendo, según José Martí, “[…] como las palmas […], como los pinos […]”, mientras se perfila cada vez con mayor nitidez y precisión su bien sedimentada estatura profesional.
No quisiera finalizar esta crónica sin antes destacar la renovación del cuerpo de baile, enriquecido con jóvenes bailarines, a quienes la academia no sólo les enseñó la técnica dancística, sino también a amar el baile español con todas las fuerzas de su ser, así como a entregarse a él en cuerpo, mente y alma; lecciones muy bien aprendidas y materializadas en la práctica por la forma sui generis en que esos noveles artistas se adaptaron a las exigencias coreográficas (música in vivo incluida) de las obras interpretadas en el concierto-homenaje que el BEC dedicara a esas figuras emblemáticas de la cultura ibérica.
Jesús Dueñas Becerra, Crítico y periodista. Fotos: Nancy Reyes