rand Rapids, Michigan-- La renuncia de Fidel Castro a la presidencia de Cuba es el fin de un régimen que no había existido en ninguna parte del mundo moderno, un "Estado personificado" y sin relación con ningún otro sistema de gobierno. La Cuba de Castro ha sido el arquetipo del culto a la persona.
El líder máximo fundó en 1959 a la Cuba que conocemos. A lo contrario de la Unión Soviética, no ha existido ni siquiera la apariencia de una democracia. La supuesta genialidad del sistema cubano, alabado por izquierdistas durante décadas por tratarse de su obra personal, pero --qué ironía-- esa revolución "popular", "progresista" y "moderna" encarnó al gobierno más retrógrado de la historia.
Con una diferencia: los reyes de la antigüedad se preocupaban por lo que hacían, porque no podían defenderse de una revolución popular. Castro se protegió de eso erigiendo un control absoluto, nunca logrado antes del Siglo XX. Controló la prensa, la propiedad, la expresión, los vecindarios y hasta el pensamiento, no permitiendo ni siquiera la libertad de religión hasta hace poco tiempo, por no tener alternativa.
El resultado está a la vista para quien visita la isla. Cuba es como un museo, con las tecnologías de los años 50 del siglo pasado, pero con un nivel de vida muy inferior al de entonces. Ni siquiera las estadísticas falsificadas logran esconder la palpable realidad. Pero las sociedades no son estáticas, avanzan o mueren y Cuba ha estado muriendo por mucho tiempo.
La verdad se ve en las fotos que guardan los exiliados cubanos en Estados Unidos. Tienen fotografías de sus padres felices y prósperos, bien alimentados, viviendo y actuando como seres humanos. Hoy ven a sus familiares en Cuba decrépitos, hambrientos y demacrados, sin esperanzas de un futuro mejor. Esa fue la utopía lograda por la gran revolución castrista.
Pero consideremos la respuesta absurda de Washington al imponer sanciones a Cuba durante 40 años, exactamente lo que Castro necesitaba: un chivo expiatorio para justificar su totalitarismo y engañar a su propia gente. Por fin Castro renunció, pero no por la política externa de Estados Unidos sino por su propia mortalidad.
La Iglesia Católica ha jugado un importante papel en contra de regímenes comunistas alrededor del mundo. Yo me he reunido con la jerarquía de la Iglesia cubana que ha vivido en un país donde poner un arbolito de Navidad era considerado un delito reprimible. La Iglesia está ahora creciendo y operando más abiertamente, mientras Castro hace comentarios positivos sobre la religión. Pero queda mucho por hacer.
El momento crucial para el catolicismo en Cuba comenzó en 1998, con la visita del Papa Juan Pablo II. Habló de derechos humanos, incluyendo el derecho de los padres a educar a sus hijos. Habló de deberes religiosos y del derecho a ejercer la libertad en todos los ámbitos de la vida humana. Esto reactivó el interés por la religión y motivó que la gente expresara su pensamiento.
La transición ha tomado una década y Castro ahora dice que nada cambiará y que su hermano Raúl continuará su mandato, manteniéndose para siempre el status quo. ¿Promesa o amenaza? Que sigan las cosas igual significa más descomposición y podredumbre. El único camino es a la libertad.
Llegó la hora de acabar con las restricciones al intercambio con Cuba, no porque el sucesor de Fidel sea mejor, sino por compasión ante el horrible sufrimiento de los cubanos.
*Sacerdote católico, presidente del Acton Institute © www.aipenet.com