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LA CUBA DEL GRAN PAPIYO
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General: Ni los historiadores mas simpatizantes puede redimir la figura sangrienta de Che
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: EnanazuI  (Mensaje original) Enviado: 15/06/2008 20:53
 
Dentro de cada rebelde hay un tirano tratado de salir. Nadie se  Ajusta mejor a esta definición que Ernesto "Che" Guevara. Fue el  Ayatola Komeini de la revolución cubana, un asceta que convirtió 
su propia afición a la renunciación en un imperativo moral para  los demás. Un mundo gobernada por Guevara hubiera sido tan  divertido como la Ginebra de Calvino.
Es típico de la frivolidad de la juventud del mundo occidental  el haber convertido a este inescrupuloso pedante en un  símbolo 'pop' por el sólo hecho de que usaba boina, le tenía  aversión al baño y resultaba fotogénico desde ciertos ángulos. 
Esta juventud no conoce sus sanguinarias ideas ni le interesan. 
Desde su punto de vista, cualquier joven que haya derrocado a un  gobierno por la fuerza y en nombre de la justicia debe de ser un  héroe.
Para ser justo con Guevara, él no tiene la culpa de ser tan mal  comprendido por los estudiantes occidentales. Nunca se preocupó  por ocultar ni sus ideas ni sus acciones. Pero, pese a su enorme  seriedad, en el fondo compartía la frivolidad moral e 
intelectual de sus admiradores occidentales. Estos dos biógrafos  alegan que tenía una insaciable curiosidad intelectual. Pero no  hay ninguna prueba de que se haya dignado a reflexionar, aunque  fuera un poco, sobre las causas de los crímenes de Stalin y de 
Mao. Tampoco se detuvo nunca a meditar sobre las fuentes del  poderío económico, cultural y militar de Estados Unidos. No le  pareció necesario. De joven, llegó a la conclusión de que la  fuente de la riqueza de Estados Unidos y Europa era la explotación, y se mantuvo aferrado a esa estupidez hasta el 
final. Era la única fórmula que le permitía asignarse a sí mismo  un papel providencial en la historia. De otra forma, se hubiera  tenido que contentar con una simple práctica de la medicina,  para la que no tenía ninguna vocación.
Estas largas biografías son el fruto de una diligente 
investigación y, aunque hay diferencias entre ellas, la imagen  que emerge es básicamente la misma. Castañeda es mucho más  informativo que Anderson en relación con ideas económicas de Guevara. Anderson lo es en relación con su infancia y su 
juventud. Castañeda ubica a la segunda esposa de Guevara, Aleida  March, como miembro de la alta clase media. Para Anderson es la  hija de un campesino. Castañeda menciona los hijos ilegítimos de  Guevara, Anderson no hace referencia a los mismos. Pero ambos  concuerdan en las características fundamentales de la vida y la 
obra de Ernesto Guevara.
Aunque sus dos padres provenían de una familia relativamente  empobrecida de la oligarquía argentina, Guevara nunca conoció la  verdadera pobreza y tenía la autoconfianza de los que nacen en  una elite. Sufrió de asma desde muy temprano y esto trajo dos 
consecuencias. En primer lugar, le garantizó el amor y la  ansiosa preocupación de su madre, que fue, con mucho, la mujer  más importante de su vida. En segundo lugar, le dio  determinación para sobreponerse a las dificultades que  encontrara en su camino. Pese al asma, se convirtió en un  deportista y nunca cedió ante sus limitaciones físicas.
Durante el resto de su vida fue notablemente poco autocrítico. 
Aceptó la evaluación de su madre sobre su propia persona y creyó  que lo que hacía era justo porque era él quien lo hacía. Hasta  el fin de sus días, sobrestimó burdamente la importancia de su  propia voluntad en la transformación del mundo que lo rodeaba. 
Su vanidad y su delirio de grandeza lo llevaron a la 
destrucción. A la que también arrastró a otros.
Como deja bien clara la narración de Anderson, Guevara  desarrolló desde muy temprano la consciencia de su propia  importancia. Cuando estuvo en dificultades durante sus juveniles  vagabundeos por América Latina, no dudó en estafar a la gente 
que se cruzaba en su camino. Consideraba su propia falta de  honestidad como una diversión, no como una debilidad moral. 
Después de todo, era él quien estaba siendo deshonesto. 
Posteriormente, su excesiva puntillosidad en cuestiones de  dinero, en la que había una gran dosis de esnobismo moral e  intelectual, se convirtió en el rasero con que medía a los  demás. Guevara siempre se consideró a sí mismo como un modelo.
Llamarlo un pensador de segunda sería excesivamente generoso. Su  concepción económica fundamental, que toda ganancia personal  debería de ser eliminada de la vida económica, es una idea  estúpida que ni siquiera es original. Quizás sea excusable en un 
adolescente. Ciertamente es imperdonable en un adulto. Y  solamente un monstruo moral estaría dispuesto a matar en aras de  semejante ideal.
Guevara era ese tipo de monstruo. Era demasiado egoísta como  para que la experiencia le hiciera cambiar de ideas. Soñaba con  la creación de un Hombre Nuevo que, por supuesto, lo tendría a 
él como su maestro. Todos los hombres del pasado, desde el  inventor de la rueda hasta Shakespeare, Newton y Mozart no  satisfacían sus rigurosas exigencias.
Estas dos biografías dejan claro que durante la crisis cubana de  los cohetes, Guevara estuvo a favor de la guerra nuclear. Guerra  que, por supuesto, hubiera provocado la muerte de decenas de  millones de norteamericanos y la aniquilación del pueblo cubano. 
Pensaba que era deseable porque, sobre esa base de cenizas, se  hubiera podido construir un mundo mejor. No sentía la más mínima  vacilación al hablar a nombre de los millones de cubanos que 
serían inmolados. Guevara pensaba de la misma forma que Pol Pot. 
Si terminó matando a muchas menos inocentes que el camboyano, no  fue por falta de esfuerzo. Después de todo, estaba entusiasmado  con la guerra de Indochina y hubiera gozado al ver dos, tres y  muchas Cambodia en todo el mundo. La diferencia entre él y Pol 
Pot es que nunca estudió en París.
Los dos biógrafos se afanan por rescatar algo de esa vida  desastrosa y repulsiva. Cualesquiera que hayan sido sus  atractivos personales, un hombre que pueda haber defendido  seriamente la muerte de todo un pueblo (teniendo casi la  posibilidad de hacerlo realidad) tiene que ser de una  indescriptible vileza. Lamentablemente, los autores no se animan 
a decirlo. Contradice demasiado ese clisé publicitario de  nuestra época: que Guevara era un hombre "fundamentalmente bueno  "y generoso. Y cuya imagen permite hacer excelentes carteles. 
Ninguno de los autores llama la atención sobre el hecho de que  Guevara adoptó una posición violentamente antianortemericana y pro-soviética sin saber nada de la historia, la economía, las 
condiciones de vida o la cultura de ninguno de los dos países.  Si Guevara se desilusionó con la Unión Soviética fue porque  había dejado de ser suficientemente radical. Sus sueños eran El 
Gran Salto Adelante y la Gran Revolución Cultural Proletaria,  con sus millones de víctimas.
La ambivalencia hacia Guevara es particularmente notable en el  libro de Castañeda. Es como un viejo comunista que finalmente ha  aceptado que Stalin mató a decenas de millones pero que trata de 
rescatar algo del inmenso naufragio y habla de éxitos en la  salud o en la educación pública. Castañeda es un hombre de la  izquierda y, por lo tanto, no puede aceptar que la Weltsanschauung de Guevara sea básicamente errónea. Su  ambivalencia esta bien ilustrada en las páginas 188 y 189 de su 
libro donde describe los efectos de los escritos de Guevara en  la juventud de su tiempo. En la página 188 leemos:
"Che no tenía razones para sospechar el impacto que tendrían (sus escritos) en miles de jóvenes estudiantes universitarios en los  próximos treinta anos, mientras marchaban alegremente hacia la 
masacre. ... ningún autor debe de ser considerado responsable por  la sagacidad o falta de sagacidad de sus lectores". Pero en la  página 189 leemos:
"El Che le dio a dos generaciones de jóvenes los instrumentos de  esa fe (en la revolución), y el fervor de esa convicción. Pero  también tiene que ser considerado responsable por la sangre y las 
vidas de esas generaciones decimadas".
Estas citas contienen otra equívoco. Porque los jóvenes  universitarios no sólo marchaban a ser masacrados sino también a  masacrar. Guevara pensaba (como cita posteriormente el mismo 
Castañeda) que era necesario tener un "inquebrantable odio por el  enemigo, el que empuja al ser humano más allá de sus limitaciones  naturales, convirtiéndolo en una máquina de matar fría, violenta, 
efectiva y selectiva." Y no sólo eso. Ese odio asesino era el  prerrequisito indispensable para construir un mundo mejor. Si  Castañeda considera esto como noble, no quiero ni imaginarme que  puede considerar innoble.
Cuando se escriba la historia del siglo veinte, la Guevarofilia  entre las educadas clases medias de los piases más ricos y más  libres que han existido en la historia parecerá un fenómeno  extraño. Fenómeno que no habla muy bien de la raza humana. ¿Cómo 
pudieron ver en Guevara algo más que un inescrupuloso fanático? 
La respuesta no está en ninguno de estos dos libros. Pero ambos  contienen suficiente información como para dejar claro que  Ernesto Guevara fue uno de los más implacables enemigos de la  libertad del siglo XX



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