Profundización de la miseria
por Reinaldo Spitaletta Saturday, Dec. 24, 2005 at 12:11 PM

Colombia está entre los 10 países más pobres del mundo. La clasificación es de la ONU, y la pobreza, en aumento, no es porque los pobres, como diría hace años algún empresario, sean perezosos, sino porque la aplicación del modelo neoliberal, desde hace más de tres lustros, ha convertido al país en una nación de tugurianos rodeados de una élite de archimillonarios y plutócratas.

Lo que debería exorcizar el embrujo uribista es que, precisamente, durante los largos tres años de su mandato la miseria de la mayoría de colombianos ha crecido a niveles de espanto. Entre tanto, el gobierno de la “mano firme” y el “corazón grande” (debería hacerse ver de un cardiólogo) ofrece todas las gabelas y prebendas a una oligarquía financiera y colma hasta más allá de la hartura a las corporaciones transnacionales.

Millones de “compatriotas” agonizan en medio de las carencias; el drama de los desplazados haría saltar lágrimas al más desalmado. Bueno, esto es un decir. A los agentes desplazadores, aquellos de las motosierras y los cilindros bomba; aquellos que financian el terror con el narcotráfico; unos que ya están reconocidos como grupo político y tienen representación en el Congreso (dicen que el 35%) y aspiran a sentarse en más curules, poco o nada les importa haber esquilmado las mejores tierras, convertido en parias a millones de campesinos y ocasionado una tragedia que ni el genio shakesperiano hubiera imaginado.

Colombia, con un paisaje desgarrador de inequidades, soporta hoy un gobierno que se ha ensañado contra los pobres y ha abierto sus compuertas para beneficiar con creces a una élite voraz. Las ingentes desigualdades e injusticias sociales se presentan en lo que el gobierno, sin sonrojarse, llama una “democracia profunda”.

No sé si esa ínfima porción de magnates, cuyo representante y defensor en palacio es, a su vez, uno de los más sumisos servidores del gobierno estadounidense, sienta algún estremecimiento por los desastres económicos y sociales que ha causado a una enorme legión de gentes desangradas por miserias sin cuento.

Según Planeación Nacional, el 52% de colombianos vive en circunstancias de marginalidad y en los campos la pobreza pasó en los últimos cinco años del 66% al 69%, mientras el crecimiento económico engorda las arcas de un privilegiado grupúsculo de ricos.

Los trabajadores perdieron, durante este gobierno, antiguos derechos conquistados en arduas batallas, y la reforma laboral aprobada por el régimen los puso a ganar menos. Además de favorecer a los empresarios, tampoco creó empleos, que era el argumento falaz con que se impulsó.

No puede ser ésta, entonces, una “democracia profunda”. No puede denominarse democracia a un régimen excluyente y favorecedor de un club de oligarcas. No puede ser una democracia, ni siquiera superficial, la que cierra hospitales públicos, entrega en bandeja de oro el país a los intereses foráneos y pretende acabar del todo con la producción nacional al querer suscribir un TLC leonino y antipatriótico.

¿Democracia sin justicia social? ¿Democracia para quién? ¿Puede haber democracia con un gobierno absolutista? Sin embargo, lo que ahonda la desgracia y desventura de las mayorías es que, seducidos por un hechizo mediático y una grotesca escenografía, muchos creen estar frente a un “salvador”. Algo así como lo que hacía Drácula con sus víctimas: primero las hipnotizaba y luego les clavaba sus colmillos.

Como diría el finado Gutiérrez Girardot, frente al régimen uribista hay “una sangrienta hipocresía provinciana que celebra su autoritarismo sin querer percatarse de que hunde al país en un canto del cisne”. O, en otras palabras, lo precipita por los despeñaderos de la indigencia y el despotismo.

Bueno, no hay de qué preocuparse. En 2006, con el presidente candidato vendrán tiempos peores… Ah, sí, para los pobres.