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General: Anécdota Tragicómica sobre el éxodo del Mariel
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De: Azali5  (Mensaje original) Enviado: 26/10/2008 22:32
Anécdota Tragicómica sobre el éxodo del Mariel

Por Angel Cuadra. Diario Las Américas, 23 de abril de 2005.

En este año 2005, al cumplirse el 25 aniversario de la más multitudinaria y significativa salida de ciudadanos de un país que ha conocido el continente americano, y que quedará en la historia del mismo con el nombre de "Exodo del Mariel", se han llevado a cabo actos y se han escrito reportajes con los protagonistas de aquella fuga masiva e insólita de los cubanos, y artículos y encuestas en los que se han puesto de manifiesto aspectos en los que no habían reparado lo suficiente historiadores y analistas.

Uno de esos aspectos que se han resaltado y que denota la acción malvada e inescrupulosa del régimen castrocomunista, fue la inclusión, a la fuerza y mal intencionada de delincuentes comunes de la mayor peligrosidad, sacados de las cárceles de todo el país, como también gran número de enfermos mentales de los diferentes sanatorios para dementes, como el desagüe de una sucia corriente desviada hacia los Estados Unidos, con la intención de avalar la propaganda oficial, baja y perversa, de que los que se marchaban a la estampida de Cuba eran realmente la "escoria", los "antisociales", los "delincuentes", homosexuales de conducta impropia, prostitutas, en fin, la peor ralea, la que desentonaba en la nueva sociedad construida por la revolución.

Esa campaña comenzaron a instrumentarla los medios de prensa gubernamentales, desde que más de diez mil cubanos entraron a la desesperada en la embajada del Perú en la Habana, en las treinta y seis horas durante las cuales el gobierno retiró las postas policiales que custodiaban dicha sede diplomática, en represalia contra la misma que se negó a entregar a tres o cuatro cubanos que, en forma sorpresiva y violenta, solicitaron asilo político urgente en dicha Embajada.

La solución al problema creado por aquel asilo inaudito, fue la salida por la vía del puerto del Mariel, de alrededor de ciento veinticinco mil cubanos, los cuales previamente fueron hostigados con los llamados "actos de repudio" por las turbas organizadas por el gobierno, ya en los domicilios de los que se anotaban para emigrar, ya en los centros de trabajo de los mismos.

Fui testigo de ese envío mal intencionado de delincuentes hacia los Estados Unidos en las lanchas que enviaban los exiliados cubanos para llevarse a sus familiares en la Isla. Era el año 1980, por los meses de abril y mayo. Yo me encontraba en la cárcel de Boniato, situada en las afueras de la ciudad de Santiago de Cuba, en los años finales de mi condena de quince años como preso político. En un pequeño departamento contiguo a nuestra galera, se manejaba el control de la población penal de aquel centro penitenciario, y pudimos saber por el informe directo de otros presos que actualizaban las listas de reclusos, que habían rebajado el número de ochocientos de los más peligrosos criminales, a los que, inclusive, los habían presionado para que se fueran por la citada vía al extranjero. Y vimos salir a grandes grupos de esos presos, muchos de los cuales se detenían en las rejas de entrada a nuestra galera y nos contaban cómo los habían incitado y, a muchos, presionado para que tomaran parte en el contingente de cubanos enviados por el puerto del Mariel.

Una noche, ya recién pasado aquel alboroto de especiales emigrantes, entró en nuestra galera, en visita desde otra galera de presos comunes, porque conocía a un preso político vecino de la ciudad de Santiago de Cuba, un joven negro, que no llegaba a los treinta años de edad, y éste nos hizo el relato de su desgracia por la que estaba allí preso; cuento que si no fuese por lo trágico que era para aquel pobre muchacho hubiese sido algo cómico, propio para una comedia teatral.

Este joven, que trabajaba en una fábrica de la ciudad de Santiago de Cuba, se vio obligado a participar en un acto de repudio contra un compañero de trabajo que se había inscripto en la lista que facilitó el gobierno a los que querían irse del país. Nuestro protagonista también quería tomar dicho camino para marcharse de Cuba, pero fue tan horrible lo que vio que se le hizo a su compañero en cuestión -ofensas en la vía pública, lluvia de huevos podridos y de piedras y, finalmente, golpes y heridas-, en lo que él tuvo que participar que, lleno de terror, se le ocurrió buscar su objetivo por otro camino.

El había oído decir que estaban enviando a los presos para los Estados Unidos por el puerto del Mariel; y, junto con otro amigo y una amiga de ambos, concibieron la coartada de convertirse en presos comunes, para lo cual planearon fingir una reyerta entre los tres, lo cual llevaron a cabo en un bar de la localidad, por lo que incurrieron en un escándalo público, por cuyo hecho -ellos se documentaron al respecto- les impondrían una sanción pequeña de pocos meses de prisión. Y así, ya convertidos en presos (delincuentes comunes), y gracias a esa condición, podrían irse del país sin pasar por el horror de ser víctimas de un brutal acoso, como aquel acto de repudio del que él había sido espectador y protagonista.

Llegados a la prisión de Boniato, manifestaron que querían irse por el Mariel. Enseguida los incluyeron en los grupos que desde esa cárcel enviaban para la Habana, con dicho objetivo. Antes de subir al ómnibus que los conducirían hacia el destino anhelado, sólo tuvieron que pasar por una breve andanada de huevos que les tiraron a manera de despedida bautismal.

Tras el largo viaje hacia la capital, llegaron a la prisión de La Cabaña. Allí les dieron una documentación que los habilitaba para irse por la vía del Mariel en las embarcaciones que llegaban a dicho puerto, en las que obligaban a los que financiaban las mismas a incluir un número de delincuentes y enajenados, si querían que les dejasen llevarse, si no a toda, a una parte de los familiares que venían a buscar.

Nos contaba nuestro desdichado héroe que, junto con la documentación antes mencionada, les advirtieron que ellos tenían que decir al llegar a Estados Unidos que ellos se habían refugiado en la Embajada del Perú. De este modo el gobierno justificaba la calidad de "escorias", y demás denigrantes calificativos, de los cubanos que allí se habían acogido al asilo diplomático como vociferaba el gobierno.

De la prisión de La Cabaña, los trasladaron entre otros muchos, para la prisión del Combinado del Este, gran centro penitenciario de La Habana, y de allí irían para Cayo Mosquito, última escala a la que llegaron, cerca del puerto por el que embarcarían rumbo al destino anhelado.

Pero sucedió lo inesperado. De pronto, por aquellos días, el Ministerio del Interior dictó una Resolución en la que disponía que aquéllos que habían sido sancionados con posterioridad al 30 de abril (o mayo, no recuerdo bien), no serían incluidos en el contingente de delincuentes que se marcharían por el Mariel.

Y fue así como este desgraciado joven negro que nos relató que entonces tomó el camino a la inversa: al Combinado del Este, de ahí a la prisión de La Cabaña y, desde ésta, de regreso a la cárcel de Boniato, donde tendría que cumplir los seis meses de condena que por el "escándalo público" que, por temor a verse víctima de un acto de repudio en su centro de trabajo, en su domicilio o en la vía pública, él, su amigo y su amiga, inventaron y llevaron a efecto teatralmente; y cuyo fatal desenlace parece asunto para un cuento de humor negro o tema para un juguete cómico, si no fuera por lo risiblemente trágico que resultó el asunto para aquel pobre muchacho y sus dos compañeros de aventura.



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