Los encuentros de la mafia
I PARTE
El dictador Fulgencio Batista impuso en nuestro país no solo un aparato estatal represivo y asesino con el apoyo de Estados Unidos que le costó la vida a más de 20 000 cubanos. También creó un Estado delincuencial. Lo demuestran estos fragmentos exclusivos del nuevo libro testimonial del escritor Enrique Cirules: La vida secreta de Meyer Lansky en la esplendorosa Habana, donde, entre otros aspectos, se revelan detalles de los encuentros secretos entre el dictador y el capo mafioso norteamericano
Luis Hernández Serrano
Fotos: Cortesía de Enrique Cirules
En el texto (en proceso de publicación), de La vida secreta de Meyer Lansky en la esplendorosa Habana no interviene directamente el autor, que durante varios años, se limitó a recoger testimonios y ordenarlos coherente y literariamente, pero posee un prólogo suyo de tres partes. La primera, es una información general de quién fue Meyer Lansky hasta su muerte. La segunda, las circunstancias históricas que hicieron posible que la mafia norteamericana se instalara en Cuba âincluye las actividades de Batista en la década de 1930, el pase político al Autenticismo, y el golpe de Estado de 1952 que coronó lo que Cirules llama la conformación de un Estado de corte delincuencial. Y la tercera parte analiza algunos aspectos que esta reveladora obra aborda, con sutilezas impregnadas en los relatos testimoniales, para que el lector comprenda aún mejor la fabulosa información que contiene.
En este libro se hace evidente también que Batista utilizó la presencia de Albert Anastasia en La Habana como una medida de presión para exigir al clan Habana-Las Vegas mayor participación en las utilidades que propiciaban los grandes negocios que la mafia norteamericana estaba generando en la capital cubana.
Sin dudas, en los últimos tiempos, Batista, desde el poder aparente, no siempre mantuvo relaciones absolutamente armónicas con los grupos del poder real, del cual formaba parte el clan mafioso de Meyer Lansky.
Era una época en que Cuba se estaba debatiendo en grandes y profundas contradicciones: de una parte, Batista, con su cúpula militar, tratando de aplastar la insurrección armada que Fidel había desencadenado al frente de nuestro pueblo; y por otra, la guerra entre el clan de Meyer Lansky y los grupos sicilianos de Nueva York por el control de los grandes intereses que estaban en juego en Cuba. Baste decir que cualquier casino de los grandes hoteles que no reportara un millón de dólares de utilidad cada noche se consideraba en crisis.