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General: Pérez Cuza y su Delito Mayor
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De: Azali5  (Mensaje original) Enviado: 25/11/2008 02:59

lunes, noviembre 05, 2007

Absurdos dentro del planeta silencioso.

Sí, yo vivo dentro del Planeta Silencioso. Los que vivían en el planeta del Edil Oscuro -en la novela de C. S. Lewis- no sabían de la vida racional en los otros planetas, ni que en éstos la espiritualidad se manifestaba sin restricciones. Tampoco sabían que el suyo era el Planeta Silencioso. Este no es mi caso. Yo sé que vivo donde una historia como la mía es posible.
Hace treinta años, no lo sabía aún. Una mañana de enero de 1978, caminaba el corto tramo que separa la Escuela de Matemáticas del Rectorado, creyendo que me dirigía hacia el local de la FEU, situado junto a la Escalinata. “Es aquí”, me dijo Maritza, la presidenta, señalando hacia una escalera por donde nunca había transitado y que me condujo a la oficina del que era en aquel momento Primer Secretario del Partido en la Universidad. Todavía no sospechaba lo que estaba ocurriendo, cuando me presentaron a dos personas: el agente “Noel” y otro individuo cuyo nombre no alcancé a escuchar, aunque no creo que me hubiera sido de gran utilidad conocer su alias. Eran los encargados de poner fin a mi corta carrera de escritor, los que recopilaron cuidadosamente todas las copias de los cuentos y la novela que había leído en el Taller Literario durante algo más de un año, para desaparecerlas en algún archivo bien ordenado. El Primer Secretario y otras personalidades, entre ellas el Rector de la Universidad, se ocuparon del resto: mis expulsiones sucesivas de la FEU, la UJC y la Universidad, así como de enviar un aviso al Comité Militar para que convirtiera mi poco bravía persona en un aguerrido combatiente de la patria. Terminaban así, un año de trabajo a imaginación suelta, mis investigaciones matemáticas, mi confianza en la utilidad de la literatura como factor de transformación de la sociedad y mi juventud misma.
Un cuarto de siglo demoré en volver a oprimir una tecla con propósitos literarios. Algún arqueólogo casual me desenterró (quizás fuera un compañero de trabajo que me habló de la forma en que devoraba kilómetros mirando la rueda delantera de su bicicleta deslizarse por las piedrecillas de la carretera) y volví al mundo de las letras. Escribí una novela (Delito Mayor), celebrada por muchos de los que la leen, encontré a un editor (extranjero, claro está, español por más señas), que tomó rápidamente la decisión de publicarla y hallé también a algunos de mis antiguos amigos, encantados de encontrarme en el mismo lugar y casi tan ingenuo como antes, capaz aún de pararme delante de una aplanadora confiando en que atenderá razones y que su tendencia a aplastar es pura leyenda o cosa del pasado.
Y cuando me preguntan qué hice todos esos años, respondo parcamente: “Vivir.” Le arranco el prefijo “Sobre” porque es triste reconocerlo y porque en el Taller me enseñaron a ser conciso, y si puedo decirlo con cinco letras, ¿Para qué emplear diez?

Delito mayor, 1짧 edición


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De: Azali5 Enviado: 25/11/2008 08:39
Ternera macho.
Exactamente un año después de publicado mi primer libro, salió el segundo. “Ternera macho y otros absurdos” fue su nombre, creado para sustituir el de “Cuentos poco edificantes”, con el que yo pretendía nombrarlo. Además de los que originalmente preparé para este título, tiene varios relatos que escribí con la idea de ponerlos en otro libro y otros que compuse sin ningún propósito especial. Además, incluí “¡Ah, qué felicidad!”, un cuento de aquellos que enfurecieron al viejo “Noel” y que conservé, de milagro, en la memoria (en mi cabeza, que no había de otro tipo en esa época).
Aunque he escrito varias novelas, todo el tiempo estoy escribiendo cuentos. Las razones para hacer esto son variadas, pero hay una sencilla: los cuentos son más cortos, uno va al asunto sin muchos rodeos y después la depuración resulta más fácil y el resultado brilla con sólo unos días de trabajo. La novela, no. Uno corrige, agrega, quita y cuando acaba parece que no ha hecho nada. “Delito mayor” la reescribí más de diez veces y conté con la ayuda de mi familia y de algunos amigos, como el inestimable Amauri Gutiérrez, quien contribuyó mucho a que conservara el tono.
Hay algunos cuentos en “Ternera Macho…” que me entusiasmaron desde el principio. Fue como si yo no los hubiera inventado, como si estuvieran allí, en un rincón de mi cabeza, esperando a que los encontrara. Es lo que sucedió, treinta años atrás, con “¡Ah, qué felicidad!”, y es lo que sucede ahora con “Un saco de pienso”, “El compañero JOB” o “Al asecho de la nínfula.” Otros, fueron versiones de historias personales que me contaron y transformé de tal manera, que sus propios autores no las han reconocido: tal es el caso de “Dieciséis Tetas”, “El día de Margarita” y “Rikimbini”. No deja de haber cuentos fabricados laboriosamente y he procurado que queden tan frescos como aquellos que escribí de un teclazo: así son, “Los del edificio”, “Noviando en La Habana” o “Traición”, relato éste tan escurridizo que estuve cerca de dejarlo dentro en varias ocasiones.


 
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