Voy a ver al mago
En Estados Unidos el presidente cubano Raúl Castro, antiguo ministro de Defensa de la isla, está considerado como un “frío militarista” y un “títere” de Fidel. Pero el joven revolucionario con coleta de la Sierra Maestra está demostrando que las serpientes se equivocan. Por cierto, el “raulismo” está creciendo junto con un reciente auge económico industrial y agrícola. El legado de Fidel, como el de Chávez, dependerá de la sostenibilidad de una revolución flexible, que pueda sobrevivir a la partida de su líder por muerte o renuncia. Fidel ha sido subestimado una vez más por el Norte. Al elegir a su hermano Raúl ha puesto las decisiones políticas diarias de su país en una manos formidables. En un informe del Consejo de Asuntos Hemisféricos, el portavoz del Departamento de Estado, John Casey, reconoció que el raulismo podría llevar a una “mayor apertura y libertad para el pueblo cubano”.
Muy pronto me veo sentado a una pequeña mesa lustrada en un despacho del gobierno, con el presidente Castro y un traductor.
–Fidel me llamó hace un momento -me dice–. Quiere que lo llame después de que hayamos hablado.
Hay un humor en la voz de Raúl que recuerda una vida de afectuosa tolerancia por el ojo vigilante de su gran hermano.
–Quiere saber todo sobre lo que hablamos –dice con risita de sabio–. Nunca me gustó la idea de conceder entrevistas –añade–. Uno dice muchas cosas, pero cuando se publican aparecen recortadas, condensadas. Las ideas pierden su significado. Me han dicho que sus películas son largas. Quién sabe si su periodismo será largo también.
Le prometo que escribiré lo más rápido posible y que imprimiré todo lo que escriba. Me dice que ha prometido informalmente a otros su primera entrevista como presidente y, como no quiere multiplicar lo que podría ser interpretado como un insulto, me ha escogido a mí solo, sin mis compañeros.
Castro y yo compartimos sendas tazas de té.
–Hoy hace cuarenta y seis años, exactamente a esta hora, movilizamos las tropas. Almeida en el Oeste, Fidel en La Habana, yo en Oriente. A mediodía habían anunciado que en Washington el presidente Kennedy iba a pronunciar un discurso. Fue durante la crisis de los misiles. Preveí
amos que el discurso sería una declaración de guerra. Después de su humillación en la Bahía de Cochinos, la presión de los misiles [que según afirma Castro eran estrictamente defensivos] representaría una gran derrota para Kennedy. Kennedy no toleraría esa derrota. Hoy estudiamos con mucho cuidado a los candidatos en Estados Unidos, estamos centrados en McCain y Obama. Miramos con lupa todos sus viejos discursos. En particular los pronunciados en Florida, donde oponerse a Cuba se ha convertido en un negocio rentable para muchos. En Cuba tenemos sólo un partido, pero en Estados Unidos hay muy poca diferencia. Ambos partidos son una expresión de la clase gobernante.
Dice que los miembros actuales del lobby cubano de Miami son descendientes de la riqueza de la era de Batista o terratenientes internacionales “que sólo pagaron centavos por su tierra” mientras Cuba estaba bajo el dominio absoluto de Estados Unidos durante sesenta años.
–La reforma agraria de 1959 fue el Rubicón de nuestra Revolución. Una sentencia de muerte para nuestras relaciones con Estados Unidos.
Castro parece estudiarme mientras toma otro sorbo de té.
–En aquel momento no se discutía de socialismo ni de ningún trato de Cuba con Rusia. Pero la suerte estaba echada.
Después de que el gobierno de Eisenhower atentó contra dos barcos con un cargamento de armas que iban a Cuba, Fidel extendió su mano a antiguos aliados. Dice Raúl:
–Se las pedimos a Italia. ¡No! Se las pedimos a Checoslovaquia. ¡No! Nadie nos daba armas para defendernos, porque Eisenhower los había presionado. Así que cuando Rusia nos las dio no tuvimos tiempo para aprender a utilizarlas antes de que Estados Unidos nos atacase en la Bahía de Cochinos.
Se ríe y se dirige a un servicio adyacente, desapareciendo un momento tras una pared, tras lo cual vuelve de inmediato a la sala, y bromea:
–A los 77 años es culpa del té.
Bromas aparte, Castro se mueve con la agilidad de un hombre joven. Hace ejercicio a diario, sus ojos brillan al mirar y su voz es potente. Reanuda la conversación donde la dejó.
–Sabes, Sean, hay una famosa fotografía de Fidel de cuando la invasión de Bahía de Cochinos. Él está parado frente a un tanque ruso. Todavía no sabíamos ni siquiera como dar marcha atrás con aquellos tanques –se ríe–. ¡La retirada no está entre nuestras opciones!
Raúl Castro se muestra cálido, abierto, lleno de energía e hace alarde de una aguda inteligencia.
Retomo el asunto de las elecciones estadounidenses y le repito la pregunta que Brinkley le hizo a Chávez:
–¿Aceptaría Castro una invitación a Washington para reunirse con el presidente Obama, suponiendo que gane, sólo pocas semanas después?
Raúl Castro reflexiona:
–Es una pregunta interesante –dice, y se sume en un largo, incómodo silencio, hasta que termina por añadir–: Estados Unidos tiene el proceso electoral más complicado del mundo. Hay ladrones electorales con mucha experiencia en el lobby cubano-americano de Florida…
Lo interrumpo:
–Creo que ese lobby se está deshaciendo -y entonces, con la seguridad de un optimista a toda prueba, continúo–: Obama va a ser nuestro próximo presidente.
Castro sonríe, al parecer a causa de mi candidez, pero su sonrisa desaparece mientras dice:
–Si no lo matan antes del 4 de noviembre será su próximo presidente.
Le señalo que todavía no ha respondido a mi pregunta sobre el encuentro en Washington.
–Sabe –dice–, he leído las declaraciones que ha hecho Obama sobre que mantendrá el bloqueo.
Hago un breve comentario:
–Utilizó la palabra embargo.
–Sí –dice Castro–, el bloqueo es un acto de guerra, así que los estadounidenses prefieren hablar de embargo, una palabra que se utiliza en documentos legales… Pero, en cualquier caso, sabemos que se trata de lenguaje preelectoral y que también ha dicho que está dispuesto a discutir con cualquiera.
Raúl interrumpe su propio discurso:
–Probablemente estés pensando, vaya, el hermano habla tanto como Fidel –nos reímos los dos–. No suele ser así, pero ya sabes, Fidel… una vez había una delegación aquí, en esta sala, de China. Varios diplomáticos y un joven traductor. Creo que era la primera vez que el traductor estaba con un jefe de Estado. Habían tenido un vuelo muy largo y estaban bajo los efectos del desfase horario. Fidel, por supuesto, lo sabía, pero siguió hablando durante horas. Pronto, a uno que estaba al final de la mesa, justo ahí [señala una silla cercana] se le empezaron a cerrar los ojos. Luego a otro, y a otro. Pero Fidel seguía hablando. No pasó mucho tiempo hasta que todos, incluido el de más rango, al que Fidel le había estado dirigiendo directamente la palabra, estaban roncando. Así que Fidel volvió los ojos hacia el que estaba despierto, el joven traductor, y siguió conversando con él hasta el amanecer.
A aquellas alturas de la historia, tanto Raúl como yo nos desternillábamos de risa. Yo sólo me había reunido una vez con Fidel, cuya mente asombrosa y cuya pasión eran un manantial de palabras. Pero me bastó como muestra. El único que no se reía cuando Raúl Castro retomó el hilo fue nuestro traductor.
–En mi primera declaración después de que Fidel cayera enfermo dije que estamos dispuestos a discutir sobre nuestras relaciones con Estados Unidos de igual a igual. Más tarde, en 2006, lo dije de nuevo en un discurso en la Plaza de la Revolución. Los medios estadounidenses se burlaron diciendo que yo estaba aplicando cosmética a la dictadura.
Le ofrezco otra oportunidad de hablar al pueblo estadounidense. Responde:
–Los estadounidenses son nuestros vecinos más inmediatos. Deberíamos respetarnos. Nosotros no hemos tenido nunca nada contra el pueblo estadounidense. Unas buenas relaciones serían mutuamente ventajosas. Quizá no podamos resolver todos nuestros problemas, pero podremos resolver muchos de ellos.
Hace una pausa y medita lentamente un pensamiento.
–Voy a decirle algo que no he dicho nunca antes en público. En algún momento alguien del Departamento de Estado lo filtró, pero lo silenciaron de inmediato por miedo al electorado de Florida, aunque ahora, cuando se lo diga, el Pentágono pensará que soy indiscreto.
Contengo la respiración mientras espero sus palabras.
–Desde 1994 hemos estado en contacto permanente con los militares estadounidenses, por acuerdo mutuo secreto –me dice Castro–. Se basó en la premisa de que discutiríamos asuntos únicamente relacionados con Guantánamo. El 17 de febrero de 1993, tras una petición de Estados Unidos de que discutiésemos asuntos relacionados con localizadores de boyas para la navegación de barcos en la bahía, fue el primer contacto en la historia de la Revolución. Entre el 4 de marzo y el 1 de julio tuvo lugar la crisis de los balseros. Se estableció una línea directa entre nuestros dos ejércitos y el 9 de mayo de 1995 nos pusimos de acuerdo para celebrar reuniones mensuales con altos cargos de ambos gobiernos. Hasta la fecha, ha habido 157 reuniones y todas ellas están grabadas. Las reuniones tienen lugar el tercer viernes de cada mes.
Alternamos las localizaciones entre la base estadounidense en Guantánamo y el territorio cubano. Hemos realizado maniobras conjuntas de respuesta a emergencias. Por ejemplo, prendemos un fuego y los helicópteros estadounidenses traen agua de la bahía, de concertación con helicópteros cubanos. [Antes de esto] la base estadounidense en Guantánamo sólo había creado caos. Habíamos perdido guardias fronterizos y tenemos pruebas gráficas de ello. Estados Unidos había alimentado la emigración ilegal y peligrosa y sus guardacostas interceptaban a los cubanos que trataban de abandonar la isla. Los traerían a Guantánamo e iniciamos una mínima cooperación. Pero nosotros dejaríamos de guardar nuestra costa. Si alguien quería irse, les dijimos, que se fuera. Y así, con los asuntos de navegación empezamos a colaborar. Ahora, en las reuniones de los viernes siempre hay un representante del Departamento de Estado –No da ningún nombre. Continúa–: El Departamento de Estado tiene tendencia a ser menos razonable que él Pentágono. Pero ninguno levanta la voz porque… yo no participo. Porque yo hablo fuerte. Es el único lugar en el mundo donde esos dos militares se reúnen en paz.
–¿Y qué pasa con Guantánamo? –le pregunto.
–Le diré la verdad –dice Castro–. La base es nuestro rehén. Como presidente digo que Estados Unidos debe irse. Como militar digo que los dejemos quedarse.
En mi interior empiezo a preguntarme si está a punto de revelarme una gran noticia. ¿O será de poca importancia? Nadie debería sorprenderse de que los enemigos se hablen por detrás del escenario. Lo que sí es una sorpresa es que me lo esté contando. Y, con ello, doy un rodeo y regreso al asunto de un encuentro con Obama.
–En el caso de que se celebrase una reunión entre usted y él próximo presidente, ¿cuál sería la primera prioridad de Cuba?
Sin dudarlo, responde:
–Normalizar el comercio.
La indecencia del embargo estadounidense contra Cuba nunca ha sido más evidente que ahora, en la estela de tres huracanes devastadores. Las necesidades del pueblo cubano nunca han sido más desesperadas. El embargo es sencillamente inhumano y totalmente improductivo.
Raúl continúa:
–La única razón del embargo es hacernos daño. Nada puede disuadir a la Revolución. Dejemos que los cubanos vengan de visita con sus familias. Dejemos que los estadounidenses vengan a Cuba.
Parece como si estuviera diciendo, dejémoslos venir a ver esta terrible dictadura comunista de la que no cesan de escuchar en la prensa, donde incluso representantes del Departamento de Estado y destacados disidentes reconocen que en unas elecciones libres y abiertas en Cuba, el Partido Comunista que gobierna obtendría hoy el 80% de los votos. Le enumero una lista de varios conservadores estadounidenses que han criticado el embargo, desde el fallecido economista Milton Friedman a Colin Powell, pasando incluso por el senador republicano de Texas Kay Bailey Hutchison, quien dijo, “Hace tiempo que vengo pensando que deberíamos buscar una nueva estrategia para Cuba. Y ésta consiste en establecer más comercio, sobre todo comercio de productos alimentarios, especialmente si podemos ofrecer al pueblo más contacto con el mundo exterior. Y si podemos remontar la economía eso podría servir para que la gente fuera más capaz de luchar contra la dictadura.”
Ignorando el desaire, Castro replica con descaro:
–Aceptamos el reto.
A estas alturas ya hemos pasado del té al vino tinto y a la cena.
–Déjame decirte algo –dice–. Hemos hecho nuevas prospecciones, según las cuales hay grandes posibilidades de reservas de petróleo en nuestro litoral, que las compañías estadounidenses podrían venir a perforar. Podemos negociar. Estados Unidos está protegido por las mismas leyes comerciales cubanas que protegen a cualquier otro país. Quizá pueda haber reciprocidad. Hay 110.000 km cuadrados de mar en el área dividida. Dios no sería justo si no nos concediese algún petróleo. No creo que nos prive de esa manera.
De hecho, el US Geological Survey calcula que en el área hay reservas de nueve mil millones de barriles de petróleo y 31 billones de pies cúbicos de reservas de gas natural en la cuenca marítima del norte de Cuba. Ahora que han mejorado las inestables relaciones con México de los últimos tiempos, Castro está tratando también de mejorarlas con la Unión Europea.
–Las relaciones con la EU deberían mejora cuando se vaya Bush –dice confiado.
–¿Y con Estados Unidos? –le pregunto.
–Escucha –dice–, tenemos tanta paciencia como los chinos. El 77% de nuestra población ha nacido después del bloqueo. Soy el ministro de Defensa que más ha durado en toda la historia. Cuarenta y ocho años y medio hasta el pasado octubre. Por eso visto este uniforme y sigo trabajando en mi antiguo despacho. No hemos tocado nada en el despacho de Fidel. En las maniobras militares del Pacto de Varsovia yo era el más joven y el que más tiempo estaba en el cargo. Luego fui el más antiguo y sigo siendo el que más tiempo estuvo. Iraq es un juego de niños en comparación con lo que le pasaría a Estados Unidos si invadiese Cuba. –Tras un sorbo de vino, Castro añade–: prevenir una guerra equivale a ganarla. Ésa es nuestra doctrina.
Una vez terminada la cena, el presidente y yo salimospor de unas puertas correderas de vidrio a una terraza que parece un invernadero con plantas tropicales y pájaros. Mientras continuamos paladeando el vino, dice:
–Hay una película americana en la que la elite está sentada en torno a una mesa y trata de decidir quién será el próximo presidente. Miran por la ventana y ven al jardinero. ¿Sabe a qué película me refiero?
–Being There – digo.
–¡Eso! –responde Castro con excitación–- Being There. Me gustó mucho. Con Estados Unidos existe cualquier posibilidad objetiva. Los chinos dicen: “En el camino más largo uno empieza con el primer paso”. El presidente de Estados Unidos debería dar ese primer paso, pero sin amenazar nuestra soberanía. Eso no es negociable. Podemos exigir sin decirle al otro lo que tiene que hacer dentro de sus fronteras.
–Señor Presidente –digo–, durante el último debate presidencial en Estados Unidos vimos cómo John McCain alentaba el acuerdo de libre comercio con Colombia, un país conocido por sus escuadrones de la muerte y sus asesinatos de líderes obreros, y esas relaciones continúan mejorando, conforme el gobierno de Bush trata de hacer avanzar ese acuerdo en el Congreso. Como bien sabe, acabo de llegar de Venezuela país al que, al igual que a Cuba, el gobierno de Bush considera una nación enemiga, incluso si les compramos mucho petróleo. Se me ocurre que Colombia puede razonablemente convertirse en nuestro aliado geográficamente estratégico en Sudamérica, de la misma manera que Israel lo es en el Oriente Próximo. ¿Tiene algún comentario que hacer?
Medita cuidadosamente la pregunta y me responde en un tono lento y calculado:
–En estos momentos –dice– tenemos buenas relaciones con Colombia. Pero debo decir que sí hay un país en Sudamérica con un entorno vulnerable a eso… es Colombia.
Teniendo en mente las sospechas de Chávez sobre las intenciones estadounidenses de intervenir en Venezuela, respiro hondo.
Se está haciendo tarde, pero no quería irme sin preguntarle a Castro sobre las alegaciones de violaciones de derechos humanos y el narcotráfico, supuestamente facilitado por el gobierno cubano. Un informe de 2007 de Human Rights Watch señala que Cuba "sigue siendo el único país en Latinoamérica que reprime casi cualquier forma de disidencia política”. Además, hay unos 200 prisioneros políticos en Cuba hoy en día, aproximadamente el 4% de los cuales están condenados por crímenes de disidencia no violenta. Mientras espero los comentarios de Castro, no puedo evitar pensar en la cercana prisión estadounidense de Guantánamo y en los horrendos crímenes que Estados Unidos comete contra los derechos humanos.
–Ningún país está libre de abusos contra los derechos humanos al cien por cien –me dice Castro. Pero insiste–: Los informes de los medios estadounidenses son muy exagerados e hipócritas.
De hecho, incluso destacados disidentes cubanos, como Eloy Gutiérrez Menoyo, reconocen estas manipulaciones y acusan a la Oficina de Intereses de Estados Unidos de obtener testimonios disidentes por medio de pagos en metálico. Irónicamente, en 1992 y 1994 Human Rights Watch también describió desórdenes e intimidaciones por parte de grupos anticastristas en Miami, descritas por el escritor y periodista Reese Erlich como “violaciones normalmente asociadas con dictaduras latinoamericanas”.
Dicho lo cual, soy un estadounidense orgulloso y sé positivamente que si fuese ciudadano de Cuba y tuviese que escribir un artículo como ése sobre los dirigentes cubanos podrían encarcelarme. Más aún, estoy orgulloso de que el sistema establecido por nuestros padres fundadores, aunque hoy en día no sea exactamente el mismo, nunca dependió de sólo un gran líder por época. Estas cosas siguen estando en entredicho con respecto a los héroes románticos de Cuba y Venezuela. Pienso en mencionarlo, y quizá debería hacerlo, pero tengo algo distinto en mente:
–¿Podemos hablar sobre drogas? –le pregunto a Castro. Me responde:
–Estados Unidos es el mayor consumidor de narcóticos en el mundo. Cuba está situada directamente entre Estados Unidos y sus proveedores. Para nosotros es un gran problema… Con la expansión del turismo se ha desarrollado un nuevo mercado y nosotros nos enfrentamos a él. Se dice también que permitimos que los narcotraficantes atraviesen el espacio aéreo cubano. No permitimos algo así. Estoy seguro de que algunos de esos aviones se nos cuelan. Si ya no tenemos un radar de baja altitud en funcionamiento se debe simplemente a las restricciones económicas.
Aunque parezca un cuento chino no es así. Según el coronel Lawrence Wilkerson, un antiguo consejero de Colin Powell, Wilkerton le dijo a Reese Erlich en una entrevista del pasado enero que “los cubanos son nuestros mejores aliados en la guerra contra las drogas y contra el terrorismo en el Caribe. Incluso mejores que México. Los militares consideran que Cuba es un aliado muy cooperativo.”
Quiero hacerle a Castro por última vez la pregunta que no me ha respondido, pues nuestro mutuo lenguaje corporal nos indica que ya pasó la medianoche. Es la 1 de la madrugada, pero él se lanza:
–Bueno –dice–, me preguntó que si yo aceptaría un encuentro con Obama en Washington. Tendría que pensarlo. Lo discutiría con mis camaradas de la dirigencia. Personalmente creo que no sería justo que yo fuese el primero en visitar, porque siempre son los presidentes latinoamericanos quienes van primero a Estados Unidos. Pero tampoco sería justo esperar que el presidente de Estados Unidos venga a Cuba. Deberíamos encontrarnos en un lugar neutral.
Hace una pausa y deposita su copa de vino vacía.
–Quizá podríamos encontrarnos en Guantánamo. Tenemos que encontrarlnos y empezar a resolver nuestros problemas y, al final del encuentro, podríamos darle un regalo al presidente… podríamos enviarlo de vuelta con la bandera estadounidense que ondea en la Bahía de Guantánamo.
Cuando salimos de su despacho seguidos por el personal, el Presidente Castro me acompaña en el ascensor hasta el vestíbulo y viene conmigo hasta el coche que me espera. Le doy las gracias por la generosidad de su tiempo. Cuando el chófer arranca el motor, el presidente da unos golpecitos en la ventanilla de mi lado. Bajo el cristal mientras que él mira su reloj y se da cuenta de que han pasado siete horas desde que iniciamos la entrevista. Sonriendo, dice:
–Ahora voy a llamar a Fidel. Te lo prometo. Cuando Fidel se entere de que he hablado contigo durante siete horas se asegurará de concederte siete horas y media cuando regreses a Cuba.
Reímos al unísono y nos damos un último apretón de manos.
Ha llovido antes por la noche. En esta oscuridad de las primeras horas, mientras los neumáticos pulverizan agua sobre la húmeda calzada de una apacible mañana habanera, me doy cuenta de que las cuestiones más básicas de la soberanía permiten comprender muy bien las complejidades del antagonismo estadounidense contra Cuba y Venezuela, así como las políticas de ambos países. Nunca han tenido más que dos opciones: o ser imperfectamente nuestros o imperfectamente suyos.
¡Viva Cuba, viva Venezuela, viva USA!
Cuando regresé a la casa de protocolo eran cerca de las dos de la mañana. Mi viejo amigo Fernando, temiendo que llegase borracho, me había esperado. Mis compañeros habían pasado una mala noche. El pobre Fernando había pagado los platos rotos de su frustración. No sabían dónde estaba ni por qué me había ido sin ellos. Y los funcionarios cubanos que habían podido contactar habían insistido en que estuviesen preparados por si acaso alguno de los hermanos Castro les ofrecía espontáneamente una entrevista. De manera que también se habían perdido al menos una noche cubana. Después de ponerme al corriente, Fernando se fue a dormir un par de horas. Yo me quedé revisando mis notas y fui el primero en sentarme a la mesa para el desayuno, a las 4:45. Cuando Douglas e Hitch bajaban por las escaleras, me cubrí la cabeza con el borde del mantel fingiendo vergüenza. Supongo que en aquellas circunstancias era un poco temprano (y no sólo por la hora) para poner a prueba su humor. La broma no funcionó. Mientras que Fernando volaba hacia a Buenos Aires, nosotros desayunamos tranquilamente y luego volamos de vuelta al hogar, dulce hogar.
Cuando llegué a Houston me di cuenta de que había sobrestimado la insensibilidad de aquellos dos profesionales con experiencia. Cualquier hielo previo se había fundido. Nos dijimos adiós, celebrando aquellos días emocionantes. Ninguno de ellos había sido lo bastante malicioso como para preguntarme por el contenido de mi entrevista, pero cuando se disponía a conectar con el vuelo que lo llevaría hacia el Este, Christopher me dijo al despedirse, “Bueno... supongo que la leeremos”.
¡Sí, se puede!
Estaba sentado en el borde de la cama con mi mujer, mi hijo y mi hija. Se me saltaron las lágrimas mientras Barack Obama hablaba por primera vez como presidente electo de Estados Unidos. Cerré los ojos y empecé a ver una película en mi mente. También podía oír la música, que muy apropiadamente era de las Dixie Chicks cantando una canción de Fleetwood Mac sobre imágenes montadas a cámara lenta. Allí estaban Bush, Hannity, Cheney, McCain, Limbaugh y Robertson. Los vi a todos. Y la canción fue en aumento conforme la imagen de Sarah Palin acaparaba la pantalla. Natalie Maines cantaba dulcemente,
Y vi mi reflejo en las colinas cubiertas de nieve
hasta que la victoria aplastante me derrumbó
Victoria aplastante me derrumbó…
Publicado en The Nation y traducido por Germán Leyens y Manuel Talens