¿La era post gay?
16 de diciembre.- Fue, creo, en 1977 cuando expulsaron de la ENA (Escuela Nacional de Arte) a dos pintores amigos de mi familia. Uno, acusado de ser gay (homosexual era entonces la palabra adecuada) y el otro por ser casi gay, presunción cercana al por si acaso. Budistas, gays, inquietos y hermosos; era demasiado.
Llegaron a Cienfuegos como insiliados y a mí me mudaron de habitación.
La información que se me dio fue la siguiente: Ellos son novios y tienen que dormir juntos. A partir de ahora a la camita pequeña de la sala.
Uno de ellos es paisajista, el otro escenógrafo de teatro y cine. Me enseñaron a jugar cartas, a tomar el té polaco con leche condensada, a nadar estilo mariposa, a mentir lo necesario y a no hacer trampas en el juego sagrado de los yaquis.
Pasaban a buscarme a la escuela, y ya desde entonces, ante las insistentes preguntas de mis compañeritos pioneros, trataba yo de protegerlos. Ellos dos eran mis tíos, bueno, mis primos mayores, mis..., mis..., mis, pero uno era mulato y el otro no. En fin, qué familiares tan extraños, salidos de la nada, instalados en nuestras vidas y llamando la atención de aquella maravillosa y difícil ciudad de provincias. Cienfuegos, paraíso de mar u olla de grillos, que alguien llamara una vez, "lugar de calles rectas y cerebros torcidos"
Pronto nos investigaron en el barrio, sobre todo por los efluvios que salían de mi casa; incienso o curri, por ejemplo, o aquel otro extraño aroma dulzón y punzante que... Aquellos olores sofisticados no podían encontrarse entre los condimentos que vendían en la libreta oficial de abastecimiento.
Los vecinos se preguntaban por qué en la azotea de mi casa se hacían ciertos preformances, esos saludos al sol o, lo que para mí entonces eran murumacas corporales, y que luego supe, formaban parte ritual de las filosofías que mis nuevos tíos/primos cultivaban.
Los informes para justificar aquello iban y venían. Ajena a la barahúnda, yo era feliz con esos novios que mantenían mi casa libre de cucarachas, la comida a tiempo y mis tareas listas cuando despertaba, aun sin haberlas mirado la noche anterior.
Un día comprendí que se irían. Se marcharían lejos para no perjudicarnos. Las visitas de los intrusos, las averiguaciones y las amenazas eran ya insoportables.
¿Qué significaba ser gay en Cuba? ¿Qué debían esconder entonces? ¿De qué podíamos avergonzarnos quienes les proporcionábamos un mínimo espacio para vivir?
El día que desde la puerta de la escuela, uniformada e inconforme, les dije adiós, mi cabeza no encontraba respuestas.
Por dos o tres años no tuve noticias de ellos y traté de olvidarlos. Luego comencé a recibir sus postales desde distintos sitios del planeta. ¿Se habría separado la pareja o habrían logrado separarlos?
Hoy, después de 'Fresa y Chocolate', ¿es la era post gay? La cosa ha ido de arriba a abajo, de izquierda a derecha, de rincón a rincón, pero todavía falta el reconocimiento en la Ley.
Sin embargo, algo sí es seguro, hay mucha gente determinada a regresarles a los homosexuales en Cuba los derechos de la condición humana. Por lo pronto, tener un amigo gay comiendo en casa, trabajar con él, salir juntos y hacerse confidencias es ahora tan natural como políticamente correcto.
Y es que no son los homosexuales quienes han salido del closet, escaparate o armario, no, es la sociedad cubana quien sale de allí adentro para mirarles de frente. Es ella quien salta asombrada desde el oscuro pavor, desde el constreñido margen que le impedía saborear con toda naturalidad las infinitas combinaciones picantes del curri, el ácido en el dulzor de la fresa y el olor del pachulí. A los que se fueron, simplemente para ir a expresar su amor a otra parte, les queda el mal sabor de boca que deja la discriminación y que duele en la memoria. Juntos, algún día, celebraremos poder olvidarlo.