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General: ¿Príncipe o mendigo?
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Azali5  (Mensaje original) Enviado: 02/01/2009 13:10

¿Príncipe o mendigo?

2 de enero de 2009.- Ella entró al baño mientras yo me sacaba del cuerpo el polvo y los restos de dos huracanes. Mi primera noche en Barcelona. En el avión terminé el artículo sobre mi poca vocación para la maternidad. Cuando leyó el trabajo, Ana me advirtió dos cosas.

  1. Has llegado muy flaca, come. 
  2. No sigas exponiéndote de ese modo. Te costará muy caro, no eres una artista de performance, las palabras son bombas.

Me preparó una cena de lujo, intenté tragarlo todo sin provocarme un 'shock' proteico. Tengo una disfunción alimentaria; cuando veo mucha comida me espanto. Tras dos copas de vino hicimos el recuento de siempre. Esta vez, su padre, desde Cuba, a larga distancia, le provocaba ciertos dolores de cabeza.

Entonces, le conté la última vez que vi al mío.

Caminaba por el Boulevard de Obispo con mi tía y mi prima. La calle, repleta de gente, confundía las palabras con sonidos, la música con quejidos, los olores con colores. Ese día la calle era un sucio caleidoscopio. Mi prima hablaba sobre los neones que le faltaban a las tiendas, las vidrieras vacías, el cambio de una ciudad que, a pesar de los esfuerzos por restaurarla, decía ella, se nos va de las manos. Pero una ciudad es también su gente. ¿Podremos algún día restaurar a sus habitantes?

De pronto, mi tía se detuvo frente a un mendigo que nos tendía su mano. No crecí viendo mendigos, para los cubanos, quizá porque pensábamos que éramos todos iguales, un mendigo siempre fue algo de "otro mundo". Mi tía se agachó para hablar con él. Mi prima y yo nos detuvimos un poco extrañadas. Ellos intercambiaron algunas palabras y mi tía se volvió a mirarnos con cara de espanto.

Dos cubanos juegan al ajedrez sobre el asfalto. (Foto: AP) 

Dos cubanos juegan al ajedrez sobre el asfalto. (Foto: AP)

Cuando el mendigo me miró a los ojos, descubrí que su cara me era familiar.

Como en la peor de todas las telenovelas de este mundo, comprendí. Mi tía le ponía 100 pesos cubanos en la pequeña lata destinada a ofrendas para San Lázaro.

Él bajó la cabeza, sabía que lo había descubierto. Yo corrí en sentido contrario. Cuando encontré el aire que buscaba, regresé, pero ya había desaparecido.

¿Quién era aquel mendigo?

Mi padre. Alcohólico, ajeno, un enfermo que nos contagió con su debilidad. Mi prima era muy pequeña cuando él entraba y salía de nuestras vidas dejando problemas, tristezas, profundos dolores, cicatrices, divorcios, divisiones. Pero yo sí lo recordaba. Las tres quedamos destrozadas. Fin del paseo.

¿Quién era aquel príncipe?

Mi padre. Excelente dramaturgo de teatro infantil. Aparece en varias enciclopedias de Teatro Guiñol. Cuando de niña veía sus espectáculos, me producían tanta ilusión. Deliraba mi padre con su fantasía inmensa. Hacía reír a los niños de la calle, pero a nosotras...

Con sentido del humor disimulaba su infelicidad. Un dandi cienfueguero, amante fabuloso, un burgués, un 'yuppie' que decidió enrolarse en la revolución. Un hombre débil, un mortal incapaz de sostener sus sueños. Terminé mi confesión y mi vino sin soltar una lágrima, ahora sí que estaba expuesta.

Ana tomó su móvil y marcó el 537, escuchó la voz de su padre desde Cuba y colgó el teléfono. Terminó su copa, me pidió perdón y se fue a dormir. Cuando amaneció, junto al desayuno, tenía yo una nota de mi amiga.

¿Quién es tu padre? ¿El príncipe o el mendigo?

En mi país no hay príncipes de la sangre, y aunque veamos a hombres y mujeres que escarban tesoros en la basura de las esquinas, nos educaron para pensar y decir: "En mi país no hay mendigos".

Aún así, cuando los veo, porque los veo, me pregunto: ¿Fue ese hombre un ingeniero atómico? ¿Un poeta alcohólico y anónimo? ¿Un profesor de matemáticas? Y nosotros: ¿Quiénes somos hoy? ¿Quién eres tú?

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  • Mendigo __
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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Azali5 Enviado: 02/01/2009 23:52

Sin navidad en el frente

23 de diciembre de 2008.- En mis fines de año no existía la Navidad.

La palabra se escuchaba en voz muy baja, y entrarle al tema significaba obligar a mi madre a explicar el tabú. Era la misma curiosidad de niña maldita que anhelaba pisar el templo repleto de imágenes y velas, en aquella Cuba de los años setenta.

Mami y yo, disfrazadas de invierno, caminábamos la ruta marítima que separaba la casa de nuestros mejores amigos del pequeño apartamento de provincias donde vivíamos.

Mis ojos se perdían mirando por las ventanas a 'los otros', a los cautivos de una fiesta familiar.

¿Familia? Siempre he sentido curiosidad por el término 'familia'.

¿Qué era lo que celebraban entre boleros y sones, danzones ("¿cuándo volverá, la Nochebuena, cuándo volverá?"), charangas típicas y veladas canciones en inglés?

Para mí, el fin de año resultaba interminable; una larga fiesta intrusa, algo que sustituía a los seres despedidos por los que teníamos a mano. Ahora lo comprendo, sustituíamos el silencio con música. Pocos hablaban del ritual religioso que había quedado en una vida anterior.

La festividad paralela, que yo desconocía, continuaba en los templos, esas enormes iglesias cubanas, visitadas por seres marcados que asumían su fe a pesar de cualquier calificativo o consecuencia.

A los siete años no entendía la Navidad. En la escuela era algo malo, de eso no se hablaba, era como discutir sobre sexo, 'manitas atrás'.

Mientras era verano, en casa, era fácil evadir los ritos de la educación protestante de mi madre y la vida de mis abuelos en la 'Fruit Sugar Company'. Pero el frío no deja olvidar, volvía diciembre con sus recuerdos. Uno y otro diciembre disimulando el gesto de aquella celebración ¿familiar?

El 31 y el primero, esta vez lícitamente, las familias se reunían para bailar y escuchar el Himno Nacional a las 12 de la noche. No se celebraba el fin de año, se celebraba el Triunfo. La noche se llenaba de tiros al aire y mi cuerpo se quedaba quieto, tumbado en el sofá de cualquier amigo que hubiera querido compartir su nostalgia y sus frijoles negros. Después, el largo enero de resaca dónde no pasa nunca nada. Ni los Reyes Magos.

Creo que a los siete años yo estaba en lo correcto. La Navidad se relacionaba con el sexo, el hogar y la familia. Diez años más tarde me enamoré de un hombre que tenía un pequeño retablo de cerámica. Él me explicó el significado de las piezas; camellos, vaca, pesebre, camino, era...

¡Un Nacimiento!

Cada diciembre, mi hombre y yo, secretamente, abríamos el árbol de Navidad escondido en un escaparate de su garaje.

Las bolas y las guirnaldas de los años cincuenta se mantuvieron intactas hasta que, con mi torpeza acostumbrada, añadí bajas a la levedad de esos colores flotantes.

Figuras y adornos navideños. (Foto: Nacho Alcalá) 

Figuras y adornos navideños. (Foto: Nacho Alcalá)

Islas brillantes sobre el árbol. Achinaba los ojos y veía, en cada una de las bolas rojas, azules o verde botella a un amigo que partió, una historia circular y luminosa que nos punzaba el alma.

Pasaron los años y este hombre también se fue de mis manos. Se rompió contra el suelo con la misma facilidad con que se rompen las antiguas bolas de vidrio. Lo que entonces sentíamos se perdió, pero como un danzón que acompasara el viaje a Belén o a La Habana, en las noches del 24 y 25 de diciembre, aparece para encender sus ojos en mi árbol.

Aquí, el 25 de diciembre, ya es feriado. Y aunque los medios no explican el por qué de este 'milagro', sabemos que se lo debemos a la visita del Papa.

Yo sigo iluminando el árbol del deseo, el que me dejó aquel hombre de manos adiestradas. Con el mismo asombro de los 17 y mi cabeza despeinada, cotejo las ofensas y las perdono, organizo mis recuerdos junto a modestos regalos para los amigos. Reencuentro el arte de encender el árbol que no estuvo en mi infancia, pero que hace que me sienta parte de una familia enorme.

Único modo de pasar mi Navidad en el frente.



 
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