Escalera de caracol. (Foto: ELMUNDO)
8 de enero de 2009.- 'El señor Nadie' es un cuento del escritor cubano Eliseo Diego.
Nombra una monumental escalera que lleva a una altura especial, una escalera de caracol sin fin. Alguien pregunta desde el abajo: -¿Quién está ahí? ¿Quién sube la escalera?
Sobre el eco de los escalones de mármol retumba la respuesta.
- Nadie, nadie.
¿Ha sido realmente así? ¿NADIE ha subido la escalera?
Es un lejano recuerdo que tal vez he deformado, un soplo impreciso viene desde mi adolescencia y aún me provoca erizamientos si lo leo al dormir y transito con NADIE por las escaleras. ¡Qué miedo!
Hace poco tropecé con una amiga con la que estudié el curso: 79-80. Trataba de cotejar mis recuerdos con los suyos. Nos recordaba a ambas camino de un acto de repudio, íbamos uniformadas y en fila india. Mi amiga se horrorizó. No, no era ella. Es más, yo tampoco estaba presente en aquel 'pase de cuentas'. Según ella, de nosotras, NADIE. NADIE del aula fue testigo de aquello, dijo mi amiga mientras se sonreía nerviosa. ¿Nunca estuvimos allí? Yo digo que sí, que allí estaba yo. Es algo que retengo muy bien. Una tela de araña que se enreda en mi mente y regresa a veces cuando avanzo de lleno en la multitud. Claro que fuimos, nos llevaba la maestra.
Sigo preguntando y resulta que por lo general la gente 'pasaba por allí' Y fue así, como de 'milagro' que fueron testigos de los 'actos de fe' del 80. Sin embargo, NADIE es sincero y confiesa que dio golpes, que tiró huevos o tomates por convicción.
Pegar y arrastrar 'al gusano desertor', de eso nada. ¡Dios mío! Pero qué tipo de Alzheimer político es éste. Las personas tiran la puerta y, click, olvidan el pasado reciente de nuestras vidas. Se trata de nosotros, eh. ¿No se dan cuenta de que nosotros somos los actores de esta misma película? No es un monólogo, esto ha sido coral. ¿No se dan cuenta de que existen documentos, fotos y sobre todo una memoria colectiva que siempre es circular?
La madre de otra amiga fue destinada dos veces en Asia. Primero como diplomática, bueno, más bien como esposa de dos hombres distintos; el padre de su hija y luego a quien ella eligió como su 'diplo padrastro'. Gracias a sus matrimonios, siempre quedaba en el mismo cargo y en el mismo continente. Tal vez le tomó el gusto al arroz con palitos. Hoy vive exiliada en Bruselas y: ¡Bendita desmemoria! No recuerda que llegó allí como diplomática. "De eso no se habla". ¿Asia? ¿Pero qué Asia? Yo fui a Asia de turismo antes de la revolución. Me quedé helada ante la rotunda aseveración.
El tercer caso es sintomático, es el de un señor que escribía versos a los guerrilleros centroamericanos; dice el rumor que hasta tuvo una amante en 'El Frente' de quien recibió favores y mediaciones. Aceptó premios políticos, viajó en delegaciones oficiales, y hoy, click, sin poner el indicador, es juez de todos. Muchos guardan aquellos textos llenos de euforia y 'poética revolucionaria'. Las antologías le incluyen, pero él lo niega; pisa, persigue y deshonra su nombre en una pureza inexistente. No recuerda las fotos en Palacio, sus apuntes a propósito de esas noches. Juzga a diestra y siniestra. Olvida que existen testigos y documentos; olvida que los libros sobreviven y la vida transcurre con referentes imborrables.
Encender y apagar la luz es ya un ejercicio de la memoria. No propongo recordar en busca de un pase cuentas, no, pero antes de culpar y señalar hay que tomar un aire y luego, meditar lo que hemos sido en estas décadas. ¿Quién tocó las alturas sin pisar cada escalón, será sólo 'El señor Nadie'? A la enfermedad que termina por bloquear determinados eventos se le llama amnesia lacunar.
Es lastimoso acumular rencor. Recordarlo todo, todo no creo que sea muy sano, pero el olvido soberbio nos separa de la realidad, dilata y diluye la verdad y da por cierto lo que no ha ocurrido. Bloqueamos lo que no soportamos de nosotros mismos. Condenamos nuestro espejo.
La omisión de los sucesos en un país empieza por nuestro olvido propio. El primer paso para el reencuentro es aceptarnos y aceptar lo que hemos sido, mostrarnos con el sentido del pudor o del humor; asumir lo vivido con vergüenza u orgullo, perdonarnos y ser perdonados, dialogar y... a lo hecho pecho.
La revisión de la memoria histórica comienza por la revisión de nuestras cabezas.