Las Naciones Unidas y Palestina. ¿Hasta cuándo?
Por: Walid Salim Abdel-Rahim*
20 de noviembre del 2003
Las Naciones Unidas son responsables de la tragedia del pueblo palestino, de su emigración y de la pérdida de sus tierras, así como de convertir su causa nacional en causa de refugiados, en el marco de esta organización, para que el mundo olvide su responsabilidad histórica
El 29 de noviembre de 1947 las Naciones Unidas aprobaron la Resolución 181 sobre la repartición de Palestina entre árabes y judíos; la ciudad de Jerusalén quedaba bajo supervisión internacional. Este hecho marca el comienzo del éxodo palestino. El 15 de mayo de 1948 se produce el fin oficial del mandato británico y, al mismo tiempo, la creación del Estado de Israel sobre más de la mitad del territorio palestino. La segunda parte de la resolución referente a la parte palestina nunca se cumplió.
A finales de la Primera Guerra Mundial, ingleses y franceses dividieron las zonas de influencia del derrotado Imperio turco. Gran Bretaña aplicó el concepto del “mandato” en Palestina para poder llevar a cabo el plan sionista-colonialista materializado mediante la Declaración de Balfour, que resume la promesa británica de crear un “hogar nacional” judío en Palestina. Este se completó definitivamente en 1948.
Responsabilidad de la ONU
Las Naciones Unidas son responsables de la tragedia de este pueblo, de su emigración y de la pérdida de sus tierras, así como de convertir su causa nacional en causa de refugiados, en el marco de esta organización, para que el mundo olvide su responsabilidad histórica y exprese sus sentimientos hacia los “refugiados” en forma de caridad en los diferentes países árabes donde ellos se encuentren.
La Resolución de la creación del Estado de Israel por parte de la ONU entraña una gran responsabilidad política y moral de esta organización hacia los palestinos, que debe asumirse en ese mismo marco internacional.
El pueblo palestino, a pesar de las condiciones infrahumanas de vida a que ha sido sometido, ha enfrentado la usurpación de su patria, la confiscación de sus propiedades, la expulsión de sus hijos, y no olvida ni un instante la responsabilidad de la ONU; pero al mismo tiempo comenzó a organizarse y a movilizarse para trazar el camino de la lucha contra las fuerzas colonialistas-sionistas, en correspondencia con los derechos que le confieren las leyes internacionales, y optó por la lucha armada para alcanzar sus objetivos nacionales.
El mundo ya percibe la justeza de la lucha palestina, una causa que empezó a ganar terreno dentro y fuera de los países árabes, especialmente después del reconocimiento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como única y legítima representante del pueblo palestino, que alcanzó su nivel más alto con la invitación al presidente Yasser Arafat a hablar en la ONU en 1974, en nombre de la revolución palestina y de todos los movimientos de liberación nacional del mundo.
La OLP representaba entonces la vanguardia de esos movimientos y obtuvo desde sus inicios la condición de miembro observador de la ONU, miembro pleno de la Liga Árabe, vicepresidente del Movimiento de Países No Alineados, miembro de la entonces Organización para la Unidad Africana (OUA) y de la Conferencia Islámica.
La lucha del pueblo palestino, armado de su voluntad nacional y de la legalidad internacional, persigue devolver los derechos usurpados a sus verdaderos dueños, poner fin a la ocupación israelí de la tierra palestina, el retorno de los refugiados y crear un Estado independiente. Estos objetivos están reconocidos por la legalidad internacional a través de la Resolución 242, que exige la retirada de las fuerzas de ocupación israelí de los territorios árabes después de la guerra de junio de 1967, y la Resolución 338, que reconoce el derecho del pueblo palestino a un Estado independiente.
A partir de estas posiciones, los palestinos lograron poner a Israel en el banquillo de los acusados, sobre todo después de la unidad de todas las fuerzas palestinas alrededor de la OLP y de la materialización de la heroica Intifada, que comenzó a través de los enfrentamientos diarios contra las fuerzas de ocupación exigiendo el fin de la presencia fascista.
La piedra palestina enfrentaba al tanque israelí; el niño palestino enfrentaba al soldado, al margen de sus armas sofisticadas. Tales imágenes se convirtieron en una condena internacional a las prácticas fascistas de Israel contra los civiles palestinos, y ampliaron el marco de solidaridad internacional con su pueblo.
Exclusión de la ONU
Tras la primera Guerra del Golfo y a la sombra de su hegemonía, EE.UU. convocó una Conferencia de Paz para el Medio Oriente en Madrid entre árabes e israelíes sobre la base de las resoluciones 242 y 338. Bajo las presiones de Israel y de Estados Unidos, en el sentido de no reconocer una representación palestina independiente, la conferencia se celebró con una delegación conjunta palestino-jordana con el lema: “Tierra a cambio de paz”, auspiciada por EE.UU. y Rusia; sin embargo, las Naciones Unidas quedaron excluidas de asumir un papel protagónico en ese conflicto. El gobierno estadounidense, desde su posición, ha manipulado el conflicto árabe-israelí.
Se produjo el reconocimiento mutuo entre la OLP e Israel, que dio origen al acuerdo de paz firmado en Washington en 1993, conocido como (acuerdo de principios) Gaza-Jericó I. El documento contenía un punto referido a la retirada de las tropas israelíes de Cisjordania y Gaza en tres etapas; asimismo, convocaba a elecciones democráticas en los territorios palestinos, lo cual conduciría a la creación de un Estado palestino independiente.
En 1994 el presidente Arafat retorna a Gaza, junto con fuerzas palestinas, para iniciar la construcción de las bases del futuro Estado independiente. Israel comenzó a poner trabas a tales acuerdos para no llevar a cabo todos los esfuerzos a favor de “la paz de los valientes” entre ambos pueblos, el palestino y el israelí. Los sucesivos gobiernos sionistas violaron sistemáticamente las disposiciones; la ocupación continuó, así como la construcción de asentamientos, el robo de tierras y aguas, y el bloqueo impuesto al pueblo palestino.
La visita de Ariel Sharon, por entonces jefe de la oposición de la derecha israelí, a la explanada de la mezquita Al-Aqsa, marcó el comienzo de la segunda Intifada. Conocido como el carnicero de Sabra y Chatila en 1982, Sharon llegó a la primera magistratura en 2001 y de inmediato ordenó la reocupación de ciudades y tierras palestinas, impuso el bloqueo al símbolo de la resistencia palestina –el presidente Yasser Arafat–, estableció la política de asesinatos selectivos, la confiscación de tierras, la construcción de asentamientos y la aplicación de la hambruna contra el pueblo palestino. Todo ello, en medio de un increíble silencio internacional y del total apoyo de la administración de George W. Bush a sus aliados históricos.
Después del 11-S
La alianza norteamericano-israelí tuvo expresiones inéditas en el nuevo contexto internacional, caracterizado por los impactos pos 11 de Septiembre. La lucha contra el terrorismo fue esgrimida como pretexto para emprender una guerra contra los árabes: primero contra los palestinos, luego contra Afganistán y, más recientemente, contra Iraq. Después de los lamentables sucesos de las Torres Gemelas de Nueva York, EE.UU. dio todo el apoyo a Israel y a su agresión contra el pueblo palestino y los países árabes, desconociendo incluso el papel de la ONU. El mundo de hoy se encuentra bajo dirección norteamericana que se basa en el poderío militar para imponer sus intereses globales.
El pueblo palestino se ha convertido en el objetivo principal de dicha alianza. Se están destruyendo las estructuras de dirección de la Autoridad Nacional Palestina y se estimula el asesinato del presidente Arafat a plena luz del día: una clara expresión de la política de terrorismo de Estado dirigida por el no menos terrorista Ariel Sharon.
El conflicto árabe-israelí no puede resolverse con la continuación de la ocupación de los territorios árabes, ni con la construcción de muros racistas en el territorio palestino que incluso dividen a las familias entre sí. ¿Acaso Israel no ha aprendido las lecciones de la historia con el Muro de Berlín y la caída de los regímenes fascistas y racistas? En vez de construir un muro de odio, deberían construir la cultura de paz y de convivencia entre dos pueblos del Medio Oriente.
En esta nueva etapa histórica, el pueblo palestino, a través de su resistencia contra el genocidio israelí, no puede sino dirigirse a todos los pueblos del mundo y reclamar un papel efectivo de la ONU, así como el envío de fuerzas de protección contra esa invasión de la barbarie. En otras palabras, el pueblo palestino se dirige a la ONU para que asuma sus funciones, enmiende el error histórico de 1948 e imponga sus resoluciones a fin de que pueda construir un Estado independiente, como otros pueblos del mundo.
A lo largo de estos años de enfrentamiento, ¿acaso no se convencen los criminales en el poder en Israel de que aplastar la esperanza del pueblo palestino es inviable? ¿Acaso no perciben que las soluciones militares no son tales, y que por consiguiente la única vía es la paz? La única solución es la retirada israelí de los territorios palestinos y el cese de la construcción de asentamientos.
La creación de un Estado independiente de acuerdo con las resoluciones de la ONU es impostergable. ¿Hasta cuándo las Naciones Unidas estarán incapacitadas para desempeñar su verdadero papel?.