NI HOMBRES, NI MUJERES, NI NIÑOS; SOLO FUERZA DE TRABAJO
La izquierda, primero como socialdemocracia y luego como comunistas, es la primera corriente política que pone en cuestionamiento el trato discriminatorio e indigno de la mujer en el capitalismo. Los movimientos emancipatorios de la mujer, han estado históricamente, indisolublemente unidos a las luchas de liberación y por la justicia social que ha desarrollado la clase obrera desde los albores mismos del modo de producción burgués. Esto ha sido así, porque las prácticas y los mecanismos de explotación nunca hicieron diferencias entre sexos para someter a mujeres y hombres por igual, a las extenuantes jornadas laborales, con las cuales los patrones acumularon las primeras ganancias y expropiaron a sus proletarios los primeros porcentajes de plusvalía. En todo el proceso de evolución del capitalismo, desde la empresa individual, pasando por el capital de sociedad anónima, hasta el desarrollo mismo de la empresa monopólica, los trabajadores han sido y son tratados y atendidos como una simple fuerza de trabajo y valorados como cosa, en cuanto a la cualidad que como mano de obra significan para el cumplimiento de los objetivos económicos y de las metas de producción que los patrones disponen en sus empresas. Nunca fue considerada la condición de género para determinar los logros laborales y la maximización de la ganancia; el capitalista y sus capataces jamás tuvieron ojos para ver que en las faenas de superexplotación del trabajo asalariado, se encontraba presente un contingente importante de mujeres y niños, cansados, desnutridos y agobiados por las extensas jornadas que duraban hasta 12 y 14 horas ininterrumpidas de producción.
LA CONDICIÓN DE LA VIDA OBRERA
La historiografía social, tanto en Europa como en América, da cuenta de cómo las grandes concentraciones de pobres, en las bullentes ciudades del capitalismo manufacturero, máquino-facturero y después industrial, reflejaba un aquejante drama humano y social que, los señores burgueses aprovecharon para sacar la máxima ventaja económica, utilizando la mano de obra barata disponible en las urbes, con tanto miserable que mendigaba una ocupación en las fábricas o faenas existentes. Las mujeres y los niños eran para los patrones la fuerza de trabajo preferida, puesto que estaba dada la condición tácita de que se les debía pagar un menor salario. Inglaterra y Francia en Europa y Estados Unidos en América fueron los países prototipos de estas relaciones sociales de producción signadas por el extremo abuso y la superexplotación laboral. París y sus tullerías, la ciudad subterránea donde se alojaban hacinados las familias proletarias, padeciendo miserias y enfermedades diversas. Londres y sus suburbios, espacios del hambre y del odio contra las maquinas, la cuna del Trade Unionismo, las primeras formas de organización de clase de los trabajadores ingleses. Chicago, el monstruo industrial de América, pero también la gigantesca maquina de exterminio de los sueños y esperanzas de los obreros, pero no sólo del trabajador americano, sino también del trabajador inmigrante venido de Europa como de América del Sur y del Caribe. Son estas infames situaciones de vida las que lanzan a los obreros a la organización y a la lucha. Desde que los burgueses se hacen del poder político y construyen las estructuras de su dominio de clase, dando lugar a los Estado Nacionales, se van incubando las contradicciones que darán lugar a las confrontaciones abiertas entre capital y trabajo.
Cuando el Manifiesto Comunista ve la luz en el año 1848, los trabajadores ya han madurado su experiencia como explotados y mediante combativas jornadas, asonadas e intentos revolucionarios, asoman respuestas al sistema de los patrones. En estas batallas a nadie se le habría ocurrido establecer una diferencia de género para reivindicar en las barricadas y en los alzamientos armados de las masas pobres, un mejor presente y un mejor porvenir para los hambrientos. Tanto en la Comuna de París, como en las gloriosas jornadas de lucha del proletariado francés, alemán e inglés para lograr mejoras salariales y abaratar el costo de la vida; la mujer se confundió con los hombres y niños en la necesidad de conquistar derechos que la burguesía no contemplaba para “el bajo pueblo”. Por primera vez también en la historia, el protagonismo de la mujer se hace masivo. Las clases dominantes: feudales y burgueses, contaban con las mujeres como con objetos de decoración, o para negociar alianzas políticas o simbolizar poderes arcaicos. En el caso del proletariado, las mujeres por primera vez constituyen una fuerza social necesaria e importante, porque se liga a la economía mediante su inserción al aparato productivo del sistema. Por lo mismo, su papel en las asonadas revolucionarias no se correspondía con la de un sector auxiliar, ellas eran protagonistas y parte activa y combatiente de los levantamientos proletarios. La conciencia de clase y un fuerte sentido de pertenencia a su condición de explotada, hace que la mujer, no se quede al margen de los antagonismo, no se asuma como espectadora de la rebeldía de los desposeídos, sino que marche junto a sus compañeros de historia, comprometiendo también su vida con audacia y coraje al mismo tiempo.
EL FEMINISMO PEQUEÑO BURGUÉS
La emancipación de la mujer obrera siempre se inscribió en un contexto de clase, muchos relatos que hablan de las manifestaciones y logros organizativos y políticos de la mujer proletaria, denotaban una profunda complicidad de clase con los compañeros de infortunios o de triunfos en la reivindicación de sus demandas. Las obreras, cuestionando la explotación capitalista y los miserables salarios, demostraron ser tan aguerridas como los hombres, pero al mismo tiempo, profundamente hermanas de clase a la hora de enfrentarse con la represión y los patrones. Partidos y organismos sindicales, tempranamente contaron dentro de sus estructuras internas con comisiones femeninas, que históricamente determinaron el rumbo mixto de las organizaciones proletarias sin que aparecieran sesgos o prejuicios de género en las tareas que desafiaban la conciencia obrera.
Es en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del sigloXX, que comienza a expresarse una corriente ilustrada, cuyas voces en lo social y político se relacionaba con las aspiraciones, legítimas por cierto, de mujeres de la pequeña burguesía que irrumpen con ejercicios prácticos de igualdad en el ámbito profesional. Condicionadas y al mismo tiempo estimuladas por otros cercos sociales y morales, las mujeres de los sectores medios compiten con la inteligencia, para conquistar sitiales que un sistema burgués y patriarcal les negaba, sosteniendo a priori, que la mujer sólo debía cumplir roles secundarios y de carácter doméstico en las relaciones sociales. Algunas mujeres, que se elevaron como grandes figuras del feminismo liberal, concientizaron que, al “hombre” había que arrebatarle de a poco los amplios espacios de poder que concentraban los liderazgos “masculinos”. Estas valiosas agentes de los cambios políticos en el seno de la clase dominante, no repararon del todo, que los frenos y censuras a la participación “ciudadana”, no los imponían los hombres en general, sino un sistema político que confiaba el peso y la importancia de sus estructuras de poder, a los dueños de la riqueza y de los capitales, es decir, a hombres burgueses. No repararon del todo que, ninguna de sus amarras políticas e ideológicas, surgían ni podían surgir, de las fábricas y tugurios donde los hombres trabajadores sufrían la explotación y vivían la miseria. No repararon del todo que, la mujer obrera, se encontraba lejos, muy lejos de reclamar el sufragio universal, cuando en realidad su situación de vida o muerte, tenía más bien que ver, con el hambre y la miseria de toda su familia y de toda su clase. De todos modos, fue la lucha contra el voto censitario y por las elecciones libres, las que se oyeron con más fuerza en las contiendas en que se confrontaban falsamente los antagonismos inter-burgueses por los temas de género. El feminismo pequeño-burgués logro en un corto tiempo, posicionar públicamente su particular idea de la emancipación de la mujer y cubrir con una ideología depurada de cualquier contenido de clase, las reales y objetivas condiciones de aplastamiento de la dignidad de la mujer que se expresaban en las relaciones sociales de producción capitalistas. El feminismo pequeño-burgués fue ganando tribuna y generando masivas movilizaciones en pro de la participación de la mujer, sin embargo, nunca logró – hasta hoy- humanizar con sus propuestas la condición de vida de millones de sus congéneres, que continuaron victimas de la explotación y opresión del trabajo asalariado. Este feminismo cayó, precisamente por su origen de clase, en la falacia de interpretar los problemas políticos, sociales y económicos de la mujer, como problemas de género y con ello instituir una dicotomía entre los derechos de los hombres y los derechos de la mujer, poniéndoles en una situación de competencia insana y perversa como todo afán burgués.
LA EMANCIPACIÓN REVOLUCIONARIA DE LA MUJER
En el invierno de 1857, se realiza una marcha de mujeres obreras, en su mayoría trabajadoras textiles que, salieron a la calle a protestar por las condiciones salariales miserables a las que estaban sometidas en una fábrica de Nueva York. Esta movilización alcanzó tal impacto público que fue violenta y cobardemente reprimida por la policía. Era un 8 de marzo. Cincuenta años más tarde, en marzo de 1908, en la misma ciudad 15.000 obreras, también de la rama textil, marcharon reclamando aumento de salarios y por mejorar sus condiciones de vida. Y en 1909, en marzo de ese año, 140 mujeres murieron quemadas en su lugar de trabajo, producto de un incendió que según relatos de época, fue provocado para castigar y vengar la toma de la fábrica textil.
Pero es finalmente en 1910, cuando se realiza un importante Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, siendo la socialdemocracia la que representaba las posiciones revolucionarias del proletariado. En este evento revolucionario se plantea fijar la atención, el reconocimiento y la valoración de los pueblos del mundo, a los esfuerzos y a las luchas que la mujer trabajadora venía realizando como una contribución concreta, a los cambios que el mundo reclamaba en cuanto a libertad y justicia social. En aquella ocasión, la brillante dirigente de la socialdemocracia alemana, Clara Zetkin, propuso al Congreso que se instituyera el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, en homenaje a todas las trabajadoras que con sus acciones y el sacrificio de sus luchas, posibilitaron que las mujeres construyeran significativos y valiosos procesos de organización política y social contra la explotación capitalista. Este Congreso será la referencia, para que en los siguientes años, las mujeres trabajadoras se movilicen y hagan del 8 de marzo, una jornada de balance, de compromiso y de lucha por un mundo más justo. Siete años más tarde a la realización de ese histórico Congreso, cuando se conmemoraba el Día Internacional de la Mujer en Rusia, que correspondía a febrero de 1917 del calendario ortodoxo, miles de obreras textiles coparon las calles levantando la consigna “Pan, Paz y Libertad”, iniciando con estas combativas movilizaciones, el proceso más importante del proletariado ruso, la gran revolución de Octubre, que llevó a la clase obrera al Poder, constituyéndose ese mismo año, el primer Estado proletario en el mundo.
EL 8 DE MARZO PARA LA CLASE OBRERA
La condición de la mujer trabajadora y de la mujer de los sectores populares ajena al aparato productivo del sistema, es parte de la condición de todos los sectores explotados y oprimidos dentro del capitalismo. Sin embargo, no haríamos justicia a nuestras compañeras, si no reconociéramos que además la mujer de nuestra clase, vive y sufre una doble explotación y que esta opresión tiene un carácter estructural, que se asienta en fenómenos ideológicos-culturales que desde los orígenes del modo de producción capitalista ha cruzado la conciencia social para aceptar el hecho, de que la mujer posee más de un rol en sus “deberes” sociales. Las mujeres están influidas por una visión más tradicional y por lo mismo se considera más familiarizada con las tareas llamadas doméstica, producto de esto se auto limitan en la participación laboral y a buscar o aprovechar espacios de perfeccionamiento y capacitación lo cual redunda en menores logros en el ámbito público. En el caso de la mujer obrera, su motivación principal para acceder al mundo del trabajo es de orden económico y derivado de este hecho, la mujer del mundo popular asume con orgullo su contribución a los ingresos de la familia. Así y todo, nuestras hermanas de clase en la red del trabajo experimentan una mayor discriminación respecto del hombre, tienen en la mayoría de los casos sueldos inferiores para iguales faenas y desempeños laborales respecto del hombre, participa de una oferta laboral siempre más precaria y donde los beneficios y garantías de previsión y seguridad son las mínimas. Con el actual modelo económico, las mujeres proletarias son las que más tempranamente han sido sometida en los hechos y de manera unilateral, sin mediar ley alguna, a los criterios de la flexibilidad laboral.
Hoy ya es una realidad, el que millones de mujeres en el planeta están siendo sometidas a uno que otro abuso; a grados de superexplotación de su fuerza de trabajo; a empleos precarios, inseguros e inestables; a ofertas laborales indignas, humillantes y peligrosas para su integridad física, situaciones que experimentan especialmente las comunidades de inmigrantes o refugiados cuyas situaciones de máxima vulnerabilidad les coloca en la mira de las mafias y redes poderosas de narcotraficantes y de trata de blanca.
Pero no sólo tenemos un lado de la moneda. También existe la otra cara, aquella que nos habla del desarrollo social, político y cultural de la mujer del campo de los dominados; que nos dice de los niveles de organización alcanzados a nivel sindical y político; que nos remite a esta conciencia extendida acerca de sus derechos y la legitimidad alcanzada por su lucha perseverante para hacerlos valer, mediante la organización y la lucha consecuentemente democrática que libra contra las trabas sociales, económicas, políticas, ideológico-morales que el capitalismo permanentemente le instala. La mujer de nuestra clase hoy posee un patrimonio teórico de un extraordinario valor, con el cual continuar su proceso de emancipación y para ello, es necesario que junto a los de su clase, rompa de golpe y definitivamente con la enajenación social, anule con su compromiso y su práctica revolucionaria los dictados que desde el poder burgués plantean la división de genero y legitiman con su discurso una falsa diversidad que sólo busca el desarme político, orgánico e ideológico de los explotados. Premunidas de una conciencia de clase nítida y consistente en sus objetivos históricos de liberación, reanuden con decisión el camino de una Clara Zetkin, de una Rosa Luxemburgo, de una Haydee Santamaría, de una Tamara Bunque, de una Ramona Parra, de una Lumi Videla, de una Diana Arón, de una Araceli Romo.
A las mujeres de nuestra clase en nuestro Chile, les corresponde el mismo desafió que a todo revolucionario: Reconstruir el Movimiento Obrero y Popular, rearmar su conciencia de clase, unir a los revolucionarios y levantar de nuevo el Proyecto Socialista para nuestro país.
HONOR Y GLORIA A TODAS NUESTRAS COMPAÑERAS CAIDAS, A LO LARGO DE LA HISTORIA POR LA TRANSFORMACIÓN REVOLUCIONARIA DEL MUNDO.
NUESTRO PARTICULAR HOMENAJE A TODAS AQUELLAS QUE BATALLARON HASTA LA MUERTE POR EL SOCIALISMO.
POR UNA HUMANIDAD LIBRE DEL CAPITALISMO
POR UN MUNDO JUSTO Y SOCIALISTA
¡¡ NADIE NOS TRANCARÁ EL PASO !!