Jesucristo:
1. Hijo, conviene que lo des todo por el todo; y no ser nada de ti mismo. Sabe que
amor propio te daña más que ninguna cosa del mundo. Según fuere el amor y afición
que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas. Si tu amor fuere puro,
sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna. No codicies lo que no te
conviene tener. No quieras tener cosa que te pueda impedir y quitar la libertad
interior. Es de admirar que no te entregues a Mí de lo íntimo del corazón, con todo lo
que puedes tener o desear.
2. ¿Por qué te consumes con vana tristeza? ¿Por qué te fatigas con superfluos
cuidados? Está a mi voluntad, y no sentirás daño alguno. Si buscas esto o aquello, y
quisieres estar aquí o allí por tu provecho, y propia voluntad, nunca tendrás quietud,
ni estarás libre de cuidados; porque en todas hay alguna falta, y en cada lugar habrá
quien te ofenda.
3. Y así, no cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente aprovecha; sino
más bien la despreciada y desarraigada del corazón. No entiendas eso solamente de
las posesiones y de las riquezas; sino también de la ambición de la honra, y deseo de
vanas alabanzas, todo lo cual pasa con el mundo. Importa poco el lugar, si falta el
fervor del espíritu; ni durará mucho la paz buscada por de fuera, si falta el verdadero
fundamento de la disposición del corazón; quiero decir, si no estuvieses en Mí,
puedes mudarte, pero no mejorarte. Porque en llegando y agradando la ocasión,
hallarás lo mismo que huías, y más. Oración para pedir la limpieza de corazón, y la
Sabiduría celestial.
El Alma:
4. Confírmame, Señor, en la gracia del Espíritu Santo. Dame esfuerzo para
fortalecerme en mi interior, y desocupar mi corazón de toda inútil solicitud y congoja,
y para que no me lleven tras sí, tan varios deseos por cualquier cosa vil o preciosa;
sino que las mire todas como pasajeras, y a mí mismo como que he de pasar con
ellas. Porque nada hay permanente debajo del sol, adonde todo es vanidad y aflicción
de espíritu. ¡Oh! ¡Cuán sabio es el que así piensa!
5. Dame, Señor, sabiduría celestial, para que aprenda a buscarte y hallarte sobre todas
las cosas, gustarte y amarte sobre todas y entender lo demás como es, según el orden
de tu sabiduría. Dame prudencia para desviarme del lisonjero, y sufrir con paciencia
el adversario. Porque esta es muy gran sabiduría, no moverse a todo viento de
palabras, ni tampoco dar oídos a la engañosa sirena, pues así se anda con seguridad el
camino del cielo.