a creación del Estado de Israel, en 1948, llegó acompañada de la limpieza étnica de 750 000 palestinos –más de la mitad de la población autóctona– que fueron expulsados de sus ciudades y aldeas, por la fuerza o mediante el terror sembrado a través de las matanzas planificadas contra los civiles, como la masacre de la aldea de Deir Yassin.
Desde aquel entonces y durante sus 60 años de existencia, desde las masacres de Sabra y Chatila, en 1982 hasta la carnicería que actualmente se desarrolla en Gaza –pasando por la destrucción del campamento de refugiados de Yenin y la destrucción de las infraestructuras palestinas de Cisjordania, en 2002; las masacres en el campamento de refugiados de Yabaliya, en 2005 y 2006; y los bombardeos masivos contra el Líbano en 2006–, Israel, con el pretexto de "defenderse", nunca ha dejado de sembrar la muerte y la devastación entre sus vecinos, valiéndose para ello de todo el poder de fuego de su aviación, de su marina de guerra y de sus tanques.
Y cada vez nos hemos quedado aterrados y escandalizados, al mismo tiempo, por el salvajismo de los ataques israelíes, por la cantidad de víctimas y la envergadura de la destrucción que estos ataques han provocado, además de quedarnos estupefactos ante la pasividad de la "comunidad internacional".
Y cada vez hemos visto en las pantallas de nuestros televisores como los voceros y embajadores israelíes, con la complicidad de redacciones parcializadas, justifican los crímenes cometidos con descaradas mentiras, mostrando su desprecio por el pueblo cuya tierra ocupan militarmente y a cuyas hombres, mujeres y niños están ejecutando sumariamente, con una arrogancia que recuerda la que caracterizó en su época a los dignatarios nazis.
La furia destructora de ese Estado no es nueva para los pueblos ocupados que la sufren día a día. Pero la masacre del ghetto de Gaza, el baño de sangre que tiene lugar ante nosotros, la ha hecho más evidente a los ojos del mundo.
Y la cuestión de saber cómo y por qué es posible tanto salvajismo se plantea ahora con mucha más insistencia.
Dos conocedores de Israel, el historiador Ilan Pappe y el profesor de filosofía jurídica y política Oren Ben-Dor [1], han tratado recientemente de encontrar una respuesta a esa crucial pregunta.
El sionismo [2] en tela de juicio
En su artículo titulado "Israel y la virtud ultrajada" [3], Ilan Pappe señala que la postura de autojustificación que constantemente adopta Israel es "un tema que merece que nos detengamos en él, si queremos entender el por qué de la inmunidad internacional de la que goza Israel para [cometer] las masacres que continúan en Gaza".
Ilan Pappe comienza insistiendo en la oleada de propaganda de los medios israelíes, en la hipocresía de las justificaciones presentadas y la amenaza que representan estas para los palestinos:
"Esta postura [de autojustificación] está basada, ante todo, en puras mentiras (…) que recuerdan las horas sombrías de los años 1930 en Europa. (…) No hay límites para la hipocresía, esencia misma de la virtud ultrajada. El discurso de los generales y de los responsables políticos oscila, según el caso, entre la autocongratulación ante la humanidad que muestra el ejército con sus golpes "quirúrgicos", de una parte, y de la otra, la necesidad de destruir Gaza de una vez y por todas, pero de forma humana, claro está.
Esta virtud ultrajada es una constante en el proceso de ocupación, primero por parte de los sionistas, y más tarde por parte de Israel. Todas las acciones, ya sean la depuración étnica, la ocupación, las masacres o la destrucción, han sido presentadas siempre como actos justos en el plano moral y ligados a la autodefensa, perpetrados por Israel contra su propia su propia voluntad en el marco de su guerra contra seres humanos de la peor especie. (…)
Esta virtud ultrajada es lo que protege a la sociedad y a los responsables políticos de todo reproche o crítica proveniente del exterior. Y lo que es peor, siempre se traduce en la aplicación de medidas de destrucción dirigidas contra los palestinos. Sin oposición interna y sin presiones exteriores, el resultado es que todo palestino puede convertirse en blanco de ese furor. Dado el volumen de fuego del Estado hebreo, eso solamente puede terminar en nuevas masacres, nuevos asesinatos masivos, nuevas depuraciones étnicas."
Ilam Pappe menciona por su nombre a lo que él caracteriza como una "ideología malsana destinada a enmascarar atrocidades": "el sionismo". Y concluye que es urgente denunciarlo y combatirlo:
"Tenemos que tratar de explicar, y no sólo al mundo entero sino a los propios israelíes, que el sionismo es una ideología que aprueba la depuración étnica, la ocupación y, hoy en día, las masacres (…) y [tenemos] también que dejar de legitimar esa ideología, que ha engendrado esta política y que la justifica moral y políticamente. (…) Quizás resulte más fácil hacerlo ahora, en circunstancias tan dramáticas, en momentos en que la atención del mundo se dirige, una vez más, hacia Palestina. (…)
A pesar de las previsibles acusaciones de antisemitismo y todo lo demás, es hora ya de explicar a los pueblos la relación existente entre la ideología sionista y las grandes fechas, ya familiares, de la historia de ese territorio: la depuración étnica de 1948, la opresión de los palestinos en Israel durante el periodo de gobierno militar, la brutal ocupación de Cisjordania y, hoy en día, la masacre de Gaza. (…) Al demostrar la relación entre la doctrina sionista, la política a la que ha dado lugar y las actuales atrocidades, seremos capaces de ofrecer una explicación clara y lógica en el marco de la campaña [dirigida contra Israel, NDT] de boicot, de sanciones y de retirada de las inversiones."
Una patología suicida
En su artículo titulado "Israel: suicidio por autodefensa" [4], Oren Ben-Dor comienza insistiendo en la incesante repetición de las masacres perpetradas por Israel, en la hipocresía de las razones que alega para justificar su guerra en Gaza y en el previsible fracaso de este último intento de acabar con la resistencia palestina:
"Como el Líbano en 2006, el pueblo de Gaza está siendo masacrado por los pilotos asesinos de un Estado asesino. (…) Esta repetición de la violencia a gran escala por parte de Israel (…) se produce luego de un largo proceso que comenzó en el momento en que Israel retiró unilateralmente sus colonias y su infantería de Haza, retirada cuyo único objetivo fue organizar lo que se ha descrito como un zoológico de seres humanos vigilado a distancia. (…)
Fuera de aportar una respuesta a corto plazo a los ataques con cohetes, la ola de violencia israelí se basa en un razonamiento viciado (petición de principio) y en una provocación meditada. (…) Los asesinatos selectivos cometidos contra miembros del Hamas, el derrocamiento mismo de la organización, la destrucción de su infraestructura y de sus edificios no lograrán aplastar la legítima oposición a la entidad sionista, arrogante y triunfalista. Ningún ejército, por muy bien equipado y entrenado que esté, puede ganar en la lucha contra una cantidad cada vez más creciente de gente que no tiene ya razones para temer la muerte."
Oren Ben-Dor plantea entonces la interrogante de fondo:
"Considerando el seguro fracaso de los intentos de imponer la estabilidad mediante la violencia, la intimidación, el hambre y la humillación, ¿qué es entonces lo que mueve al Estado israelí en esta tierra? ¿Qué creen poder obtener los israelíes con esta masacre? Tiene que haber otra cosa que no se menciona. Tiene que haber, para los israelíes, algo o alguna idea que preservar, o que defender incluso, en esa patología que consiste en querer provocar un estado permanente de violencia contra sí mismos. ¿Qué tipo de autosatisfacción condiciona entonces esa voluntad autodestructiva de verse odiado?"
Y encuentra finalmente la respuesta a esta pregunta en "la incapacidad de los israelíes para cuestionarse sobre el basamento discriminatorio de su propio Estado":
"Muchos de los palestinos que viven en Gaza son los hijos de los 750 000 refugiados expulsados en 1948 de lo que hoy es el Estado judío. (…) Sólo mediante una purificación étnica masiva pudo implantarse un Estado de mayoría y de carácter judíos. Toda aplicación justa del derecho internacionalmente reconocido a los refugiados de poder regresar a sus tierras significaría efectivamente el fin del proyecto sionista. (…) A su regreso, [los refugiados] exigirían seguramente para sí mismos, y lo exigirían con fuerza, una ciudadanía de igualdad [entre judíos y árabes]. Al hacerlo, menoscabarían la idea discriminatoria que sirve de base al Estado judío (…). Por consiguiente, Israel impide el regreso de los refugiados por la misma razón por la que discrimina a sus propios ciudadanos no judíos."
Oren Ben-Dor concluye que sólo el cuestionamiento del apartheid israelí, del "derecho de Israel a existir con seguridad como Estado judío" puede poner fin al ciclo de violencia. Sin ese cuestionamiento, la "retórica de la autodefensa" se limitará de nuevo a la "espantosa crónica de un suicidio anunciado":
"Admitir el derecho de Israel a existir con seguridad como Estado judío se ha convertido hoy en el punto de referencia de una moderación política. Obama entona ya esa canción. (…) el origen de la violencia en Gaza está íntimamente vinculado a la manera como nació el Estado israelí y a como sigue tolerando la idea del apartheid en su propia esencia. Israel no debe ser "reformado" o "condenado" sino reemplazado por una única estructura igualitaria en toda la Palestina histórica.
Israel tiene necesidad de un ciclo permanente de violencia. (…) La violencia (…) es un medio necesario para anclar la supuesta legitimidad de lo que supuestamente sería la única alternativa a esa violencia. Esa alternativa no es otra cosa que el fracaso "sorprendente" de un proceso de paz "sensato", "razonable" y "moderado" para ir hacia dos Estados, un proceso que pretende legitimar de una vez y por todas el Estado del apartheid. El discurso fue manipulado de forma tal que los urgentes llamados al cese inmediato de la violencia reavivan ese proyecto para dos Estados, esencialmente injusto y condenado al fracaso, pero que garantiza la continuidad de la violencia. (…)
Esa patología israelí llevará, furtiva y fatalmente, a lo que más temen los israelíes. No hay, en efecto, para el proyecto nacionalista de las eternas víctimas, "otra posibilidad" que no sea el suicidio junto a aquellos a los que oprime. (…) La autodefensa mediante el suicidio subraya el carácter único del apartheid israelí. La retórica tanto de la no elección como la de la autodefensa encierra una espantosa crónica de un suicidio anunciado. A pesar de su poderío militar, Israel es un Estado débil y moribundo que quiere autodestruirse. Las naciones más poderosas del mundo asisten a ese proceso suicida, y el hecho exige una urgente reflexión."
Como puede verse, para estos dos autores, el carácter mismo del Estado israelí, el apartheid que está aplicando y que le sirve de basamento, son la base del terror que periódicamente desencadena contra sus vecinos, y el ciclo de la violencia y las masacres no tendrá fin mientras la "comunidad internacional" siga tolerando esta excepción inaceptable de la aplicación del derecho internacional.