La religiosidad de los cubanos
Manuel E. Yepe
Una de las muchas mentiras sobre Cuba entronizadas en las mentes de los estadounidenses y, en alguna medida, en las de los ciudadanos de aquellos países donde la influencia estadounidense en los medios de prensa es importante, es la de que en Cuba no existe libertad religiosa.
Como ocurre con otras falacias armadas contra el proyecto revolucionario cubano, la supuesta objeción a la libre práctica de cultos no resiste el primer contacto real con la isla.
Las celebraciones en honor a la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona Principal de Cuba para los católicos, incluyeron el 8 de septiembre de este año 2007 procesiones en toda la Isla, el mayor número desde que visitó el país el Papa Juan Pablo II en 1998 y coronó a esa Virgen negra como Reina y Patrona de Cuba.
En la capital del país, bajo una fuerte lluvia, el cardenal y arzobispo de la ciudad, Jaime Ortega, encabezó el homenaje y participó en la procesión que recorrió calles habaneras aledañas a la iglesia "Nuestra Señora de la Caridad".
Las relaciones del gobierno revolucionario con la iglesia católica a nivel de la isla han pasado por algunas duras pruebas y tensos momentos.
El triunfo insurreccional contra la dictadura de Batista, en enero de 1959, abrió paso a un proceso revolucionario que alcanzó todos los ámbitos de la nación y tuvo un efecto secularizador de la sociedad por su carácter renovador de tradiciones y costumbres, y de la cultura en general.
Tras cuatro siglos de colonialismo con exclusividad del catolicismo como religión oficial, surgió en Cuba una república "independiente" bajo la protección y control de los Estados Unidos de América, en la que la sociedad cubana, de hecho, conservó ese signo confesional durante la primera mitad del Siglo XX.
Pese a que en las Constituciones de 1902 y 1940 se estipulaba la separación entre el Estado y la iglesia, en sus textos se identificaba la moral cristiana como normativa ética de la sociedad, en detrimento de cualquiera otra moralidad no cristiana y de tal manera desconocían la diversidad cultural, moral y religiosa que exigía una comunidad tan plural en términos de etnias, cultos y tradiciones.
El profesor cubano Aurelio Alonso, sociólogo e investigador de estos temas, considera que, si bien históricamente ha existido una religiosidad ampliamente extendida en la población, los más significativos acontecimientos sociales y políticos en la vida de la nación han tenido un carácter eminentemente laico.
Según Alonso, tanto el proceso de formación de la nacionalidad cubana, la lucha por la independencia de España y las sucesivas etapas de construcción de un proyecto nacional independiente como el socialista actual, se caracterizan por una orientación secular -hasta cierto punto anticlerical- lo que no significa que lo religioso haya estado ausente de las motivaciones de los patriotas, sino que los objetivos siempre se formulaban sobre bases laicas.
La primera vez que en Cuba se proclamó la separación entre el Estado y la Iglesia como principio constitucional fue en la República en armas, cuando se luchaba contra el régimen colonial, español y católico.
Las transformaciones sociales generadas por la revolución de la segunda mitad del siglo XX -contra la tiranía pro imperialista, primero, y en el desarrollo del proyecto independentista y socialista, después- tuvieron un impacto considerable en el proceso de desacralización de la naturaleza.
La campaña que erradicó el analfabetismo que padecía más de un millón de cubanos; la masificación de la enseñanza media, técnica y superior; la expansión de los servicios de salud y de electrificación de las viviendas, así como las nuevas formas cooperativas de producción en el campo y el uso de nuevas técnicas, entre otros logros populares, influyeron en la desaparición de prácticas religiosas colectivas tradicionales tales como, por solo recordar una, las procesiones para implorar buenas cosechas o lluvias, en las zonas rurales.
La reforma agraria, la construcción de nuevos caminos y carreteras, y la llegada de la radio y la televisión a sitios donde antes no accedían, transformaron los sistemas de representación de la naturaleza cargados de misticismo, por enfoques lógicos y razonados.
Así, emulando con aquellas instituciones sociales que históricamente orientaban la conducta y las ideas, entre las cuales predominaban las iglesias cristianas y sobre todo la católica, irrumpió en la escena la revolución, con una capacidad de convocatoria enorme en los sectores sociales mayoritarios, como representante de un cambio muy ansiado.
La revolución, además, respondía a las aspiraciones de los intelectuales imposibilitados de acceder a los espacios monopolizados por la iglesia, quienes en la puja habían fortalecido su manera secular –sobre todo anticlerical- de encarar su papel en la sociedad.
La revolución fue capaz de agrupar todas esas fuerzas partidarias del cambio social y desplazar del protagonismo absoluto a sus competidores que, bien reconocieron la realidad y aceptaron el nuevo liderazgo, o lo desconocieron, situándose del lado de una oposición al proyecto revolucionario cuyo liderazgo el gobierno de los Estados Unidos había decidido reservarse.
Hubo, ciertamente, desencuentros y fricciones iniciales entre el gobierno de la revolución y la jerarquía de la iglesia católica cubana, esta última con feligresía amplia y socialmente influyente entre la población de mayores ingresos pero con influencia mucho menor en los sectores humildes.
Las acciones legislativas y prácticas de la revolución, tales como la ley de nacionalización de la enseñanza, limitaron el espacio social de la religión católica en Cuba, y lo ampliaron para otras -como las espiritistas, las asociadas a religiones de tipo africano y las pentecostales- que lograron acceso a espacios públicos a los que antes habían tenido muy pocas posibilidades de llegar por las condiciones de monopolio cristiano y católico.
Basta recordar que, antes de 1959, el Código penal cubano registraba como agravante de delito el practicar "brujería", término con el que la cultura cristiana predominante identificaba a las religiones originadas en África, muy extendidas en Cuba, principalmente en los sectores más empobrecidos.
En 1991 el IV Congreso el Partido Comunista de Cuba, rectificó errores sectarios cometidos al calor de los enfrentamientos iniciales y modificó sus estatutos declarándose una organización laica y no atea, al tiempo que eliminó las trabas al ingreso de personas con creencias religiosas en esa formación política. Además, una reforma constitucional excluyó del texto de la Carta Magna cualquier referencia al carácter ateísta de la República, junto con la explícita proscripción y condena de toda forma de discriminación por razones de religión.
Como resultado de todo ello, en medio de una situación de aparente contracción del espacio social de la religión, la revolución cubana creó condiciones legales y sociales básicas para un verdadero pluralismo religioso, sin distinción confesional ni institucional, y para algo que nunca antes había existido en el país y de lo que escasas naciones se pueden vanagloriar: una libertad religiosa real.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)