Siempre estuvieron allí, con más o menos suerte. Durante años se les vio pregonar su mercancía. Tuvieron su peor momento en los años 70. Para la década de los 80 casi habían desaparecido.
Llegó el 95 y cobraron de nuevo fuerza. Menos vistosas que las jineteras internacionales, asentaron sus lares en la esquina de Monte y Cienfuegos, en Centro Habana, y vivaquean por los alrededores. Cobran cinco dólares por un completo, y anuncian su tarifa entre policías sordos y chulos desarrapados y borrachos.
Mara es una de ellas, una hermosa mulatita de 14 años. Caminaba por la calle Monte acompañada por una mujer de edad indefinida. Ella le hacía la pala, y de vez en cuando ligaba a algún cliente borracho. En cuanto me vio lanzó una hermosa y provocativa sonrisa. Luego la mujer mayor se me acercó y dijo por lo bajo: "Papi, ¿quieres matar una jugada?"
Qué manera de decirlo, pensé, pero le dije que me explicara, y como quien lee el menú de un restaurante me recitó la lista de servicios que prestaba Mara. Conversamos un rato la vieja y yo. Mientras Mara atendía a un cliente, le hice la pregunta más inevitable y más tonta del mundo en estos casos: ¿Por qué una muchacha tan hermosa y joven como Mara se dedicaba a eso? Me miró de arriba abajo, incrédula. Luego me preguntó en qué trabajaba y cuál era salario. Le dije que era periodista en una emisora de radio, y se comenzó a reír. "¿Sabes cuánto gana Mara en un día malo? Entre 50 y 60 dólares. Saca la cuenta, periodista. Ustedes ganan menos y hacen el mismo trabajo". Era cierto, estaba hablando de mi salario de seis meses más o menos.
Después nos vimos varias veces. Pasaron los años, y siempre que transitaba por allí me detenía a conversar con ellas. Mara se fue deteriorando. Como veterana de Monte y Cienfuegos mantenía ciertos privilegios, pero con sólo 24 años parecía una mujer mucho mayor. Eso le hacía perder clientes, ante la avalancha de muchachas llegadas de provincia, dispuestas a todo y con menos años de uso.
Un día dejé de verlas, y la curiosidad me dio por investigar la suerte corrida por ellas. No sin mucho trabajo, y luego de vencer la desconfianza de sus colegas, encontré a la vieja. Ya no hacía la calle, ya no acompañaba a la bella mulata. Con sus ahorros había comprado un cuartucho cerca del Mercado de Cuatro Caminos. Ahora se dedicaba a alquilar el lugar, una mugrienta covacha, por 20 pesos la hora, a sus antiguas cofrades.
Mara tuvo que cambiar de rumbo. Fue desplazada de su esquina el año pasado y buscó sitio y clientes en el Mercado Agropecuario. Luego fue a parar al Malecón, y alguna que otra noche trabaja en un cabaretucho clandestino cerca de la Plaza Vieja.
Ya no se ven tanto por Monte y Cienfuegos. La persecución de la policía y la competencia de los travestis las ha llevado a buscar otros lugares. Merodean las paladares (las pocas que sobreviven), las casas de juego clandestinas, los parques oscuros, las esquinas en penumbras de Centro Habana, los clubes nocturnos, los bares donde venden cerveza a granel. Algunas, para ganar un poco más, venden pastillas o marihuana.
Mucho más baratas que las internacionales, más en precio que ellas, practican el oficio más viejo de la humanidad, y a su alrededor se teje toda una red de negocios clandestinos. Mucha gente vive de esas jineteras: policías, chulos, traficantes, dueños de cuartos próximos a sus áreas de trabajo. Sus clientes son los nuevos ricos, los gerentes de las empresas mixtas, los campesinos e intermediarios de los mercados agropecuarios, pero alguna que otra vez algún mal padre de familia dilapida su salario del mes en busca de un poco de sexo tarifado.
Están más en precio, pero muchos sólo pueden conformarse con verlas pasar. Como quiera que sea, ganan mucho más en un día que un médico o que un ingeniero, mucho más que un obrero o un militar, aunque sus tarifas contemplan estos casos y hay servicios más baratos y rápidos para quien quiera usarlas.
Hay algunas expertas en semáforos. Son rápidas, baratas y eficientes. Otras se especializan en esquinas, baños de cafeterías, salas oscuras de cines y bancos de parque.
El rango de edades de las jineteras nacionales ofrece mayores posibilidades. Las hay desde 12 años hasta 50. Las hay también de todas las razas: blancas, chinas, negras, mulatas. De todas las regiones del país, de todas las profesiones y oficios: enfermeras, maestras, lingüistas, camareras. Las hay doctas y analfabetas. Nada, las hay para todos los gustos y para un mayor número de bolsillos. Algunas incursionan en el negocio internacional, pero esto es una excepción y no una regla. Para esto se requiere apoyo, chulos bien conectados. Además, el nacional es menos arriesgado y, según dicen ellas, más rentable.
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