Cuba comunista para siempre
Carlos Alberto Montaner
El comandante lanzó la consigna y durante tres días los cubanos desfilaron gritando frenéticamente a favor del comunismo. El comandante dio la orden y nueve millones de personas firmaron un documento pidiendo que jamás se cambiara ese maravilloso sistema político y económico que tanta felicidad les ha traído a los habitantes de la isla. Finalmente, con un chasquido de los dedos, el comandante logró que el parlamento cubano, por unanimidad, convirtiera en norma constitucional el sagrado deseo del pueblo de seguir siendo esclavo. Cuba será comunista hasta el fin de los tiempos.
¿Por qué esta extraña ceremonia de adhesión incondicional al sistema? Porque Fidel Castro ve síntomas muy claros de desmoralización dentro de la cúpula dirigente. Los administradores del manicomio --Carlos Lage, José Luis Rodríguez, Ricardo Cabrisas, Marcos Portal-- saben que la situación económica no tiene salida. No hay créditos ni reservas. No hay forma de pagar las cuantiosas deudas. El país produce menos de la mitad de lo que necesita para sobrevivir y no hay recursos para importar el petróleo, los alimentos y las medicinas requeridas. Es la bancarrota total.
Entonces la pregunta resulta inevitable: ¿por qué se empeña Castro en que Cuba sea el último país comunista del mundo, aunque los pobres cubanos se mueran de hambre en la realización de esa estúpida 'hazaña'? La respuesta tiene que ver con las necesidades sicológicas y emocionales del comandante. Estamos en presencia de un narcisista sicópata, inflexiblememente acartonado, que en su juventud adoptó una cierta visión moral del mundo y no está dispuesto a que la realidad se la eche a perder. A mediados del siglo XX, en medio de la guerra fría, hace cincuenta años, Castro, siempre superficial, se apoderó de una lectura 'revolucionaria' de los problemas de la sociedad ('el capitalismo y el imperialismo son los causantes de nuestros males'), y se percibió y designó a sí mismo como el gran héroe reformador destinado a cambiar el curso de la historia planetaria. Era el ``complejo de San Jorge'. Su misión en la vida era matar al dragón. Y si alguien le decía que los dragones no existían, no había dudas de que se trataba de un agente de la bestia botafuegos.
Esa es la gran paradoja de lo que acaba de suceder en Cuba. La ratificación eterna del comunismo no es una maniobra contra los demócratas, sino una manera de cerrarles el paso a los reformistas del aparato que esperan, silenciosos e impacientes, la muerte del comandante para comenzar a desmontar ese monstruoso disparate de miseria, calabozos y arbitrariedades. Lo que intenta Castro es secuestrar el futuro, congelarlo, y garantizarse con ello que su memoria histórica sea la de un héroe triunfador y no la de un mesías revoltoso y fracasado. Castro está luchando por su gloria. No quiere que le suceda lo que a Lenin y a Stalin; a Tito o a Ceauscescu. Para Castro su vida sólo tiene sentido si se le percibe como el gran héroe que tuvo razón. Rectificar el rumbo de la revolución sería una forma de descalificarlo a él. No importa que 'la revolución' haya sido, en verdad, una experiencia brutal y emprobrecedora, porque esa realidad siempre se puede maquillar con mil sofismas. Lo que importa es sostenerla, porque enmendarla es una forma de destruir sicológicamente a San Jorge. No es cierto que lo trae sin cuidado el juicio de la historia. Nada le preocupa más que su momia, que su estatua a caballo, que lo que de él digan los libros. La muerte se acerca y le horroriza que los cubanos (y el mundo) saquen su busto del panteón y lo coloquen en el basurero.
Desgraciadamente, la 'eternización' del comunismo en Cuba tiene otros componentes además de la reforma a la constitución. Como parte de su esfuerzo por aislar a Cuba de las 'malas influencias', Castro prefiere pelear a su gobierno con todo el planeta. Esa será parte de su herencia. Ello explica sus insultos a México, a Argentina, a Uruguay, a Rusia, a la Unión Europea, a Estados Unidos. Teme los contactos con otros pueblos y prefiere cercenar los vínculos antes de que esos lazos alienten alguna clase de transformación en el país.
¿Conseguirá Castro detener los cambios más allá de su muerte, con este tipo de 'ley candado' encaminada a paralizar a la nación? No lo creo. La actitud de los millones de cubanos que salieron a pedir 'comunismo para siempre', y la de los 600 y tantos diputados que servilmente convirtieron esa petición en ley, es un juego ritual de obediencia, una multitudinaria ceremonia de vasallaje efectuada para complacer a un caudillo asustado porque teme ver devaluada su posición en la historia. El propio Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores, en un desliz freudiano dejó en claro lo poco que valen estos gestos totalitarios cuando recordó que, poco antes de la desaparición de la URSS, el 70% de los soviéticos había votado por su mantenimiento. Da igual cuánto haga Castro por tratar de impedir la evolución de Cuba hacia la libertad política y económica. Eso llegará inevitablemente.
Julio 7, 2002
http://www.firmaspress.com/199.htm