.- Niño de Iraq:/ toma mi solidaria mano/ y mi sangre/ y mis huesos/ y la pulcra espada de mi palabra/ para expulsar de raíz al intruso.
Niño de Iraq:
tú que has contado las partículas de arena
de todo el desierto,
dime:
¿cuánta sangre alimentó el caudal del Tigris
a la hora de los misiles yanquis en tu rostro angelical?,
¿cuántas manos de loza cuelgan de los cuerdas del día
como evidencia de la torpeza de Bush?
Niño de Iraq:
en tus ojos el Tigris se ha coagulado
con bombardeos de cazas de la muerte;
han perdido los pájaros su norte;
la tristeza es un pez congelado
y las palmeras gimen en la lobreguez de Al Fardos.
Niño de Iraq:
qué piensas de los royal marines que navegan en estiércol,
de los que desinforman con sus trompas satánicas,
de los entontecidos por la codicia de petróleo,
de los enloquecidos por acrecentar su imperio,
de los terroristas de la casa blanca con humo corrupto,
de los fabricantes de veneno en Washington,
de los empresarios de la guerra electrónica.
Niño de Iraq:
¿cuál es tu estrategia para hacer de tu tierra
un extenso pan sin serpientes ni cuervos?
¿Cuál es tu táctica para que el Eufrates
reivindique su sueño de lagarto,
y el Diyala amanezca vestido de terciopelo?
Niño de Iraq:
Ahmed, Rehab, Abdel…
Todos los niños del mundo
(incluso los hijos de soldados que taladran tu corazón)
están contigo.
Por tu cráneo esparcido en Basora,
por tus pupilas calcinadas en Nayat,
por tus pulmones explotados en Nasiriya,
por tu voz rebanada en Samawah,
por tus tímpanos estallados en Karbala,
por tus brazos mutilados en Kirkuk,
por tu sombra asediada en Mosul:
¡álzate!
No hay tregua.
Echa a volar tu bata por los cuatro costados de la tierra,
con el hilo centellante de tu mirada
y la manzana líquida de tu sonrisa.
Niño de Iraq:
toma mi solidaria mano
y mi sangre
y mis huesos
y la pulcra espada de mi palabra
para expulsar de raíz al intruso.
César Cando Mendoza,
Quito, mayo de 2003