Leonardo Calvo Cárdenas, Historiador y politólogo
Las últimas semanas trajeron a la palestra internacional tres eventos de especial importancia. A mediados del pasado mes de abril, la capital de Trinidad Tobago acogió la quinta Cumbre de Las Américas y la ciudad suiza de Ginebra, a la Cumbre Mundial Sobre el Racismo, la Xenofobia, la Discriminación Racial y Contra Toda Forma de Intolerancia. Finalmente, la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos, registró una jornada histórica en su reunión celebrada a finales de mayo en la ciudad hondureña de San Pedro Sula.
Los mencionados cónclaves fueron escenario de los esfuerzos de la comunidad internacional empeñada en afirmar nuevos patrones de equilibrio y convivencia global. Pero además, registraron de una manera u otra el protagonismo de dos de los regímenes más intolerantes y desconocedores de los derechos y la integridad humana que haya conocido la historia: Irán y Cuba.
El caso es que al presidente iraní Mahmmud Ahmadineyad, se le ocurrió la brillante idea de presentarse precisamente en el evento ginebrino a destilar su inadmisible extremismo antisemita. Esto generó la repulsa generalizada de los representantes de la Unión Europea, los cuales tuvieron a bien abandonar la sala de conferencias cuando el líder iraní inició su diatriba anti israelí. A esas alturas, ya varias delegaciones occidentales, entre ellas la norteamericana, habían declinado participar en la reunión.
La Cumbre de Puerto España reveló los nuevos aires que soplan en el hemisferio. Allí se hicieron presentes los líderes latinoamericanos y caribeños que, desde posiciones firmes pero conciliadoras, promueven la construcción de una convivencia hemisférica basada en el respeto, la cooperación y los beneficios compartidos, muy lejos de los tutelajes y las confrontaciones propias de épocas pasadas.
El presidente Obama, por su parte, demostró una vez más que definitivamente parece ser mucho más que la palabra certera y la obnubilante presencia de alguien con intelecto y carisma pocas veces visto.
Se presentaron otra vez los líderes populistas de inspiración totalitaria, quienes como pésimas imitaciones de Fidel Castro, se muestran siempre dispuestos a llamar la atención, sabotear los consensos y eventualmente hacer el ridículo.
A pesar de no participar en la Cumbre, Cuba fue tema recurrente en los discursos y las deliberaciones. Como nunca antes, los dignatarios latinoamericanos y caribeños abogaron por el regreso de Cuba al concierto hemisférico y por el levantamiento del embargo norteamericano a la Isla.
El presidente norteamericano reafirmó su determinación de avanzar hacia el futuro y adelantó estar dispuesto a conversar con las autoridades cubanas sobre cualquier tema de interés en la agenda bilateral o global. Lo cual se agrega a las medidas tomadas días atrás en función de viabilizar mejores vínculos y comunicación, fundamentalmente entre los cubanos que viven a ambos lados del ya añejo desencuentro.
La Asamblea de la OEA llegó al consenso de suprimir la resolución que suspendió a Cuba del organismo hemisférico en 1962. Con esto quedó allanado el camino para el regreso de la Isla al concierto interamericano. Los gobernantes cubanos por su parte, hicieron gala de la soberbia propia de las tiranías decadentes y de momento se mostraron renuentes a reintegrarse.
A estas alturas, parecen ser pocos los que no están convencidos de que los diseños diplomáticos inclusivos y una consecuente distensión en las relaciones Cuba-Estados Unidos, constituyen las vías más seguras para crear los nuevos ambientes que priven de justificación, más que de legitimidad, a las posiciones cerradas, extremas e intolerantes que caracterizan al régimen de La Habana.
Los gobernantes cubanos deben imaginar la manera de lidiar con un liderazgo norteamericano que, sin renunciar a su compromiso con la democratización de Cuba, no se presenta a si mismo como el pretendido enterrador del sistema imperante en la mayor de las Antillas.
Llama poderosamente la atención esa disposición de mandatarios a interceder por los intereses del gobierno cubano, a la vez que hacen caso omiso de los sufrimientos, penurias e inseguridades que vive el pueblo cubano por varias décadas. Todo gracias al férreo bloqueo interno que las autoridades de La Habana han impuesto a las libertades y derechos, como fundamento esencial de su vocación de poder absoluto y eterno.
Varios de los presidentes asistentes a Puerto España y San Pedro Sula pasaron por Cuba en semanas pasadas y ninguno se dignó a decir una sola palabra en público acerca de las violaciones concretas o el incumplimiento de los compromisos internacionales Declaración de Viña del Mar y Pactos Internacionales de Derechos humanos que el régimen cubano ha suscrito y olvidado con la misma tranquilidad.
Además de los Estados Unidos, tradicional e incansable impugnador del régimen cubano acompañado por los gobiernos de la Republica Checa en los últimos años son muy pocos los ejemplos de representantes políticos que han enfrentado a los jerarcas de la Habana. Sólo el expresidente salvadoreño Francisco Flores y el ex alcalde de New York han puesto en su lugar a Fidel Castro. Tan sólo los expresidentes José Maria Aznar y Vicente Fox, de España y México respectivamente, han manifestado su apoyo en plaza al movimiento opositor y de derechos humanos de Cuba.
En el campo de la izquierda, el partido de la Izquierda Democrática de Italia es el único que ha definido y tratado a las autoridades cubanas como lo que realmente son y mantenido un respaldo irrestricto a sus camaradas socialdemócratas y progresistas de La Habana.
A pesar de exhibir un expediente de crímenes, atropellos, despojos, agresiones y subversiones externas sin paralelos en el último medio siglo, el régimen cubano es permanentemente agraciado por una indulgencia que contrasta con las explícitas condenas y reproches que reciben otros gobiernos que han hecho menos mal en menos tiempo.
Resulta doloroso para los cubanos que enfrentamos nuestra dura realidad privados de voz y de sueños, peligroso para los pueblos latinoamericanos confiados de haber recuperado definitivamente el rumbo democrático, ver como la clase política del sub continente confunde sin sonrojo el empecinado hegemonismo de la gerontocracia nepotista de La Habana con la supuesta voluntad soberana de de un pueblo. Uno que no cuenta siquiera con libertad de movimiento dentro de su propio país.
Esas actitudes pueden estar motivadas por no constituir Cuba un peligro estratégico, por haberse convertido en una cómoda bandera contra el hegemonismo norteamericano o por el secreto anhelo que anima a muchos políticos latinoamericanos de hacer a sus pueblos lo mismo que Fidel Castro ha hecho a los cubanos.
Lo cierto es que cuando se trata de Cuba, se desmoronan muy fácilmente los valores y argumentos que inspiran a las democracias occidentales. Se pudo ver a un presidente latinoamericano, por cierto derechista, asegurar que no era pertinente señalar al gobierno cubano como violador de los derechos humanos. Todo porque enviaba médicos a su país. Acaso el ilustre demócrata se sentiría feliz y realizado si él pudiera exportar médicos y tiranizar a su pueblo.
Como el resto del mundo, el pueblo y los demócratas cubanos deseamos que la distensión inclusiva prevalezca sobre la crispación confrontacional que tanto daño ha hecho a los destinos de Cuba. Sin perder la esperanza de que algún día, nuestros traumas y sufrimientos, motiven también el interés y la inquietud de la comunidad política internacional. ?