Moribundo sobre la punta del iceberg
En su “reflexión” de este domingo, enfocada en el sistema educacional cubano, Fidel Castro soltó una frase de antología, buena para entender cómo funciona el cerebro que tanta gente despistada ha catalogado de brillante, así como, en general, el castrismo en cada una de sus variables: “Prestemos atención a nuestros enemigos y hagamos todo lo contrario de lo que desean de nosotros para seguir siendo lo que somos”. Sin comentarios.
En cualquier caso, el moribundo intentaba defender en su escrito la solidez de la enseñanza totalitaria, básicamente a partir de la repercusión alcanzada por la publicación -por parte del propio gobierno- de una serie de datos, entre ellos el hecho de que se echan en falta alrededor de ocho mil maestros en las escuelas de la Isla –la cifra, como el régimen que la emite, es sumamente conservadora-, o la inadecuada preparación del personal docente.
Dichos datos, por supuesto, constituyen sólo la punta del iceberg. La educación en Cuba entra en crisis ya a partir de 1961, año en el que tiene lugar un re-acomodamiento pedagógico durante el que se revisan los planes de estudio tradicionales y se distribuyen nuevos libros de texto, adecuados a la versión de la historia y la realidad que interesadamente propaga el gobierno. Los niños en edad preescolar ingresan obligatoriamente a la enseñanza estatal –la enseñanza privada es abolida-, en la que se les induce a venerar al régimen y sus máximos dirigentes. Desde este punto están a merced de un sistema educativo que, a grandes rasgos, funciona como sigue:
Niños Cubanos
-Del primer al sexto grado los educandos cubanos deben militar, inexcusablemente, en la Unión de Pioneros de Cuba (UPC), organización supervisada, como todas las demás en la Isla, por el Partido Comunista. Son bautizados pioneros y se les endosa un expediente acumulativo que los clasifica, ya desde los cinco años, de acuerdo a su postura frente a las tareas político-ideológicas orientadas por las autoridades. De las evaluaciones contenidas en este documento, en el que el activismo político tiene tanto o más peso que el aprovechamiento académico, depende el porvenir laboral o profesional de cada estudiante.
-Entre séptimo y noveno grados, etapa conocida en Cuba como Secundaria Básica, se obliga anualmente a los alumnos a abandonar sus hogares por cuarenta y cinco días ininterrumpidos, en condiciones de trabajo forzado, hacinamiento y promiscuidad (aunque también existen Escuelas en el Campo en las que durante todo el año se alberga a los estudiantes de secundaria).
-Por último, la etapa previa al ingreso, o no, a la Universidad, es considerada la más crítica para el estudiantado nacional. En momentos en que la familia debería ejercer una influencia constructiva sobre el escolar en tránsito a la adolescencia, éste es separado de sus progenitores y ubicado en Escuelas en el Campo impresentables, seis días a la semana durante tres años. En determinado momento dichos centros se hacen célebres por su índice de suicidios, fruto del acoso a que son sometidos algunos internos por sus compañeros de dormitorio, sin que el profesorado sea capaz de poner coto a la situación.
En ocasiones, la realidad de la educación bajo el castrismo supera las ficciones más desconcertantes. En preuniversitarios en el campo como, por poner un solo ejemplo, el Manuel Puig de Batabanó, provincia Habana, se matriculó a ex presidiarios convictos de delitos comunes, varios años mayores que el común de los restantes alumnos y con una patente predisposición a la violencia, con las catastróficas consecuencias que cabía esperar.
El hecho de que sistemas como los de la Escuela en el Campo y al Campo hayan desarrollado en los niños y jóvenes cubanos una actitud de rechazo al esfuerzo personal y/o la iniciativa individual, es uno de los factores que explica el desbarajuste funcional del castrismo. La ineficacia de éste no sólo es consecuencia de la incapacidad de sus dirigentes o del absurdo modelo económico escogido, sino que ha sido fomentada desde la base, subordinando la diversidad e iniciativa de las futuras fuerzas productivas a la vacuna, vacuidad de una sociedad amaestrada. Seguramente por eso el moribundo, desde la punta del iceberg de su infinita incompetencia, afirma que el sistema “no ha involucionado tanto”.
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