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Desde La Habana in
La carpeta de Iván on Agosto 25th, 2009
Yunia Palacio jamás ha sido una mujer feliz. Desde que nació hace 29 años, una noche cerrada y sin estrellas del mes de septiembre, en la caliente y empinada ciudad de Santiago de Cuba, la mala fortuna ha sido una aliada.
Su vida es un drama. Olvídense de los culebrones y todo el opio electrónico que nos brinda en abundancia la caja tonta. Su historia está más cerca del acontecer en Somalia o Ruanda, que en este bastión del socialismo tropical, donde un día, un tipo barbudo y con un ego por las nubes, a todos dijo que había una revolución “de los humildes, por los humildes y para los humildes”.
Si usted le mira el rostro avejentado y con escasos dientes, tiene dos opciones: huir o trastornarse. Y si no se conmueve con lo que Yunia en voz baja cuenta, por favor vaya al psicólogo.
Hace doce años vive en una choza de tablas renegridas, con un sujeto sin calificativos para definirlo. Bastardo, degenerado, mejor digámoslo claro, un perfecto hijo de puta. Allí llegó a un villorrio a tiro de piedra de la Autopista Nacional. Yunia Palacio tenía entonces 17 años, un rostro agraciado y la ilusión de que la vida le podía dar una oportunidad de cambiar su mala suerte.
En Santiago había dejado atrás a una madre loca y a un padre alcohólico, una abuela con pocas luces y mucha hambre. Sólo estudió hasta 6to. grado: sus capacidades intelectuales estaban disminuidas. Su meta era simple. Buscar un buen hombre, tener hijos -adora los niños- trabajar y cocinarle a los suyos. Y al caer la noche, sentarse toda la familia a la mesa para hablar de cosas simples.
No pedía mucho. Pero en La Habana se encontró con el diablo. O mejor dicho con varios diablos. Su tío la acogió, con la intención de fisgonear, de forma lasciva, mientras su sobrina se bañaba. Luego, en las noches llegaba la apoteosis. Casi todas las mañanas, Yunia Palacio despertaba repleta de semen.
Huyendo del depravado de su tío cayó en las garras de un vulgar ratero mucho mayor que ella, que la hizo su mujer. La violencia verbal y las golpizas eran tan comunes como los sueños de Yunia, de comer hasta sentir su estómago lleno y tener una familia.
Con el gamberro tuvo tres hijos y le visitó a cuanta cárcel fue a parar. Al salir de la prisión, el padre biológico de sus hijos, muy campante, le dijo que se marchase de su casa. Fue entonces cuando las leyes del “país más democrático del planeta” demostraron su total ineficacia.
En vez de proteger a una madre con tres hijos, cuyo único delito es ser medio tonta, le dieron la razón al degenerado de su concubino. Y Yunia Palacio tuvo que irse con sus hijos a dormir en portales y terminales de ómnibus.
Para nuestras “justas leyes”, Yunia sobra en la capital. La mandaron de vuelta a Santiago, donde los pocos parientes que la recuerdan, son esquizofrénicos y violentos. Las propias autoridades santiagueras informaron a sus pares en La Habana, que no respondían por la infeliz mujer.
La suerte de Yunia es inestable y asustadiza como el azogue. La han multado dos veces, la primera con 150 pesos (alrededor de 6 dólares) y la segunda con 200 (8 dólares). Pero Yunia no tiene con qué pagar esas multas.
Según las “democráticas” leyes cubanas, pudiera ir a prisión. Ya una de las multas se le duplicó. Además, tiene el pesado lastre de mensualmente tener que pagar 60 pesos (poco más de 2 dólares) de su exigua pensión de 175 pesos (7 dólares) para saldar su deuda con el Estado, que le otorgó una olla eléctrica y una nevera.
Conocí a Yunia una mañana de sol de fuego. Con sólo mirarla, uno nota que está al límite. Es una suicida en potencia. Si usted mañana se entera que se lanzó de un puente o se prendió fuego junto con sus hijos, no se asombre.
Yunia Palacio nunca ha sido feliz ni sabe cómo hacer feliz a sus pequeños. Pero sí cómo ponerle fin al drama de su vida.
Iván GarcíaMás sobre Yunia Palacio:
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