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General: ¿Cómo viven los ancianos en Cuba?
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De: residente  (Mensaje original) Enviado: 15/10/2009 22:08
¿Cómo viven los ancianos en Cuba?
 

El estado de salud o enfermedad de las diferentes sociedades del orbe, suele medirse por las estadísticas frías e impersonales que informan los gobiernos, y que son muy bien recibidas en los cónclaves internacionales. Resultan obviamente muy importantes estas estadísticas para muchas organizaciones mundiales. Y los que gobiernan en Cuba, tan orgullosos de sus triunfos, exhiben, difunden y promueven sus estadísticas; y logran que sean admiradas y aplaudidas en las asambleas de esas organizaciones. Esto responde a varios motivos. Por una parte, los regímenes depredadores de libertades y derechos, que se asocian y se apoyan recíprocamente en las reuniones internacionales, han utilizado históricamente estos datos numéricos, como instrumentos de propaganda política; y como salvoconductos para oprimir a sus pueblos. Por otra parte, mediante estas estadísticas, las organizaciones mundiales avalan el éxito de sus misiones planetarias, cuando declaran con júbilo, que ciertas metas fijadas para un determinado período, están siendo cumplidas por uno u otro país, sin que tales organizaciones se molesten en comprobar lo que realmente sucede con los gobiernos portadores de tan portentosas estadísticas.

Estoy convencida de que además de las gélidas y manipulables cifras numéricas, otras no manipulables, y más humanas evaluaciones, nos permiten definir inequívocamente, el verdadero estado de una sociedad. Por ejemplo, tengo la certeza de que la situación de los ancianos en cualquier país, es un factor de inobjetable valor, si se desea comprobar la magnitud y la calidad de la labor que desarrolla el gobierno del país en cuestión.

En Cuba, mi Patria, dos generaciones hemos sido protagonistas fundamentales de las etapas más difíciles, complejas y agónicas, de este tormentoso y añejo proceso. Hablo de mi generación, hoy ancianos de más de 60 años; y de la generación de mi padre y de mis tíos. Los integrantes de la más antigua, lucharon contra la dictadura previa a 1959; y creyeron en aquella revolución, rápidamente metamorfoseada en dictadura, e implantada en el poder desde hace medio siglo. Muchos de los miembros de ambas generaciones confiamos en este sistema político, el mismo que ha convertido a  mi país en el reino de las tinieblas. Y nos consagramos a trabajar intensamente, sin pedir ni recibir nada, pues estábamos convencidos de que legaríamos a nuestros descendientes, una nación de excelencia. Muchos aun confían o dicen confiar. Otros, aunque en algún momento se decepcionaron, permanecieron en la Patria, y continuaron laborando con honradez y ejemplaridad. Muchos como mi padre y mis tíos, hombres extraordinarios, murieron confiando.

Después de una vida entera dedicada al trabajo honrado, en función de la Patria común y de la propia familia, los hombres y mujeres, otrora jóvenes vigorosos, hoy ancianos y tal vez enfermos, necesitamos y merecemos descansar física y psicológicamente. Y esta  necesidad no exceptúa a la tercera edad cubana, cuyos últimos 50 años han estado sobrecargados de sufrimientos, sacrificios, penurias, renuncias y privaciones descomunales. Se impone pues preguntar: ¿Cuál es la situación de los ancianos en Cuba?  ¿Cómo viven los ancianos en Cuba? ¿Tienen lo que necesitan y merecen los ancianos en la Cuba de brillantes y perfectas estadísticas?

Me circunscribo en estas sencillas líneas, a describir con objetividad, sólo algunos aspectos de la maltratada existencia de los ancianos cubanos. Me he basado en mis vivencias personales, en las experiencias que constantemente me narran muchísimos coetáneos; y en las que comparto con ellos. A pesar de mis enfermos y cansados casi 66 años, suelo recorrer frecuentemente los senderos más amargos de mi ciudad; y adentrarme allí, donde palpita la agonía nacional. Esos cada vez más esclarecedores intercambios, han nutrido el presente testimonio, cuyo desolador tema no puede ser abarcado en unas pocas cuartillas. Rindo con él, un reverente homenaje a mi padre y a mis tíos difuntos; y a tantos preteridos ancianos de su generación y de la mía, vivos y fallecidos, que identificados o no con el régimen, se han caracterizado por su dignidad, bondad, honradez,  laboriosidad; y por la coherencia entre su verbo y su acción. Rindo con este testimonio, un sentido homenaje a esos cubanos abnegados, que nunca pudieran hospedarse en hoteles, que jamás viajaron al extranjero, que vivieron o viven agobiados por las penurias; y que demandan con su silencio triste, el respeto y la consideración que merecen. Sirvan también estas líneas, como desagravio, por el olvido, las humillaciones, la discriminación y los sufrimientos que han recibido y reciben, de los que dominan el país desde hace diez lustros.

La ruptura familiar por ausencia de alguno de sus miembros, afecta a un número no conocido, pero muy elevado de hogares cubanos. Más de dos millones de compatriotas se encuentran dispersos por todas las latitudes del planeta. Hasta los ciudadanos de este país que siempre se identificaron con el gobierno, han visto partir a sus  hijos y nietos, los que a diferencia de sus progenitores, se han negado a vivir dominados por un sistema que nunca aceptarán. Y somos precisamente los ancianos, los más lacerados por la lejanía de nuestros seres queridos. Muchos incluso hemos quedado solos en Cuba, y hemos ido perdiendo trozos de vida, porque  padecemos de soledad, calificada por prestigiosos pensadores y escritores, como “la peor dolencia”, y como “el único y solo sufrimiento”.   

Uno de los más acuciantes problemas que enfrenta la frustrada población de la isla, reconocido también por el gobierno, es el relacionado con las viviendas. Ante la imposibilidad de lograr hogares propios, las familias que van surgiendo, permanecen en las casas de sus ascendientes. Varias generaciones conviven  hacinadas en un mismo domicilio,  lo que afecta especialmente a los ancianos, pues habitualmente comparten sus habitaciones con personas más jóvenes, las que invaden su intimidad, y perturban su descanso. Bástenos caminar por esta bella y deteriorada capital, para constatar además, como la existencia de miles de mis coetáneos se consume en solares insalubres y paupérrimos, y en sórdidas zonas marginales periféricas. Bástenos recorrer los campos, para comprobar como miles de personas, incluidos los ancianos, malviven en chozas miserables.

Cuba cuenta innegablemente con servicios médicos que llegan gratuitamente a todas las regiones del país. El sistema de salud cubano fue excelente en los años 70 y 80. Sin embargo, el agotamiento psicológico, la opresión existencial, y la patología social, propios de regímenes totalitarios; así como la más reciente formación masiva del personal sanitario, en detrimento de la calidad, son factores determinantes en el deterioro progresivo de estos imprescindibles servicios. Además, los especialistas dedicados a tan nobles labores, son insuficientes en no pocas áreas, porque el gobierno de esta islita pequeña y pobre, se encarga de resolver los problemas de salud de medio mundo, a expensas del sacrificio de los profesionales del sector, y con afectación de la atención que deben recibir los pacientes nacionales. Los ancianos enfermos tienen como única opción en su Patria, las instituciones médicas muchas veces maltrechas, desabastecidas y sucias. Por lo general, los hacen esperar durante períodos prolongados de tiempo, antes de ser atendidos. El acceso a tratamientos estomatológicos, a lentes adecuados, a sillones de ruedas, andadores, muletas y bastones, les resulta sumamente difícil o totalmente imposible. Y existe la posibilidad de que en algunos centros de salud se les discrimine, y se priorice a los nuevos ricos, malsano estamento social, que ha contribuido a crear un sistema de salud privado clandestino en el país, ajeno al gobierno, al que me referiré en un próximo artículo.

Respeto y admiro la solidaridad entre los pueblos. Fui partícipe de esta solidaridad, no teóricamente y desde una oficina climatizada,  sino directamente, brindando mi modesto aporte profesional. Creo que la solidaridad es valiosa e impostergable, cuando alguna nación hermana sufre catástrofes naturales, epidemias, guerras o desastres de cualquier tipo. Pero pregunto: ¿Por qué los gobernantes de los países beneficiarios de la colaboración cubana, de aquellos países no afectados actualmente por eventualidades catastróficas, no cumplen el ineludible deber contraído con sus pueblos, de crear servicios médicos decorosos en sus respectivos países? ¿Por qué si esos países cuentan con importantes riquezas naturales; y sus gobernantes incluso poseen fortunas personales, se descarga sobre los agobiados hombros del pueblo cubano, las responsabilidades que indiscutiblemente corresponden a esos gobernantes?  Tal vez si los poderosos de otras naciones, no transfirieran sus deberes a este agotado pueblo, los ancianos cubanos recibirían un poco más de lo que requieren y merecen.

La economía de las personas de la tercera edad, depende en Cuba de ínfimas pensiones, insuficientes para sus necesidades básicas. Un porcentaje no bien definido, recibe ayuda económica modesta, de familiares y amigos residentes en el extranjero. Pero en general, los ancianos viven aquí en condiciones muy precarias; y contando cada día, ansiosos y hasta desesperados, sus escasos recursos monetarios. Visten con humildad extrema. Intentan la irrealizable heroicidad de tratar de alimentarse con lo que adquieren a través de la libreta de racionamiento. Gracias a Dios, la Iglesia Católica, ejerciendo la verdadera caridad, la caridad silenciosa y no pregonada, alivia el calvario de  muchos cubanos de mi generación y de la anterior, pues ha creado comedores anexos a los templos, donde se brindan desayunos, almuerzos y meriendas, a los viejitos más pobres y desvalidos. Estos también reciben medicamentos, vestuario, y otras ayudas. Así transcurren, monótonamente y sin estímulos, los aciagos días de los ancianos de mi Patria. Ellos, desprovistos de patrimonios económicos propios, se sienten cada vez más impotentes e indefensos frente a tantas inequidades sociales, porque además, no pueden dar a sus nietos, nada de lo que ostentan los niños de los nuevos ricos. Y muchos nos preguntamos: ¿Es esta la tan aclamada justicia social? ¿Es ésta la justicia social que antaño nos prometieron, y en pos de la cual tanto nos  sacrificamos?

Mis compatriotas de edad avanzada no descansan. Casi todos desarrollan múltiples tareas en función de sus familias. Ellos se ocupan, entre otras cosas, de las compras del hogar. Un número creciente, recurriendo a contratos con el gobierno, se han reincorporado a sus trabajos habituales o a otros; y obtienen así una remuneración adicional. Pero el martirio a plazos de estas personas, el ingente esfuerzo que no pocos realizan en pos de su supervivencia y de la de sus seres queridos, se hace tangible cuando recorremos las calles. Para vergüenza nacional, los vemos a cada paso, en cada cuadra, exhaustos, con el dolor reflejado en  sus rostros, pero sin menoscabo de su dignidad, enfrascados en diferentes labores, para conseguir un poco de dinero:

--Venden cualquier cosa: algunos de los productos que el gobierno asigna como “cuota”, dulces y caramelos elaborados en las casas, maní tostado, ropas y zapatos usados, cigarros a granel, etc.

--Registran los contenedores de basura, en busca de objetos que posteriormente venden a empresas que los utilizan como materias  primas.

-- Realizan funciones de empleadas domésticas, jardineros, mensajeros, y otras, en las viviendas de los nuevos ricos, y de algunos extranjeros.

--Piden discretamente limosnas en determinados lugares de la ciudad, que consideran adecuados para sus objetivos.

Los cubanos de la tercera edad se desplazan caminando, o mediante el insuficiente e ineficiente transporte público. Se les ve cada día, inmersos en los habituales tumultos, cuando intentan abordar los ómnibus con gran dificultad. Ya en el interior de esos vehículos, se hacen trágicamente patentes el egoísmo y la deshumanización de ciertos abyectos personajes, los que permanecen cómodamente sentados, mientras los vilipendiados ancianitos, de pie en medio de los abarrotados ómnibus, luchan por mantener el equilibrio. Allí no sólo escuchan obscenidades, sino que están expuestos a atropellos, faltas de respeto, malos olores,  e insultos.

Las iglesias de mi país se llenan de ancianos. Acuden a ellas, los que se mantuvieron fieles a su Fe, los que la abandonaron y luego retornaron; y los que durante muchos años se negaron a creer. Todos buscan en la casa de Dios, el alivio a sus desventuras, y el camino que posibilite el renacer de sus fenecidas esperanzas.

Los hombres y mujeres de más de 60 años, no disfrutan de la recreación y el esparcimiento necesarios y propios de su edad, porque estas cuestiones no interesan a los que han diseñado las vidas de los cubanos, desde hace medio siglo. La alegría en Cuba se establece por decreto. El gobierno lo decide y lo dispone todo al respecto: cuándo, cómo, por qué y dónde, el pueblo debe reír y festejar. Los ancianos en su mayoría, no cuentan con  recursos para asistir a los diferentes espectáculos, pues las entradas son costosas y difíciles de obtener. Carecen obviamente de dinero para costear las variadas modalidades de turismo nacional, las que hasta hace muy poco tiempo, estuvieron prohibidas a la población del país. Son penosas y muy lamentables, las grotescas imágenes que muestran algunas ancianas, cuando al concurrir a festines convocados y promovidos por el régimen, tratan de demostrar su alegría y su gratitud al gobierno, mediante risas exageradas, vistiendo impropios atuendos, y parodiando gestos y bailes juveniles. El entretenimiento fundamental de los mayores, consiste en escuchar las emisoras de radio, cuyas programaciones están saturadas de propaganda política. Otra opción recreativa de los ancianitos, es el  desarrollo de competencias de dominó, en los portales de sus viviendas. El consumo de bebidas alcohólicas alcanza niveles alarmantemente crecientes en la ciudadanía; y compromete también a los de la tercera edad. Mis coetáneos y los de la generación anterior, se quejan de algunos programas televisivos, por la desvergüenza y la irreverencia conque se incita al libertinaje, y se tratan explícitamente, temas absolutamente íntimos; además, por la vulgaridad de los bailes y gestos de gran parte de los grupos musicales.

Las autoridades de varias instituciones, han organizado prácticas de ejercicios físicos, con el objetivo de mejorar la calidad de vida, y como método de esparcimiento de la tercera edad. He observado con preocupación, en los parques donde estas actividades se efectúan, que las mismas están dirigidas por integrantes del grupo, seleccionados como monitores. Por las deficiencias que he constatado, pienso que estos ancianos carecen de la preparación requerida para la misión que les han encomendado. Y pregunto: ¿por qué si el país envía tantos instructores profesionales a todas partes del orbe, no sitúan personal especializado, al frente de tan valiosas e importantes prácticas?

Las más antiguas generaciones de cubanos, cargan desde hace años, un pesado fardo. Y es que aunque sienten, consciente o inconscientemente, que fueron engañados por el proceso en que confiaron, se han incorporado a las nutridas huestes de simuladores; y adoptando las tan habituales máscaras políticas, fingen admiración y amor por ese proceso que internamente rechazan. Pero a esos viejos dolores, se ha unido el supremo horror de ver a algunos de sus descendientes reprimidos, perseguidos, humillados, calumniados y encarcelados, únicamente por la intransigencia, la intolerancia y el fundamentalismo político-ideológico de un gobierno, que impone rígidamente sus normas y conceptos; y que no permite, ni las lógicas diferencias, ni el normal pluralismo, ni las discrepancias pacíficas.

Las turbulencias políticas, los cambios abruptos, los sucesivos conflictos, los discursos, las consignas, las movilizaciones de todo tipo, y los acuartelamientos, que dominaron el ámbito nacional en 1959, no fueron totalmente comprendidos por los que entonces éramos adolescentes y jóvenes. Pero sí teníamos una firme y clara convicción: luchábamos por una Patria más limpia, más sana, más pura, donde se formaría y crecería el hombre nuevo. Hoy, ya ancianos, vemos con angustia, como sobre nuestros sueños convertidos en escombros, se levanta una sociedad contaminada por la corrupción, el alcoholismo, el consumo de drogas y fármacos afines, la avidez por lo extranjero, la prostitución, los crecientes índices delictivos; y hasta el egoísmo y el individualismo, a pesar de la innata generosidad del pueblo cubano. Mi generación y la anterior, sufrimos en el ocaso de nuestras vidas, “el síndrome de la desesperanza adquirida”. Porque nada es más letal para las esperanzas de un anciano, que comprobar que sus más preciados sueños de juventud, han sido traicionados, estafados, pulverizados. Hemos muerto a pedazos, conforme fuimos renunciando a ilusiones y postergando esperanzas. Y es que la Patria equitativa, justa, limpia, por la que creíamos luchar, devino en la menesterosidad de los cubanos más valiosos, dignos y sacrificados, y en la opulencia de la más indigna escoria social. Y es que la nación de excelencia por la que creíamos luchar, devino en esta debacle política, económica y social, donde se cercenan libertades y derechos inalienables. Y concluyo preguntando: ¿De qué valen tantos sacrificios, tantos discursos, tantas consignas estériles, tantos años de renuncias, tantas portentosas y aplaudidas estadísticas; de que sirven esta ideología y su sistema político, si los ancianos no tenemos paz, si los ancianos no tenemos  reposo, si los ancianos no tenemos lo que merecemos, si los ancianos no somos felices?

http://www.cadal.org/articulos/nota.asp?id_nota=2717



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