El chiste del humorista cubano que ameniza la velada en un afamado hotel cuatro estrellas de La Habana no tiene ni pizca de gracia: «¿Sabéis por qué Yanisleidi se ha quedado embarazada?». Silencio. «Para tener algo en el estómago». El público enmudece. Ni pizca.
La crisis económica se ha ensañado definitivamente con los cubanos. El estado catatónico de la economía familiar y estatal -no hay excusa de embargos que valga- y el clamor soterrado de la población han llevado incluso al régimen a reconocer las «deficiencias» y «desabastecimiento» en los Mercados Agropecuarios Estatales, tal y como apareció publicado en el diario oficialista «Granma» hace escasos días.
Tipos de «luchadores»
Raúl es uno de esos luchadores -dicen que es la lucha y no la pelota, como llaman al béisbol en Cuba, el deporte nacional de la isla- que todas las mañanas trata de autoabastecerse en aguas del Malecón. Máscara, aletas y arpón en mano todos los días bucea en sus aguas para llevarse algún pez a la bolsa. «Para la familia y si sobra alguno, los vendo», explica.
Hay otros «luchadores» tipo: la jinetera o el jinetero (subsiste a base de codearse con turistas), el propietario de un pequeño negocio como un restaurante privado o alojamiento particular (los impuestos del Estado y la severidad burocrática les convierten en héroes) y el trabajador a cuenta del estado (un médico gana unos 20 euros al mes, un camarero sobre los diez).
Con este cuadro -excluido queda el miembro del aparato oficial- es difícil encontrar un escenario que no sea el del día a día en el angosto recetario económico de una Cuba que asiste, lánguidamente, al declinar de los Castro. «Aquí todo es así. La felicidad consiste en encontrar algo que llevarse a la cocina para la comida», nos relata una mujer en uno de los mercados del barrio chino de La Habana, en la calle Zanja.
El diario «Granma» incluso ha ido más lejos llegando a criticar las cartillas de racionamiento que proporcionan escasas porciones de arroz, mantequilla o leche en polvo, entre otros productos. «La ración mensual no da para apenas seis días», explica el propietario de un pequeño negocio particular.
«La libreta de abastecimiento fue una necesidad en un momento determinado, con sus actuales atributos se convierte en una impedimenta dentro del conjunto de decisiones que la nación tendrá que asumir», reconoce el propio director del diario oficialista, el diputado Lázaro Barredo, en un artículo crítico con el «igualitarismo»: «Hay que estimular el trabajo para obtener beneficios salariales a partir de los resultados».
Las colas ante la llegada de algunos productos se multiplican y en el país hay un fantasma que recorre el estado de ánimo: «Hemos vuelto a principio de los 90, cuando cayó el campo socialista». Comenta un guía «no oficial» de la Ciudad Vieja aludiendo al periodo especial que afrontó Fidel Castro y por el cual el PIB se contrajo más del 35 por ciento en los primeros tres años de la década.
La situación macroeconómica del Gobierno nunca fue boyante. Ahora es aún peor ya que la ayuda venezolana nada tiene que ver con la soviética. Para reducir las importaciones ante la falta de liquidez, el Gobierno cubano se ha visto obligado a reabrir fábricas que hasta ayer llevaban décadas cerradas, la mayoría equipadas con obsoletos armatostes soviéticos. La isla tampoco acaba de recuperarse de los tres huracanes que causaron graves pérdidas el pasado año.
Salario ficticio
Hay algo en lo que hasta los castristas están de acuerdo -salvo los del Gobierno, que todavía no acometen las medidas oportunas-: ¿Cómo puede un salario medio rondar los 12 CUC (Peso Convertible Cubano), unos 9 euros al mes, cuando productos de necesidad media alcanzan precios europeos? Ese es un salario ficticio en una doble economía que margina a aquel que no tiene acceso a los «CUC» del turista o las remesas del exterior. Además del CUC existe una segunda moneda llamada Nacional cuyo valor es 24 veces menor al CUC.
Por eso no es de extrañar que la nueva consigna en la Cuba de Raúl Castro sea la del «Ahorro o muerte». Necesidad y crisis económica obligan. Un lema que tampoco tiene ni pizca de gracia.