El Representante Sam Farr y una inevitable cena en La Habana
Un
Representante demócrata a la Cámara por el distrito 17 de California
acaba de acuñar una frase afortunada para ilustrar lo irracional y
absurdo de la política de bloqueo y confrontación que durante casi
medio siglo han aplicado más de diez administraciones de su país con
respecto a Cuba. “Si Usted es una papa -sentenció Sam Farr el pasado
mes de septiembre-, no tendrá dificultades para llegar a Cuba. Si Usted
es un ciudadano estadounidense, no podrá viajar, y ese es nuestro
problema”.
Sin dudas que este hombre nacido un 4 de julio de 1941,
casualmente el Día de la Independencia de la nación a la que sirve como
legislador, posee un agudo sentido del humor, pero el tema de las
restricciones de viajes va más allá de una frase caústica y simpática:
pasa por el corazón de los sacrosantos derechos ciudadanos de un país
celoso de su Constitución y del libre albedrío, sin el cual no se
concibe la sociedad estadounidense.
Lo que se ha impedido durante
todos estos años, bajo los argumentos más peregrinos, inicialmente
respaldados por la atmósfera de la Guerra Fría, y desde hace años, sin
respaldo alguno, es el libre intercambio entre naciones y pueblos
vecinos, atados irremisiblemente por la adyacencia, el comercio, las
emigraciones, la cultura y la historia. Las barreras han sido de
carácter político, medidas de fuerza para intentar influir en las
decisiones soberanas del pueblo cubano con respecto a su destino. Y
como todo lo que se opone al flujo natural de la vida, el bloqueo ha
terminado siendo sobrepasado por esta. De ahí que la frase de Farr, y
sobre todo su proyecto de ley ante la Cámara, titulado Freedom to
Travel to Cuba Act sean un esfuerzo patriótico y una manifestación del
más elemental sentido común para evitar que solo las papas tengan
permitido hacer lo que se sigue prohibiendo a las personas que las
cultivan, y que el ansiado reencuentro de representantes de estos dos
pueblos tenga lugar solo en la mesa y a la hora de la cena.
Sam
Farr no es un político improvisado, ni un visionario trasnochado. Es
uno de los Representantes que mejor conoce América Latina, no solo
porque habla fluidamente la lengua de los pueblos de la región, sino
porque, tras graduarse en el Monterrey Institute of International
Studies, formó parte de los Cuerpos de Paz en Colombia, por dos años.
Hijo del Senador Fred Farr sabe bien las entretelas de la relación de
su país y de su estado con la emigración latinoamericana, y su record
de votaciones, desde 1993, cuando sustituyó como Representante a la
Cámara a León Panetta, es el de un realista, con los pies bien
afincados en la tierra y en los principios en los que cree. Su
prestigio es tal que ya ha logrado el apoyo de 181 congresistas para su
iniciativa cubana. De obtener los 37 votos restantes que le faltarían
para su eventual aprobación, lo que espera ocurra antes de fin de año,
sumaría una victoria histórica a su record personal, ya de por sí
impresionante.
Cuenta para ello con el respaldo de la National
Tour Association, de la United States Tours Operators Association, y de
la Washington Office on Latin America. Lisa Simon, Presidenta de la
primera de estas asociaciones, ha declarado que de aprobarse la
autorización de los viajes a Cuba, más de un millón de estadounidenses
la visitarían anualmente. Y esas no son cifras nada depreciables para
las industrias del turismo y el transporte aéreo o marítimo,
especialmente golpeadas por la crisis global.
Sam Farr sabe lo
que dice y lo que hace, de eso no hay dudas. Su camino de Damasco con
respecto a Cuba no ha estado libre de altas y bajas, reflejando como
pocos legisladores de su país, las altas y bajas de las relaciones
bilaterales. Si en el 2000 había votado a favor de una iniciativa que
levantaba las restricciones a los viajes, al año siguiente votó por
otra condicionando la aprobación a la liberación de los llamados
prisioneros políticos cubanos. Pero en los 8 años transcurridos desde
entonces, que coinciden con la nefasta administración de George W.
Bush, Farr tuvo ocasión de palpar lo injustificado de una medida que
impedía, según sus propias palabras… “liberar al gobierno de ser rehén
de una política fallida aplicada en los últimos cincuenta años”, para
lo cual era necesario… “iniciar un cambio completo de nuestras
relaciones con Cuba, restableciendo vínculos responsables”. Y
precisamente, esa oportunidad que no se puede perder, es la que Sam
Farr ha vislumbrado bajo la presidencia de Barack Obama, y para hacerla
realidad es que lucha.
Tampoco los neoconservadores implacables,
ni la extrema derecha cubana de Miami la tendrá fácil para tildar a
esta importante iniciativa como producto de la ingenuidad o el
entusiasmo irresponsable de quien no aquilata los peligros potenciales
que podría acarrear la extensión a los estadounidenses del derecho de
viajar a la isla, que solo disfrutan hoy los tubérculos.
Sam Farr no solo es Copresidente del Congresional Travel and Tourism Caucus,
sino también miembro por años de tres Subcomités, dos de los cuales le
otorgan autoridad suficiente para legislar en este tema, sin temor a
una pifia: el de Agricultura y el de Homeland Security. Es precisamente
por ello que su iniciativa ha sido escuchada con todo respeto y
recibido un apoyo arrollador, y que en su carta al Presidente Obama de
febrero del presente año, incluyese, entre los diez pasos
impostergables para normalizar las relaciones con Cuba, aparte del
levantamiento de toda restricción a los viajes, y el permiso para que
los buques mercantes de ambos países puedan facilitar el comercio
directo entre sus puertos, la necesidad de eliminar a la isla de las
listas de estados que patrocina el terrorismo o se oponen a los
esfuerzos antiterroristas.
Muy conocido como defensor del medio
ambiente, los océanos, la excelencia educativa, los derechos de los
veteranos, el desarrollo económico sostenible, y también por su férrea
oposición a la guerra en Iraq, al Acta Patriótica, a los Tratados de
Libre Comercio leoninos con Centroamérica; firmante de una iniciativa
legislativa para someter a Dick Cheney a un juicio de impugnación por
haberle mentido a la nación sobre los supuestos vínculos del gobierno
de Iraq con Al Quaeda, y su hipotética producción de armas de
exterminio en masa, Sam Farr encarna hoy la coherencia y una
oportunidad única en el panorama político de su país: la de poner fin,
honorablemente, a una situación injustificada y contraria al espíritu
de la nación, a sus valores y libertades fundamentales, al
aprovechamiento de oportunidades de negocios, al as leyes
internacionales, y al derecho de su vecino a la soberanía y la libre
determinación.
Como todo cubano, que desea que podamos un día
viajar sin restricciones en ambas direcciones, y que las dos naciones
se enfrenten sólo en el terreno de pelota, espero que tengamos la
oportunidad no lejana de recibir en Cuba a un turista llamado Sam Farr,
y a su familia. De ocurrir, nada mejor que, sentarnos en paz a la
misma mesa y celebrar juntos, disfrutando de una buena cena, en la que
no faltará, por supuesto, el congrí y la yuca con mojo, y también una
buena fuente de papas fritas de California.
Elíades Acosta Matos, filósofo, doctor en ciencias políticas, escritor, es miembro del equipo de Progreso Semanal/Weekly
Fuente: http://progreso-semanal.com/4/index.php?option=com_content&view=article&id=1497:el-rep-sam-farr-y-una-inevitable-cena-en-la-habana&catid=2:ultima-edicion&Itemid=7