miércoles 21 de octubre de 2009
REDACCION ROSARIO
Tres nuevos testimonios se presentaron el martes en otra de las audiencias por el juicio Guerrieri-Amelong que se lleva adelante en el Tribunal Oral Federal N°1 de Rosario, en el que se juzga a cinco represores de la última dictadura militar. Primero declaró la docente de la UNR, Laura Ferrer, ex detenida del Servicio de Informaciones. Luego fue el turno de Héctor Valenzuela, hermano de Tulio y cuñado de Raquel Negro -dos detenidos de la Quinta de Funes-. El último turno fue para el ex policía Adolfo Salman, quien señaló la aceitada articulación que hubo entre el Ejército y la Policía provincial durante el terrorismo de estado: “Se hacían reuniones en el Comando donde Galtieri daba las órdenes sobre como hacer tareas de inteligencia".
Laura Ferrer Varela es ingeniera civil y docente de la universidad pública. Fue detenida en agosto de 1977 y llevada al centro clandestino de detención y torturas que funcionó en el ex Servicio de Informaciones de la Policía de Rosario, que conducía el temible Comandante de Gendarmería Agustín Feced.
Ferrer, que también hizo un pormenorizado relato de aquel siniestro centro de detención -y que será motivo de un próximo juicio contra los represores de la dictadura en Rosario-, fue llamada a testimoniar para ampliar datos sobre la suerte sufrida por Marta María Forestello, por la cual también declaró este lunes pasado, María Adela Panello, su madre.
En relación a Marta María Forestello, Laura Ferrer recordó que una noche, durante su secuestro, entre el15 y 20 de agosto, “llegó mucha gente Servicio de Informaciones. Un día bajaron a 4 nenes envueltos en frazadas. La hija de Cristina Bernal y otros sobrinos; Andrés el hijo de la Corcho (Graciela Porta); y bajan a una nenita que está un día, que lloraba mucho, Victoria -la hija de Marta María Forestello y Miguel Tosetti-”.
Ferrer también contó que en otro momento Graciela Porta -otra de las que estaba en el Servicio de Informaciones- y dijo que “la Lala esta arriba”. Lala era el apodo de Marta María Forestello. “No sé cuánto estuvo ahí, se llevaron a la nena a la que la recuperó la abuela”, agregó Ferrer.
Después fue el turno de Héctor Valenzuela, hermano del militante montonero Tulio “Tucho” Valenzuela, quien fuera secuestrado el 2 de enero de 1978 en Mar del Plata junto a su mujer Raquel Negro -que estaba embarazada de mellizos-; los dos estuvieron detenidos-desaparecidos en la Quinta de Funes.
Héctor Valenzuela contó que durante la dictadura se veían esporádicamente con su hermano, que sí se escribía una vez por mes con su madre. Héctor refirió que una vez, por intermedio de una carta, Tulio les comentó que se “había juntado con una chica, que ya tenía un hijo, y que estaba embarazada”. La chica era Raquel Negro y su hijo Sebastián, quien también fue detenido junto a Tulio y su madre en Mar del Plata, y posteriormente dejado “en libertad”. El nene tenía un año y medio, hoy es uno de los querellantes de la causa y militante de la agrupación H.I.J.O.S.
Héctor describió al tribunal cómo se anotició de la desaparición de Tulio: “En el año '79 me enteré por un amigo periodista acreditado en el Ministerio del Interior, Eduardo Pavese, que averiguó que estaban traduciendo un diario en de Francia donde se relataba el secuestro y prisión de mi hermano y Raquel Negro, ocurrido en enero del '78”, y continuó: “Mi amigo tomó nota a escondidas, así me entero que mi hermano fue capturado junto a su mujer y el nene Sebastián, y que fueron llevados a la Quinta de Funes”.
Héctor indicó también cómo la familia fue reconstruyendo, por dichos periodísticos y luego por el libro de Miguel Bonasso, el destino sufrido por su hermano. Así se enteró que Tulio había fingido un “acuerdo ante el General Leopoldo Galtieri para viajar a México” y entregar a la conducción de la organización Montoneros, radicada en ese país. Con el paso del tiempo, Héctor también pudo conocer que la decisión de engañar a Galtieri, sabiendo que quedaba como rehén en la Quinta de Funes su mujer embarazada, había sido consensuada con la propia Raquel, quien “lo insitó a que no cumpla con lo “planeado” con Galtieri”.
El testigo rememoró el calvario vivido por su madre y la familia luego de la noticia del secuestro de Tulio y su compañera, la cantidad de presentaciones judiciales realizadas ante todos los tribunales posibles y la búsqueda de los mellizos que estaba a punto de dar a luz Raquel.
“Un día suena el teléfono, y me dicen: «Héctor apareció tu sobrina», el llamado era de parte de Estela Carlotto de Abuelas. Unos días después otro llamado me dice: «Tío yo soy Sabrina voy a ir a San Juan». Y vino a San Juan a vernos” señaló al tribunal Héctor.
“Fue muy difícil ocultar el vacío que dejo mi hermano, lo hemos sobrellevado con mucho dolor. La aparición de Sabrina moderó un poco la ansiedad que tuvimos tantos años”, concluyó Valenzuela.
Un testigo policía
Finalmente la serie de testimonios de este martes terminó con la declaración del ex policía de la provincia de Santa Fe Adolfo Salman, quien revistó en la fuerza de el año 1969 hasta marzo del '77, y que actualmente reside en la ciudad de Las Rosas donde tiene una bicicletería.
La declaración de Salman sirvió para establecer lar estrecha articulación que hubo durante el terrorismo de estado en la región, entre el ejército y la policía. En ese sentido el ex agente relató: “Yo desempeñaba tareas en Las Rosas. El comisario Saichut (ya fallecido) era el encargado de esa zona. Nosotros, dependíamos del ejército. El Mayor Morales era el que daba las órdenes, pedía información de la gente. Se investigaba lo que ellos pedían, se hacían tareas de inteligencia, se debía traer información de toda la familia de la gente, de cómo se movía. El Batallón 121 daba las órdenes. En el 73 empecé a trabajar en el servicio”.
Salman confesó que “se hacían reuniones en el Comando, de asesoramiento para los policías, donde Galtieri daba las órdenes, sobre como hacer tareas de inteligencia. Nos daban cátedra, nos lavaban el cerebro también”.
Con la intención de mostrar la conexión entre ejército y policía, el ex agente rubricó documentación que ya había presentado ante la Conadep en los primeros años de la vuelta de la democracia. Salman contó además que sus actitudes le valieron un concejo de guerra y varios años de detención.
Al final de la audiencia el tribunal anunció que este miércoles se tomarían otros tres testimonios: el de Sabrina Gulino -la hija recientemente ubicada de Tulio Valenzuela y Raquel Negro-; el de Sebastián Álvares, hermano de Sabrina e hijo de Raquel; y el de Pablo del Rosso, otro hijo de desaparecidos de la Quinta de Funes.
El testimonio de una Madre
María Adela Panello de Forestello tiene ochenta y seis años y es madre de Marta María, una de las militantes de la organización Montoneros desaparecidas de la Quinta de Funes –secuestrada el 19 agosto de 1977–. Este lunes declaró en el juicio contra cinco represores imputados de comandar aquel centro clandestino de detención. Forestello, quien declaró con el tradicional pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo, dio un conmovedor testimonio que arrancó la ovación del público de la sala de audiencias del TOF1 de Rosario.
“Fueron varias veces a mi casa a buscar a mi hija –comenzó su declaración Forestello–. La primera vez vinieron a la una de la madrugada entraron al piso vestidos con jean y camperas, a cara descubierta revisaron toda la casa, dijeron que eran una fuerza conjunta: policía, militares y prefectura. La segunda vez nos pusieron a mi marido e hija mayor contra el balcón, revisaron la casa disfrazados con bigotes, sombreros, lentes ahumados y robaron todo lo que pudieron, incluso dinero”.
María Adela contó que “aconsejados por amigos decidimos irnos a Europa” y recordó que su hija menor, Marta María, no quiso irse. “Yo no tengo por qué, si no he hecho nada”, había dicho su hija actualmente desaparecida, que en ese momento tenía una nena recién nacida.
“Fuimos a España –siguió el relato de la señora de Forestello–. Sabíamos todo lo que pasaba en Argentina por los diarios y por la correspondencia con amigos y con mi hija. Uno de esos días marido tuvo un infarto masivo, y falleció a los dos días. Entonces decidí volverme, incineré a los restos de mi marido y volvimos con mi hija mayor”.
Al poco tiempo de regresar a Rosario la señora de Forestello se enteró, por intermedio de un sobrino –que a su vez fue avisado por Miguel Tosetti, el marido Marta María–, que su hija Marta María había sido secuestrada junto a su bebé.
María Adela declaró que uno de esos días se encontró con su yerno Miguel Tosetti –dirigente Montonero, también desaparecido de la Quinta de Funes–, y éste le contó que él había podido ver cómo se llevaban a su hija y esposa, y que eligió no hacer nada para no poner en riesgo la vida de la nena. “Ese día me dio una foto más reciente y me encargó me ocupara de Victoria”, recordó la señora de Forestello. De la suerte de Miguel, se sabe que fue visto posteriormente en la Quinta de Funes, y que sufrió el derrotero de todos los otros detenidos-desaparecidos de aquel campo de concentración.
¿Dónde está Victoria?
Forestello rememoró cómo recorrió cielo y tierra para encontrar a su nieta: “Busque a la nena por todos lados; hogares de huérfanos, madres solteras, y no la encontraba. Se me ocurrió ir al Juzgado de Menores, ya había presentado Hábeas Corpus provincial y federal, escrito al Ministro del Interior.”
Finalmente ubicó a Victoria en la policía Mujeres. “Me atendió la comisaria Leyla Perazzo, sacó el expediente donde estaba la foto de Victoria al mes de nacer, con su papá. Me dijo que no me la podía dar sin orden del juez, que volviera a los Tribunales que me iban a dar la orden, y así fue. Me la dieron en estado calamitoso, la llevé al médico ese día. Tenía pañales sucios de varios días atrás, estaba con sarna y piojos”, detalló la anciana, quien se quebró varias veces durante su relato.
María Adela señaló también que “cuando allanaron a los pocos días las casa donde vivían ellos –su hija y Tosetti–, ubicada en RUEDA al 5000 –donde ya no estaban–, se llevaron todo lo que había, incluso el boleto de compra de la casa que se había sido pagado totalmente, pero no se había hecho la escritura –Tosetti era escribano–. En esa casa dejaron viviendo a un policía de apellido Ojeda”.
Una visita desde el infierno
La madre de Marta María contó un extraño episodio que vivió tiempo después del secuestro de su hija y su yerno. Uno de esos días recibió una llamada de su yerno y le dijo que “que quería ver la nena”. Luego mandó una carta indicandolé donde se encontrarían. “Llegué ahí con mi mamá y la nena –indicó al tribunal la anciana–, y apareció él, no sé de donde, paseó con la nena, le había llevado una muñeca y un crucifijo, que le dijo lo había traído de Brasil”. La señora de Forestello contó que le preguntó por Marta María. “No te preocupes que está bien”, dijo la testigo que le respondió su yerno. “Y así como vino, desapareció”, expresó María Adela, quien desde esa oportunidad no tuvo más datos de los padres de Victoria, para quien tuvo que “hacer de madre, y abuela”, tal cual explicó. “Nunca pude hacer el duelo, porque tenía que criarla, educarle, enseñarle lo que no pudo la madre”, concluyó la señora de Forestello.
Al final del testimonio de María Adela, el público, que había seguido la estremecedora declaración sin chistar, como en todas las audiencias, irrumpió con aplausos y el tradicional cántico “Madres de la plaza el pueblo las abraza”. La ovación conmovió a la testigo y a muchos de los presentes, que parecieron sacar toda la angustia y emoción acumulada tras quince audiencias durante las que se había guardado el silencio estampa impuesto por el tribunal.
Otros testimonios de la jornada
El primero en declarar en la audiencia del lunes fue el periodista Reynaldo Sietecase, quien fue llamado a ratificar su entrevista mantenida en 1992 con el imputado Eduardo Costanzo. Sietecase se refirió a aquella nota publicada en su momento y no aportó otros datos relevantes.
“Ana María siempre fue solidaria”
El último de los testigos en declarar en la audiencia del lunes por el Juicio Guerrieri-Amelong fue Jorge Raúl Gurmendi, hermano de la militante montonera Ana María Gurmendi. A continuación se reproducen fragmentos de su testimonio cargado de sentimientos y admiración por su hermana.
“En 1977 desapareció mi hermana por hechos públicamente y lamentablemente conocidos en Argentina. Ana María desapareció por un grupo violento armado que irrumpió donde vivía con su pareja Oscar Capella –también desaparecido de la Quinta de Funes–.”
“Estudió en el colegio Superior de Comercio, un aula lleva su nombre. Cursó estadística y matemática, trabajo en alguna industria privada y para la municipalidad de Rosario. Trabajó con gente carenciada en servicios de salud y educación. Militó en la Juventud Peronista, desconozco si estaba o no afiliada”.
“En la familia nos enteramos ese día, ellos no tenían teléfono, y un vecino nos buscó y nos llama. Los vecinos tenían en alta estima a la pareja, y hay consternación por lo sucedido esa noche del 15 de agosto.”
“Con mi padre concurrimos la casa el día siguiente. Había un conscripto en la terraza, y eso nos confirmó el hecho. Para informarnos debíamos concurrir al Comando del Ejército, nos sentimos aliviados mi padre y yo porque creíamos que se había oficializado, pero se esa ilusión se hizo añicos cuando nos enteramos de la versión de que “confirmaron el procedimiento, pero los ocupantes de la casa se habían escapado”. Recuerdo el estupor de mi padre y mi desesperación.”
“En los días siguientes, vecinos que observaron el procedimiento, contaron que fueron intimados a que entraran a sus casas, nos contaron cómo habían visto que sacaban a mi hermana soportada de pies y manos y la subieron a un auto”.
“Realizamos un derrotero desesperado tratando tener alguna información, averiguar donde había estado, anduvimos por varias instituciones. Presentamos habeas corpus”.
“Los meses que sucedieron fueron terribles, teníamos indicio de cómo era la metodología, por palabras mi hermana. Dos semanas antes, ella nos relató, a mí y quien era mi novia, un procedimiento en Casilda donde habían capturado a gente y formalmente habían negado esa captura. Creo que Ana María estaba muy asustada, que no imaginaba que podía sucederle algo similar”.
“Recuerdo a mis padres desesperados, y hoy puedo comprenderlo cabalmente lo que puede sentir el que se le arranque un hijo de esa forma a alguien”.
“Por esos días, para darles contención, un matrimonio amigo invitó a mis padres un paseo por el sur argentino, gente con buena posición, y sucedió un hecho fortuito el 18 de enero de 1978: a orillas del Lago Argentino, hubo un derrumbe inusual de hielo que los arrastro y terminó con sus vidas”.
“Mi hermana no era una persona violenta, sólo trataba de beneficiar al prójimo, siempre fue más solidaria que yo, lo heredó de mi padre, en casa nunca hubo armas”.
“Es terrible, nada puede cambiarse del pasado, pero desde este lugar creo estoy colaborando como miembro de la sociedad para tener un mundo mejor. Que estemos todos aquí demuestra que en este mundo no se puede tapar el sol con la manos, no hay manera ocultar los delitos de lesa humanidad ocurridos hace más de 30 años”.
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