Cuba se ha quedado, pues, como la última reliquia de un sistema fracasado. Cierto es que quedan aún restos del sistema comunista en China, Corea del Norte y Vietnam, pero su respectiva evolución no tiene nada qué ver con lo que ocurre en Cuba. Para los hermanos Castro, el desarrollo chino es todo un modelo. El problema es que La Habana no es Pekín bajo ninguna perspectiva, especialmente la que combina en China el sistema de partido único y de capitalismo a ultranza.
Para empezar, el pueblo chino tenía mentalidad colectivista desde mucho antes de la entronización del maoísmo. El cubano es en cambio heredero del profundo sentido individual europeo, combinado eso sí con el sentido del disfrute de la vida que otorga la exuberancia caribeña. La disciplina y el stajanovismo laboral chinos son consustanciales a su propia mentalidad y a la herencia de su cultura cinco veces milenaria. Por el contrario, la imaginación y la creatividad cubanas son mucho más ricas, pero obviamente entrañan muchos más riesgos de hacerse preguntas y de disentir del poder establecido. La diferencia práctica entre ambos se plasma en su dispar entusiasmo por aceptar el capitalismo.
Deng Xiaoping bendijo que los chinos se aventuraran a crear todo tipo de empresas, crearan y multiplicaran los puestos de trabajo, obtuvieran los correspondientes beneficios y se enriquecieran. El resultado es que el país cuenta ya con 48 millones de personas (más que toda la población de España) consideradas multimillonarias, es decir que poseen fortunas superiores al millón de dólares. Por el contrario, cuando Castro decidió abrir siquiera un poco la mano y permitir la apertura de pequeños negocios –paladares (pequeños restaurantes) y pensiones, básicamente- ahogó poco después la experiencia por temor a que se creara, a partir de tan escasa simiente, una clase empresarial capaz de demostrar la ineficiencia de la economía estatal planificada.
A diferencia de sus antiguas hermanas, las denominadas repúblicas populares democráticas (sic) europeas, Cuba era y es una isla, lo que facilita enormemente el aislamiento del régimen y del país, pese a encontrarse a escasas millas del gigante estadounidense. Pero, tampoco podrá alargar mucho más su paradisiaca revolución. Por mucho que los Castro y la nomenklatura de su régimen quisieran prolongarlo imitando el ejemplo de China, el país carece de recursos, base productiva y humana siquiera para acometerlo. Le queda, en cambio, que los cubanos puedan realizar una transición relativamente tranquila –las tensiones serán inevitables después de tanto tiempo-, y empezar a conquistar su futuro. Hay tanto por hacer y reconstruir en Cuba que las oportunidades de negocio serán ingentes, para los propios cubanos y para quienes se les asocien. Solo será preciso que les dejen libertad para poder hacerlo en paz.
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