SI NORTEAMÉRICA SE HICIERA COMUNISTA
17 de agosto de 1934
Si Norteamérica se hiciera comunista como consecuencia de
las dificultades y problemas que el orden social capitalista es incapaz de
resolver, descubriría que el comunismo, lejos de ser una intolerable tiranía
burocrática y regimentación de la vida individual, es el modo de alcanzar la
mayor libertad personal y la abundancia compartida.
En la actualidad muchos norteamericanos consideran el
comunismo solamente a la luz de la experiencia de la Unión Soviética. Temen que
el sovietismo en Norteamérica produzca los mismos resultados materiales que les
trajo a los pueblos culturalmente atrasados de la Unión Sovietica.
Temen que el comunismo los meta en un lecho de Procusto, y
señalan el conservadurismo anglosajón como un obstáculo insuperable hasta para
encarar algunas reformas posiblemente deseables. Aducen que Gran Bretana y
Japón intervendrían militarmente contra los soviets norteamericanos. Tiemblan
ante la perspectiva de que los norteamericanos se vean regimentados en sus
hábitos de alimentación y vestido, obligados a subsistir con raciones de
hambre, a leer una estereotipada propaganda oficial en los periódicos, a servir
de simples ejecutores de decisiones tomadas sin su participación activa. O suponen
que tendrían que guardarse para sí sus pensamientos mientras alaban en voz alta
a los líderes soviéticos por temor a la cárcel o al exilio.
Temen la inflación monetaria, la tiranía burocrática y tener
que pasar por un intolerable papeleo “rojo” para obtener lo necesario para
vivir. Temen la estandarización desalmada del arte y la ciencia, así como de
las necesidades cotidianas. Temen ver la espontaneidad política y la supuesta
libertad de prensa destruidas por la dictadura de una monstruosa burocracia. Y
tiemblan ante la idea de tener que aceptar la volubilidad incomprensible de la
dialéctica marxista y una filosofía social disciplinada. Temen, en una palabra,
que la Norteamérica soviética se transforme en la contraparte de lo que les han
dicho que es la Rusia soviética.
En realidad los soviets norteamericanos serán tan distintos
de los rusos como lo son Estados Unidos del presidente Roosevelt* del imperio
ruso del zar Nicolás II. Sin embargo Norteamérica sólo podrá llegar al
comunismo pasando por la revolución, de la misma manera como llegó a la
independencia y la democracia. El temperamento norteamericano es enérgico y
violento, e insistirá en romper una buena cantidad de platos y en tirar al
suelo una buena cantidad de carros de manzanas antes de que el comunismo se
establezca firmemente. Los norteamericanos, antes que especialistas y
estadistas, son entusiastas y deportistas, y sería contrario a la tradición
norteamericana realizar un cambio fundamental sin que se tome partido y se
rompan cabezas.
Sin embargo, el costo relativo de la revolución comunista
norteamericana, por grande que parezca, será insignificante comparado con el de
la Revolución Rusa Bolchevique, debido a vuestra riqueza nacional y población.
Es que la guerra civil revolucionaria no la realiza el puñado de hombres que
está en la cúpula, el cinco o diez por ciento dueño de las nueve décimas partes
de la riqueza norteamericana; este grupito sólo podría reclutar sus ejércitos
contrarrevolucionarios entre los estratos más bajos de la clase media. Aún así,
la revolución podría atraerlos fácilmente demostrándoles que su única
perspectiva de salvación está en el apoyo a los soviets.
Todos los que están por debajo de este grupo ya están
preparados económicamente para el comunismo. La depresión hizo estragos en
vuestra clase obrera y asestó un golpe aplastante a los campesinos, ya
perjudicados por la larga decadencia agrícola de la década de posguerra. No hay
razón por la que estos grupos deban oponer alguna resistencia a la revolución;
no tienen nada que perder, por supuesto siempre que los dirigentes
revolucionarios se den hacia ellos una política moderada a largo alcance.
¿Y quién más luchará contra el comunismo? ¿Vuestra “guardia
de corps” de millonarios y multimillonarios? ¿Vuestros Mellons, Morgans, Fords y Rockefellers? Dejarán de
luchar en cuanto no consigan quién pelee por ellos.
El gobierno soviético norteamericano tomará firme posesión
de los comandos superiores de vuestro sistema empresario: los bancos, las
industrias clave y los sistemas de transporte y comunicación. Luego les dará a
los campesinos, a los pequeños comerciantes e industriales, mucho tiempo para
reflexionar y ver qué bien anda el sector nacionalizado de la industria.
Es en este terreno donde los soviets norteamericanos podrán
producir verdaderos milagros. La “tecnocracia” sólo
será real bajo el comunismo, que sacará de encima de vuestro sistema industrial
las manos muertas de los derechos de la propiedad privada y las ganancias
individuales. Las más osadas propuestas de la comisión Hoover sobre
estandarización y racionalización parecerán infantiles comparadas con las
posibilidades abiertas por el comunismo nortemericano.
La industria nacional se organizará siguiendo el modelo de
vuestras modernas fábricas de automotores de producción continua. La
planificación científica se elevará del nivel de la fábrica individual al del
conjunto del sistema económico. Los resultados serán estupendos.
Los costos de producción disminuirán en un veinte por ciento
o tal vez más. Esto a su vez aumentará rápidamente la capacidad de compra de
los campesinos.
Por cierto, los soviets norteamericanos establecerán sus
propios gigantescos establecimientos agrícolas, que serán también escuelas
voluntarias de colectivización. Vuestros campesinos podrán calcular fácilmente
si les conviene seguir como eslabones aislados o unirse a la cadena general.
El mismo método se utilizaría para incorporar a la
organización industrial nacional al pequeño comercio y a la pequeña industria.
Con el control soviético de las materias primas, los créditos y los suministros
estas industrias secundarias seguirían siendo solventes hasta que el sistema
socializado las absorbiera gradualmente y sin compulsión.
¡Sin compulsión! Los soviets norteamericanos no tendrían que
recurrir a las drásticas medidas que las circunstancias a menudo impusieron a
los rusos. En Estados Unidos la ciencia de la publicidad brinda los medios para
ganarse el apoyo de la clase media, que estaba fuera del alcance de la atrasada
Rusia, con su vasta mayoría de campesinos pobres y analfabetos. Esto, junto con
vuestro aparato técnico y vuestra riqueza, será la mayor ventaja de vuestra
futura revolución comunista. Vuestra revolución será más suave que la nuestra;
luego de resueltos los problemas fundamentales no tendréis que derrochar
energías y recursos en costosos conflictos sociales, y, en consecuencia,
avanzaréis mucho más rápido.
Incluso la intensidad y abnegación del sentimiento religioso
predominantes en Norteamérica no serán un obstáculo para la revolución. Si en
Norteamérica se asume la perspectiva de los soviets, ninguna barrera sicológica
será lo suficientemente firme como para demorar la presión de la crisis social.
La historia lo demostró más de una vez. Además, no hay que olvidar que los
mismos Evangelios contienen algunos aforismos bastante explosivos.
En cuanto a los relativamente escasos adversarios de la
revolución soviética, se puede confiar en el genio inventivo de los
norteamericanos. Por ejemplo, podríais mandar a todos vuestros millonarios no
convencidos a alguna isla pintoresca, con una renta para toda la vida, y que se
queden allí haciendo lo que les plazca.
Lo podréis hacer tranquilamente porque no tendréis que temer
la intervención extranjera. Japón, Gran Bretaña y los demás países capitalistas
que intervinieron en Rusia no podrán hacer otra cosa que aceptar el comunismo
norteamericano como un hecho consumado. Y de hecho, la victoria del comunismo
en Norteamérica, la columna vertebral del capitalismo, determinará que se
extienda a los demás países.
Japón probablemente se unirá a las filas comunistas antes de
que se implanten los soviets en Estados Unidos. Y lo mismo se puede decir de
Gran Bretaña.
De todos modos, sería una idea loca enviar la flota de Su
Majestad británica contra la Norteamérica soviética, incluso contra el sur de
vuestro continente, más conservador. Sería inútil y nunca pasaría de una
incursión militar de segundo orden.
A las pocas semanas o meses de establecidos los soviets en
Norteamérica el panamericanismo sería una realidad política.
Los gobiernos de Centro y Sud América se verían atraídos a
vuestra federación como el hierro por el imán. Lo mismo ocurriría con Canadá.
Los movimientos populares de estos países serían tan fuertes que impulsarían
este gran proceso unificador en un brevísimo período y a un costo
insignificante. Estoy dispuesto a apostar que el primer aniversario de los
soviets norteamericanos encontraría al Hemisferio Occidental transformado en
Estados Unidos soviéticos de Norte, Centro y Sud América, con su capital en
Panamá. Por primera vez la Doctrina Monroe adquiriría un peso total y positivo
en los asuntos mundiales, aunque no el previsto por su autor.
Pese a los plañidos de algunos de vuestros
archiconservadores, Roosevelt no está preparando la transformación soviética de
Estados Unidos.
La NRA no
pretende destruir sino fortalecer los fundamentos del capitalismo
norteamericano ayudando a las empresas a superar sus dificultades. No será el
Águila Azul, sino las dificultades que ésta es incapaz de superar, lo que
traerá el comunismo a Estados Unidos. Los profesores “radicales” de vuestro
trust de cerebros
no son revolucionarios; son sólo conservadores asustados. Vuestro presidente
abomina de “los sistemas” y “las generalidades”. Pero un gobierno soviético es
el más grande de todos los sistemas posibles, una gigantesca generalidad en
acción.
Al hombre común tampoco le gustan lo sistemas ni las
generalidades. Será tarea de vuestros estadistas comunistas lograr que el
sistema produzca los bienes concretos que el hombre común desea: su comida, sus
cigarros, sus diversiones, su libertad de elegir las corbatas, la vivienda y el
automóvil que le gusten. Será muy fácil proporcionarle estas comodidades en la
Norteamérica soviética.
La mayoría de los norteamericanos están desorientados por el
hecho de que en la Unión Soviética hemos tenido que construir industrias
básicas enteras partiendo de la nada. Una cosa así no podría suceder en Estados
Unidos, donde ya os veis obligados a reducir las zonas cultivadas y la producción
industrial. De hecho vuestro tremendo aparato tecnológico está paralizado por
la crisis y exige ser puesto nuevamente en uso. El punto de partida del
resurgimiento económico podrá ser el rápido aumento del consumo de vuestro
pueblo.
Estáis más preparados que ningún otro país para lograrlo. En
ningún otro lado llego a ser tan intenso como en Estados Unidos el estudio del
mercado interno. Entra en las existencias acumuladas por los bancos, los
trusts, los hombres de negocios, los comerciantes, los viajantes de comercio y
los granjeros.
Vuestro gobierno soviético simplemente abolirá el secreto
comercial, combinará todos los descubrimientos de estas investigaciones
realizadas en función de la ganancia privada y los transformará en un sistema
científico de planificación económica. Para ello contará con la colaboración de
una numerosa clase de consumidores cultos y críticos. La combinación de las
industrias clave nacionalizadas, el comercio privado y la cooperación del
consumidor democrático producirá rápidamente un sistema sumamente flexible para
satisfacer las necesidades de la población.
Ni la burocracia ni la policía harán funcionar este sistema;
lo hará el frío, duro dinero.
Vuestro dólar todopoderoso jugará un rol fundamental en el
funcionamiento del nuevo sistema soviético. Es un gran error mezclar la
“economía planificada” con la “emisión dirigida”. La moneda tendrá que ser el
regulador que mida el éxito o el fracaso de la planificación.
Vuestros profesores “radicales” se equivocan mortalmente con
su devoción a la “moneda dirigida”. Esta idea académica podría fácilmente
liquidar todo vuestro sistema de distribución y producción. Esa es la gran
lección a extraer de la Unión Soviética, donde la amarga necesidad se convirtió
en virtud oficial en el reino del dinero.
La falta de un rublo de oro estable es allí una de las
causas fundamentales de muchas de las dificultades y catástrofes económicas. Es
imposible regular los salarios, los precios y la calidad de las mercancías sin
un sistema monetario firme. Tener un rublo inestable en un sistema soviético es
lo mismo que tener moldes variables en una fábrica que trabaja en serie. No
funciona.
Sólo será posible abandonar la moneda de oro estable cuando
el socialismo logre sustituir el dinero por un sistema de control
administrativo. Entonces el dinero será un vale común y corriente, como el
boleto del colectivo o la entrada al teatro. A medida que el socialismo avance
también desaparecerán estos vales; ya no será necesario el control, ni en
dinero ni administrativo, sobre el consumo individual; puesto que habrá
suficientes bienes como para satisfacer las necesidades de todos!
Aún no estamos en esa situación, aunque con toda seguridad
Norteamérica llegará antes que cualquier otro país. Hasta entonces, la única
manera de alcanzar ese nivel de desarrollo será mantener un regulador y medidor
efectivo del funcionamiento de vuestro sistema. De hecho, durante los primeros
años una economía planificada necesita, más todavía que el viejo capitalismo,
dinero efectivo. El profesor que regula la unidad monetaria con el objetivo de
regular todo el sistema económico es como el hombre que trató de levantar ambos
pies del suelo al mismo tiempo.
La Norteamérica soviética contará con reservas de oro
suficientes para estabilizar el dólar, lo que constituye una ventaja
invalorable. En Rusia hemos aumentado la producción industrial en un veinte y
un treinta por ciento anual; pero, debido a la debilidad del rublo, no pudimos
distribuir efectivamente este aumento. Esto en parte se debe a que le
permitimos a la burocracia subordinar el sistema monetario a las necesidades
administrativas. Vosotros os ahorraréis este mal. En consecuencia, nos
superaréis mucho, tanto en la producción como en la distribución, lo que
llevará a un rápido avance en el bienestar y la riqueza de la población.
En todo esto no necesitaréis imitar nuestra producción
estandarizada para nuestra pobre masa de consumidores. Recibimos de la Rusia
zarista una herencia de pobreza, un campesinado culturalmente subdesarrollado y
con un bajo nivel de vida. Tuvimos que construir las fábricas y las represas a
expensas de nuestros consumidores. Padecemos una inflación monetaria contínua y
una monstruosa burocracia.
Norteamérica soviética no tendrá que imitar nuestros métodos
burocráticos. Entre nosotros la falta de lo más elemental produjo una intensa
lucha por conseguir un pedazo extra de pan, un poco más de tela. En esta lucha
la burocracia se impone como conciliador, como árbitro todopoderoso. Pero
vosotros sois mucho más ricos y tendréis muy pocas dificultades para satisfacer
las necesidades de todo el pueblo. Más aún; vuestras necesidades, gustos y
hábitos nunca permitirían que sea la burocracia la que reparta la riqueza
nacional. Cuando organicéis vuestra sociedad para producir en función de las
necesidades humanas y no de las ganancias individuales, toda la población se
nucleará en nuevas tendencias y grupos que se pelearán unos con otros y
evitarán que una burocracia todopoderosa se imponga sobre ellos.
Así la práctica de los soviets, es decir de la democracia,
la forma más democrática de gobierno alcanzada hasta hoy, evitará el avance del
burocratismo. La organización soviética no puede hacer milagros; simplemente
debe reflejar la voluntad del pueblo. Entre nosotros los soviets se
burocratizaron como resultado del monopolio político de un solo partido,
transformado el mismo en una burocracia. Esta situación fue la consecuencia de
las excepcionales dificultades que tuvo que enfrentar el comienzo de la
construcción socialista en un país pobre y atrasado.
Los soviets norteamericanos estarán llenos de sangre y
vigor, sin necesidad ni oportunidad de que las circunstancias impongan medidas
como las que hubo que adoptar en Rusia. Por supuesto, los capitalistas que no
se regeneren no tendrán lugar en el nuevo orden. Resulta un poco difícil
imaginarse a Henry Ford dirigiendo el soviet de Detroit.
Sin embargo, es no sólo concebible sino inevitable que se
desate una gran lucha de intereses, grupos e ideas. Los planes de desarrollo
económico anuales, quinquenales y decenales; los esquemas de educación
nacional; la construcción de nuevas líneas básicas de transporte; la
transformación de las granjas; el programa para mejorar la infraestructura
tecnológica y cultural de Latinoamérica; el programa de comunicación espacial;
la eugenesia, todo esto suscitará controversias, vigorosas luchas electorales y
apasionados debates en los periódicos y en las reuniones públicas.
Pues en Norteamérica soviética no existirá el monopolio de
la prensa por parte de los jefes de la burocracia como en la Rusia soviética.
Nacionalizar todas las imprentas, las fábricas de papel y las distribuidoras
sería una medida puramente negativa. Significaría simplemente que al capital
privado ya no se le permite decidir qué publicaciones sacar, sean progresivas o
reaccionarias, “húmedas” o “secas”,
puritanas o pornográficas. Norteamérica
soviética tendrá que encontrar una nueva solución al problema de cómo
debe funcionar el poder de la prensa en un régimen socialista. Podría hacerse
sobre la base de la representación proporcional a los votos en cada elección a
los soviets.
Así, el derecho de cada grupo de ciudadanos a utilizar el
poder de la prensa dependería de su fuerza numérica; el mismo principio se
aplicaría para el uso de los locales de reunión, de la radio, etcétera.
De este modo la administración y la política de
publicaciones no la decidirían las chequeras individuales sino las ideas de los
distintos grupos. Esto puede llevar a que se tenga poco en cuenta a los grupos
numéricamente pequeños pero importantes, pero implica la obligación de cada
nueva idea de abrirse paso y demostrar su derecho a la existencia.
La rica Norteamérica soviética podrá destinar mucho dinero a
la investigación y a la invención, a los descubrimientos y experimentos en
todos los terrenos. No dejaréis de lado a vuestros audaces arquitectos y
escultores, a vuestros poetas y filósofos no convencionales.
En realidad, los yanquis soviéticos del futuro dirigirán a
Europa en los mismos terrenos en los que hasta ahora Europa ha sido su maestro.
Los europeos tienen una idea muy pobre de cómo puede influir la tecnología en
el destino humano y adoptaron una actitud de despreciativa superioridad hacia
el “norteamericanismo”, particularmente a partir de la crisis. Y sin embargo el
norteamericanismo marca la verdadera línea divisoria entre la Edad Media y el
mundo moderno.
Hasta ahora en Norteamérica la conquista de la naturaleza ha
sido tan violenta y apasionada que no habéis tenido tiempo de modernizar
vuestras filosofías o de desarrollar formas artísticas propias. Hasta ahora
habéis sido hostiles a las doctrinas de Marx, Hegel y Darwin. La quema de los
trabajos de Darwin por los bautistas de Tennessee es
sólo un pálido reflejo del rechazo de los norteamericanos a las doctrinas
evolucionistas. Esta actitud no se limita a vuestros pulpitos. Todavía es parte
de vuestra conformación mental.
Tanto vuestros ateos como vuestros cuáqueros son
decididamente racionalistas. Y ese mismo racionalismo está debilitado por el
empirismo y el moralismo. No tiene nada de la implacable vitalidad de los
grandes racionalistas europeos. Por eso vuestro método filosófico es más
anticuado todavía que vuestro sistema económico y vuestras instituciones
políticas.
Hoy, bastante poco preparados para ello, os veis obligados a
enfrentar las contradicciones que sin que se lo sospeche surgen en toda
sociedad. Conquistasteis a la naturaleza con las herramientas que creó vuestro
genio inventivo sólo para encontraros con que vuestras herramientas destruyeron
todo excepto vuestras personas. Contrariamente a todas las esperanzas y deseos,
vuestra riqueza sin precedentes produjo desgracias sin precedentes.
Descubristeis que el desarrollo social no sigue una simple fórmula. Entonces os
visteis arrojados en la escuela de la dialéctica, para quedaros allí.
No hay modo de volverse atrás, a la forma de pensar y actuar
predominante en los siglos XVII y XVIII.
Mientras los majaderos románticos de la Alemania nazi sueñan
con restaurar la pureza original, o mejor dicho la inmundicia original de la
vieja raza de la Selva Negra europea, vosotros, norteamericanos, luego de dar
un firme salto en vuestra economía y en vuestra cultura, aplicaréis genuinos
métodos científicos al problema de la eugenesia. Dentro de un siglo, de vuestra
mezcla de razas surgirá un nuevo tipo de hombres, el primero en merecer el
nombre de Hombre.
Y una profecía final: ¡en el tercer año de gobierno
soviético en Norteamérica, ya no mascaréis goma!