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Calle principal de El Nula.
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Campesinos que huyen del
conflicto armado en Colombia siguen llegando a Venezuela, en
"goteo", uno a uno, sumándose a la legión que en los últimos siete
años ha solicitado el estatuto de refugiado y una cédula (carné) de
identidad que ayude a rehacer la vida en el país que los recibe.
Por Humberto Márquez -
IPS
Un problema es que "hasta aquí llega la mano de
los que pelean en Colombia", dijo a IPS Laura (nombre ficticio),
quien vende golosinas en un paraje entre Guasdualito y El Nula,
poblaciones del extremo sudoeste venezolano, a unos 650 kilómetros
de Caracas.
En Vichada, departamento del oriente colombiano cerca del río
Orinoco, en un área que en 2005 controlaban las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), Laura y el padre de su tercera
hija, ahora de cinco años, manejaban un restaurantillo cuando
irrumpieron en la zona fuerzas paramilitares de derecha.
"Un bando no acepta que uno tenga nexos con el otro. Esa vez hubo
como 15 muertos, yo me vine a Venezuela con mis tres hijos, mi
compañero huyó y se unió a las FARC (las guerrilleras Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia). Nos separamos. Ahora él quiere
llevarse la niña a Colombia, yo no acepto y entonces me amenaza de
muerte, y me llama desde un teléfono de Venezuela", asegura Laura.
Algunas veces, cuando ha salido a vender dulces, mensajeros de la
guerrilla y de los paramilitares ultraderechistas han interceptado a
Laura. "No se sabe de dónde puede salir la bala que lo mate a uno",
dice acongojada. Quiere dejar la frontera, ir a Portuguesa, 250
kilómetros al norte, cerca de unos parientes instalados allí hace
años.
Pero no puede desplazarse. Cuando la entrevistó IPS, su solicitud y
la de sus hijas menores habían sido rechazadas. En cambio, su hijo
de 18 años, quien quiere estudiar en la universidad, consiguió el
estatus de refugiado. Ella piensa apelar.
Desde que en 2001 se dictó una ley sobre refugiados, Venezuela había
reconocido hasta septiembre a 1.327 personas con ese estatus, con el
que se consigue una cédula de identidad como extranjero transeúnte,
informó Ricardo Rincón, presidente de la Comisión Nacional de
Refugiados, organismo dependiente de la cancillería.
Hay unas 14.000 solicitudes pendientes de estudio y en los primeros
nueve meses de este año se agregaron 2.351. La Comisión resuelve
unos 40 casos por mes y entre enero y septiembre reconoció a 183
refugiados y rechazó a 221.
La oficina en Caracas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Refugiados (Acnur) estima que en Venezuela hay más de
200.000 desplazados colombianos que calificarían como solicitantes
de refugio. En las tórridas llanuras del sudoeste, la zona de
Guasdualito y El Nula, debe haber más de 20.000.
En dos décadas, el conflicto armado interno colombiano ha obligado
al desplazamiento forzoso de sus hogares de unas tres millones de
personas.
"Acnur y la Comisión acogen a quienes en verdad califican como
refugiados, pero no podemos aceptar en nuestro territorio a personas
que estén evadiendo a la justicia o que puedan crear problemas", ha
señalado Rincón.
La responsable de la Comisión en Guasdualito-El Nula, Angélica
Barrera, explicó a IPS que el despacho trata de sustanciar los
expedientes con explicaciones detalladas que aporten los
solicitantes, pero ningún caso se resuelve en la zona. Las
decisiones se toman en Caracas, después de investigaciones
adicionales que hace el gobierno.
Manuel se toma el proceso con calma. Llegó hace dos años al área de
El Nula. "Criaba un ganadito en Arauca (nordeste colombiano),
llegaron los de las FARC, se comieron todas las reses, todas.
Después querían que fuera uno de ellos, con uniforme, fusil, y yo no
quise. Entonces me dieron 12 horas para que abandonara la zona",
relató a IPS.
Al llegar a Venezuela se empleó como ordeñador. Unos meses después
trajo a su mujer y a sus tres hijos. "Todavía pequeños, no van a la
escuela. Quiero acomodar los papeles para que ellos estudien sin
problemas. Aquí podemos comer y vivir. Trabajo una finca con
siembras de plátano y yuca (mandioca). Los soldados y los guardias
no me molestan, al pasar ven mis ropas y botas, soy un hombre de
trabajo", aseveró.
Distinto es el caso de Pedro, de 57 años y divorciado, quien llega
en motocicleta a las puertas de la escuela de El Nula donde
funcionarios de la Comisión, de Acnur y del Servicio Jesuita de
Refugiados (SJR) atienden a solicitantes de refugio. Son jornadas
extras, para acercarse a los solicitantes y facilitarles acudir a
los trámites.
"¡Cédula o pasaporte! Le piden a uno en las alcabalas (puestos de
control). No tengo una cosa ni otra. Cédula no consigo porque lo que
tengo es un papel como solicitante de refugio, y el consulado no me
da otro pasaporte porque me pide una cuenta bancaria y ¿cómo la
obtengo en Colombia si me vine huyendo?", contó Pedro a IPS.
El suyo es el caso de un pequeño propietario. Tenía finca, reses,
vehículo y cuenta bancaria en Colombia. La zona entre Arauca y
Casanare, donde vivía, fue tomada por las Águilas Negras, mutación
de las ultraderechistas paramilitares Autodefensas Unidas de
Colombia. "Según sus cuentas, todos allí éramos guerrilleros, y
tuvimos que huir", relató.
Llegó a la zona de El Nula y empezó a hacer lo que sabía: organizar
un establecimiento rural, criar ganado, comerciarlo, sembrar, vender
productos. Consiguió una casa, dinero para sostener una cuenta
solvente, una motocicleta.
"Pero nada de eso está a mi nombre. Todo a nombre de amigos,
paisanos o venezolanos, confiando en su buena fe. Ni siquiera tengo
licencia para conducir la moto, porque para obtenerla necesito
cédula. Y si algún día me tengo que ir, por ejemplo si hay más líos
entre Colombia y Venezuela, entonces volveré a perderlo todo",
deploró.
En los controles del ejército, guardia nacional o policiales "a
veces me detienen, reclaman los papeles de la moto, piden una
colaboración en dinero para dejarme pasar", contó Santiago, un
venezolano que vive del comercio al menudeo. "Si eso le hacen a él
que es venezolano con papeles, imagínese a nosotros", remarcó Pedro.
La zona rural de El Nula, cruzada de ríos, es rica para la
agricultura, ganadería y explotación forestal. Su núcleo urbano es
un aglomerado de unos cientos de casas y comercios sobre unas pocas
calles que rápidamente desaparecen entre potreros. No hay cloacas,
la electricidad falla, no hay parques u otros sitios se
esparcimiento familiar.
Hace un par de años padeció, como Guasdualito, por frecuentes
homicidios atribuidos a la pugna entre contendientes colombianos. De
vez en cuando aparece algún caso sospechoso. También han actuado las
"Fuerzas Bolivarianas de Liberación", que se reivindican como
guerrilla de venezolanos partidarios del presidente Hugo Chávez.
"En la zona tenemos casos de jóvenes que por inmadurez, falta de
expectativas y ofertas engañosas son reclutados por las
organizaciones armadas colombianas", dijo a IPS un activista
comunitario que se identifica como José Luis. "La violencia de esos
grupos los impresiona, porque es efectiva, resuelve las cosas de un
día para otro".
Con los colombianos que llegan "la conducta de la gente en general
es de acogida, muy tolerante, sin expresiones de xenofobia, al
contrario, los ven como gente de trabajo. Las quejas que recibimos
tienen que ver con trámites o autoridades, no con los vecinos", dijo
a IPS el abogado Juan Andrés Quintero, del SJR.
"Además, durante años, quizá por generaciones, se han tejido lazos
familiares, de trato y comercio a través de los ríos fronterizos, y
una cultura compartida por el trabajo de la tierra y hasta por lo
que comen y la música que escuchan", agregó Quintero.
Es la cara positiva del refugio. También la existencia de una ley
que posibilita su protección formal y participación en programas
sociales, como acceder a microcréditos del estatal Banco del Pueblo
en compañía de venezolanos o comprar en los mercados de alimentos
que subsidia el gobierno.
También está la compañía permanente de organizaciones
especializadas, como Acnur, las organizaciones católicas Cáritas y
SJR, y últimamente se ha sumado la Organización Hebrea de Ayuda a
Inmigrantes y Refugiados.