De hecho, el otro socialismo, ruso-asiático-cubano, racional, represor, prohibitivo y castrador, se preocupaba de entrada por dos cosas: cambiar el cerebro de la gente (el hombre nuevo fue su primer gran fracaso) y apoderarse como sea de medios de producción, con las consecuencias conocidas.
El socialismo del siglo XXI, en cambio, no pretende cambiar al hombre, ni a la mujer (ni al niño, la niña, el adolescente o la adolescenta) y solamente desea apoderarse de los medios de producción para agotarlos y destruirlos.
Excelente propuesta.
Así, quienes viven bajo el nuevo sistema no tienen que preocuparse ni por pensar –lo que en todo socialismo está prohibido porque genera inservibles dilemas éticos–; ni por ser como el Ché; ni por producir nada. De la provisión se ocupa el gobierno, que toma el consumo en serio y prefiere –en lugar de fabricar o hacer que se fabrique– comprar todo hecho en el extranjero. De paso, así beneficia a los países amigos que nos venden bienes y servicios. Doble play.
La propuesta desalienta el capitalismo clásico y engendra un nuevo jugador: el boliburgués, cuya cultura (es un decir) cambió el patrón de consumo para que brote un nuevo comprador que, aunque tan mayamero y compulsivo como el de la Cuarta República, tiene atributos muy diferentes.
El grito “¡ta` barato, dame dos!” distinguía al primero como echón y botarate. Pero con todas sus limitaciones era –hoy nos damos cuenta– un cliente preocupado por la competencia, que comprendía la publicidad, el servicio de las marcas, el valor por dinero, las razones del mercado, las ofertas. Y aunque le encantaba una ganga, reivindicaba los productos de calidad. En general no tenía clase, pero aspirabaa conquistarla.
El consumidor quintarepublicano es a grosso modo lo mismo, pero peor. Y sociológicamente más complejo. No tiene clase ni aspira a ella. No le importa, porque se conforma sólo con ostentar, atado únicamente a la variable precio. Pero al revés de su contraparte de la cuarta, no cree en las gangas. Cuanto más pague, mejor. Aunque no sepa lo que compra. Aunque no conozca ni de lejos la categoría de una marca o su trayectoria.
Le interesa tener lo verdadero, pero no lo comprende. No sabe de qué se trata. Sólo sabe que es costoso: ese es su gran parámetro. Y la paradoja es que logra allí un notable parecido con ciertos gringos de su odiado imperio, quienes cuando se les elogia una corbata, responden: “me costó 100 dólares”.
Este nuevo consumidor boliburgués pretende sólo impresionar –impresionarse– por el monto del cheque o la pila de billetes (sospechosamente, muchos pagan en efectivo) y al entrar en una tienda interroga: “¿cuál es el (reloj, traje, camisa, lentes, carro, etc) más caro que tienes aquí?”. El vendedor lo mira con perplejidad, descifrando que sus modales y código de vestimenta son inconsecuentes con semejante pregunta. Y desorientado, peca: “Disculpe, ¿que tipo o de (reloj, traje, camisa, lentes, carro, etc) busca usted, en qué color y modelo, porque puedo sugerirle…”. El otro lo corta enseguida: “No chico, no me entendiste. Te pregunté cuál es el más caro”.
El vendedor suele imaginarse entonces como víctima: me vino a robar, piensa; pero dice: “lo más caro que tengo es este… (traje Armani, reloj Vacheron Constantin, lentes Bulgari, etc)”. Y el comprador vuelve a sorprenderlo: “¿Y tú estás seguro que si yo compro esa marca la gente pensará que es algo muy caro?”.
Cuando el vendedor se lo confirma, el cliente ha cumplido su objetivo. No tiene más nada que preguntar. Pero no para disimular su ignorancia. Eso lo tiene sin cuidado. Lo importante es que llegó al llegadero. Entonces no elige. Compra por docena: “dame 4 trajes, 6 perfumes; 5 pares de lentes de sol, 8 relojes, todas las camisas y tres Hummer”.
Hijo del facilismo, la pérdida de valores y la necesidad más fatua que haya conocido nunca la patria de Bolívar, es nadie, pero con plata. El día que los publicistas lo descubran, cambiará el mensaje de todas las cuñas: basta de calidad, prestigio, mundo verde, responsabilidad social, marcas de tradición o productos confiables. Y además se erradicarán el 2 x 1 y las ofertas de 999 con 90. Pura misión precio. Pero cuánto más alto mejor. Es caro, cómpralo. Recuerda que los ta´barato golpistas no volverán, porque Venezuela cambió para siempre. Ahora es de pocos.
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